Decidiendo una corona
La difícil labor de Godofredo de Bouillon
Jerusalén será para quien la tenga más larga
La cruzada 2.0
Hat trick del sultán selyúcida y el rey danisménida
Bohemondo pilla la condicional
Las últimas jornadas del gran cruzado
La muerte de Raimondo y el regreso del otro Balduino
Relevo generacional
La muerte de Balduino I de Jerusalén
Peligro y consolidación
Bohemondo II, el chavalote sanguíneo que se hizo un James Dean
El rey ha muerto, viva el rey
Turismundo, toca las campanas, que comenzó el sermón del Patriarca
The bitch is back
Las ambiciones incumplidas de Juan Commeno
La pérdida de Edesa
Antioquía (casi) perdida
Reinaldo el cachoburro
Bailando con griegos
Amalrico en Egipto
El rey leproso
La desgraciada muerte de Guillermo Espada Larga
Un senescal y un condestable enfrentados, dos mujeres que se odian y un patriarca de la Iglesia que no para de follar y robar
La reina coronada a pelo puta por un vividor follador
Hattin
La caída de Jerusalén
De Federico Barbarroja a Conrado de Montferrat
Game over
El repugnante episodio constantinopolitano
A principios del año 1188, el rey de Francia y el de Inglaterra, ambos franceses, eran los dos jefes de Estado más directamente implicados en los asuntos de Tierra Santa. El emperador había sufrido muchas y dolorosas pérdidas de nobles, caballeros y soldados en pasados experimentos (aunque, como veremos pronto, cuando se animó, se animó del todo) y en lo tocante a los otros grandes poderes continentales, los peninsulares ibéricos, desde el principio habían dejado claro su escaso interés por la movida con la famosa frase “no faltan moros en mi tierra”, o sea, yo la cruzada la llevo de serie en mi país, no necesito cruzar el Mediterráneo para encontrar un musulmán al que vencer.