jueves, septiembre 17, 2009

La última primavera del comunismo

Una de las principales líneas argumentales del siglo XX fue el nacimiento, crecimiento y caída de la idea de que el comunismo era una alternativa democrática al capitalismo, y la URSS un modelo progresista frente a los Estados Unidos. Legiones de personas de inteligencias variadas y en ocasiones acendradas, toneladas de escritores, actores, periodistas, directores de cine y de teatro, científicos, sociólogos, filósofos, cantantes, alfareros, músicos, pintores, escultores, climatólogos, médicos, biólogos, sexadores de pollos, cantamañanas y soplagaitas, creyeron, en algún momento entre 1920 y 1990, que en la gran pelea ideológica del siglo, la mal llamada guerra fría (y digo mal llamada porque de fría no tuvo nada) entre capitalismo y comunismo, era el segundo de ellos quien debía prevalecer para bien de la Humanidad.

Para que esta convicción pudiese funcionar, era necesario, como si de un montaje euclidiano se tratase, partir de un axioma: el comunismo y sus representantes eran ideologías, y regímenes políticos, democráticos. Insisto en el concepto de axioma. Este principio era eso, un principio. Algo que se otorgaba a los regímenes comunistas by default, sin que tuviese que ser demostrado pues, como todo axioma, era tan evidente que no hacía falta dicha demostración.

La literatura procomunista, especialmente la desarrollada en los años sesenta y setenta, que fueron los más intensamente prosoviéticos o filosoviéticos, abunda en referencias a las conquistas sociales del comunismo. Las defensas del régimen de los soviets repiten machaconamente los éxitos del comunismo en la lucha contra el analfabetismo y el logro de la sanidad gratuita y universal como los dos grandes pilares de eso que podríamos denominar el cuaderno de méritos del comunismo frente al capitalismo. Al mismo tiempo, se suele obviar la vertiente repugnante del comunismo, que casi siempre son los muertos. Porque el comunismo, como régimen político y en sus diferentes expresiones, tiene un triste récord de muertos y represaliados, no superado por nadie. Sólo Mao Zedong mató a 20 compatriotas (más una porción no desdeñable de tibetanos) por cada judío asesinado por Hitler. Como otro ejemplo, resulta históricamente inexplicable que alguien que se diga comunista propugne el respeto por las minorías nacionales o raciales, siendo lo cierto que ningún otro régimen político en la Historia moderna ha deportado de sus propias tierras de origen y residencia a más personas y