miércoles, julio 22, 2009

El oro (2)

Al comienzo del siglo XVIII, cualquier economista se hubiese descojonado si le hubiesen planteado la posibilidad de la desaparición del patrón plata. Sin embargo, el vídeo estaba a punto de comenzar a matar a la estrella de la radio, y a hacerlo desde un flanco totalmente desconocido: la prosperidad.

La entrada en juego en serio de Inglaterra como potencia colonial, unida a los muchos avances que trajo el siglo XVIII, el último de los cuales sería el estallido de la Revolución Industrial, cambiaría totalmente la faz de la economía mundial. Para las metrópolis, hasta entonces, las colonias habían sido tierras de explotación. Pero en el siglo XVIII, Inglaterra y, en menor medida, Holanda, comenzaron a verlas como tierras de comercio. Tierras a las que no sólo se les podía comprar, sino también vender. Por otra parte, la mejora de las comunicaciones y el transporte permitió mejores y más frecuentes flujos comerciales entre las propias naciones europeas.

El siglo XVIII es el siglo de las compañías británicas coloniales, como la Compañía de Indias, que suponen el primer ejemplo serio de inversión extranjera. Las presencias británicas en el exterior invertían fuertes sumas en factorías, plantaciones, etc., y todo eso había que financiarlo. Lo cual quiere decir que toda esa actividad comenzó a demandar dinero. Si de un solo grifo se llenaba antes una piscina (Europa) y ahora se llenan dos (Europa y el resto del mundo), está claro que o abrimos más o durante más tiempo el grifo o, con la misma agua, la primera piscina no podrá estar igual de llena. Esto exactamente es lo que le pasó a las monedas de plata inglesas: comenzaron a viajar fuera del país, en tales cantidades que ya en 1774 se consideraba imposible mantener un sistema monetario basado en la plata.

No fue el oro el que mató a la plata. Fue la prosperidad, sus consecuencias, y la invención del papel. Los billetes de banco se inventan o reinventan (y digo reinventan porque al parecer los chinos ya los tuvieron) en Suecia, en 1658. En 1694, el Banco de Inglaterra fue autorizado a emitir compromisos de pago en papel (no otra cosa es un billete; los antiguos de pela decían: «El Banco de España pagará al portador...») contra los intereses de la deuda pública británica. Incluso aparecieron otro tipo de billetes, los llamados Exchequer Bills, que eran, por lo que he podido saber, un híbrido entre billete y pagaré, pues tenían plazo de vigencia y devengaban intereses durante el mismo.

Ya sé que lo que mola es escribir posts antiglobi y tal. Pero lo cierto es que lo más parecido a la globalización que tuvo el mundo en el siglo XVIII, que fue el desarrollo del papel moneda y los créditos bancarios, salvó a ese mismo mundo de seguir siendo el mismo mundo que había sido hasta entonces, con crecimientos lentorros y una inmensa mayoría de personal viviendo igual, incluso peor que los cerdos y las vacas. Estas innovaciones financieras hicieron posible que la inversión creadora de riqueza superase las fronteras del puto pueblo de cada uno y llegase a cualquier rincón de la Tierra conocida. Pero, claro, también había una ley de oro: en algún momento, todos esos papeles debían ser abonados en lo que los británicos llaman hard cash. Nosotros decimos en pasta gansa. Como Inglaterra no exportaba lo suficiente como para recibir pasta de otros países en suficiente magnitud para financiar esas inversiones, necesitaba acopiar dinero para dichos pagos. Lo cual tenía a secar el sistema. Para colmo, las constantes entradas de oro en el mercado, pues en aquellos tiempos se intensificó su extracción en las minas brasileñas, tendió a poner el valor en la calle de la guinea por debajo de su valor real.

Mientras la política monetaria inglesa estuvo inspirada en la estrategia diseñada por Newton en 1717, la plata fue sin duda el estándar. Newton creía hasta el fondo en el patrón plata, pero, en los años tras su muerte, la situación evolucionó de una forma tan rápida y angustiosa que Conduitt, su sucesor al frente de la Casa de la Moneda, ya no estaba tan seguro de que se pudiese defender un patrón basado en el valor plata de la libra esterlina. De hecho, Conduitt puso en marcha una nueva política, que ha sido muy a menudo resumida con la frase «dejemos que sea el metal más fuerte el que gane». En el marco de esta política, se abandonó la estrategia newtoniana, basada en modificar el valor en plata de las monedas de oro (o sea, su peso) para así defender la plata, y se permitió la libre circulación internacional de las monedas de este último metal, a sabiendas de que en muchos países, como Francia, las monedas de plata eran el medio más usado para los pagos de comercio y, consecuentemente, la masa monetaria en plata se reduciría rápida y drásticamente. Como no tenía sentido llenar ese agujero con más plata (todo lo que haría sería salir por la puerta), se llenaba con emisiones de guineas. En unas pocas décadas, todas las monedas de plata de calidad habían desaparecido de la circulación.

A finales del siglo XVIII, por lo tanto, Inglaterra estaba, de hecho, en un patrón oro, pues su sistema monetario estaba petado de guineas. Y, además, las monedas de este tipo mostraban una mayor estabilidad en su precio de lo que lo habían hecho las de plata. A partir de 1770, además, la última esperanza de la plata se desvaneció. Hasta entonces, la plata había sido necesaria para pagar la inversión exterior porque Inglaterra, como hemos dicho, no exportaba lo suficiente como para obtener recursos y compromisos de pagos que equilibrasen las necesidades de esas inversiones. Pero en 1770, más o menos, comienza la Revolución Industrial. Inglaterra comienza a producir más que nadie, y a mejor calidad que nadie. Lo cual quiere decir que empieza a ponerse las botas a base de vender. A partir de ese momento, Inglaterra ya no necesita la plata para nada.

Como hemos dicho antes, la guinea era una moneda de oro que, a causa de la producción de oro relativamente fuerte que ya había en el mundo (y la demanda relativamente pequeña, pues la mayoría de los países seguían en el patrón plata), tenía un valor facial superior a su valor de mercado. Eso, sin embargo, cambió con la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, pues distorsionaron la producción y dispararon el precio del oro (el oro tiene cierta tendencia a disparar su precio siempre que hay guerras gordas, o no tan gordas). El hecho de que la guinea fuese el referente más estable del mundo monetario, mucho más que las monedas de plata, hizo que fuese acaparada y, de hecho, prácticamente desapareció en poquísimo tiempo. En 1790, se estimaba en Inglaterra una masa monetaria en guineas de oro de unos 25 millones de libras. Siete años después, el Banco de Inglaterra suspendía pagos, pues no le quedaban monedas con que pagar.

La suspensión de pagos de 1797 fue traumática para Inglaterra pero, en el fondo, le vino de coña, porque le dio la ocasión y el momento para reformar su sistema monetario. Hasta entonces, las dos experiencias positivas que se habían vivido eran: la consolidación de un estándar de valor, la libra esterlina; y la relativa estabilidad del precio de la guinea, o sea del oro. Se trataba de combinarlas las dos. La reforma fue profundísima, quizá la reforma monetaria más profunda en la Historia del mundo, de momento. La plata fue definitivamente abandonada como metal utilizado para definir la unidad de cuenta y para la acuñación. La libra esterlina, cuyo valor hasta entonces se había definido en plata, pasó a definirse en oro, concretamente 3 libras, 17 chelines y 10 peniques y medio por onza. La guinea, que no tenía este valor exacto, fue abolida. En su lugar, se emitió una nueva moneda, el soberano. El soberano equivalía a una libra esterlina.

Quizá resulte difícil, pero es importante captar lo intensamente revolucionario del cambio. El nuevo estándar de medición de valor y riqueza, la libra esterlina, ya no se definía según un determinado peso en plata, como antiguamente. Ahora se definía con oro. Pero no se definía con el peso de una determinada cantidad de oro, sino con su valor. De esta manera, la política monetaria pasaba a estar directamente conectada con el mantenimiento de dicho valor. Se sustituyó un valor enormemente volátil (el de la plata) por otro que se suponía estable, que debía permanecer estable. Por eso, en 1816, que es cuando se produce este cambio de enormes proporciones, la primera medida que se toma es reiniciar los pagos del Banco de Inglaterra. El Banco comienza a pagar los efectos que debe pagar pero, como está ya en un patrón oro, paga con oro. Las monedas de oro empiezan a circular; se corrige su escasez. De esta manera, el oro, cuyo valor de mercado estaba por encima del estándar de la libra, se iguala con éste rápidamente.

La reforma de 1816 inventa también otra cosa que hoy es fundamental para el funcionamiento económico: la intervención de los bancos centrales. En el marco de la reforma, se decreta la libre exportación e importación de oro a y desde Inglaterra, para evitar la formación de niveles de precio ficticios. Y, lo que es más importante, se establece que el Banco de Inglaterra comprará todas las cantidades de oro que se le ofrezcan al precio de 3 libras, 17 chelines y 10 peniques y medio por onza. De esta manera, si el oro se separaba del estándar por arriba, el Banco de Inglaterra enchufaría en el mercado contingentes de oro a su valor oficial, bajando el precio; y si bajaba, los poseedores de oro lo venderían al Banco de Inglaterra el cual, obligado a pagar el estándar, les procuraría un beneficio, pero también acabaría forzando la subida de precio del metal.

Los desarrollos financieros, además, sirvieron para que esta novedad histórica (nunca, hasta 1816, conoció el mundo la estabilidad en las relaciones de cambio de las monedas) se extendiese a todo el mundo. El gran instrumento difusor fue lo que lo ingleses llaman Sterling Bill of Exchange.
La BoE es un instrumento financiero que transfiere la responsabilidad de financiar el valor de una mercancía exportada o importada durante el periodo en que dicha mercancía estaba en tránsito, así pues no ha sido abonada por el comprador. Quienes aceptan dicha responsabilidad son bancos o casas financieras especializadas. El exportador, en el momento de la venta, recibe una BoE pagadera en el futuro, por ejemplo 90 días. Nada más salir el barco, va a su banco y la descuenta, es decir cobra su importe menos una comisión. El banco toma el título y lo coloca en el mercado secundario, en el que, habitualmente, es adquirido por el agente del importador de la mercancía a cambio de pagar una determinada cantidad de oro en algún momento prefijado. Como puede verse, estamos ante la invención del instrumento financiero que permite hacer líquidos los ingresos y pagos de una operación antes de que la operación misma se perfeccione, incrementando de esta manera la velocidad de circulación del dinero y, por lo tanto, su capacidad de financiación.

Pero como el pago último se hacía en oro, para que esta operación, que tardaba meses en perfeccionarse, fuese posible, era necesario que el valor oro permaneciese estable. Con la generalización de las BoE, por lo tanto, no fue Inglaterra, sino el mundo entero quien adquirió interés en la estabilidad del patrón oro.

A principios del siglo XVIII, los economistas se hubieran descojonado ante la posibilidad de la desaparición del patrón plata. A mediados del XIX, sus bisnietos economistas también se descojonaban, pero esta vez si alguien les decía que algún día desaparecería el patrón oro. En su percepción, el oro era la referencia eternamente estable que el mercado monetario mundial necesitaba. Si sus bisabuelos se equivocaron, ellos no.


Pero se equivocaban.

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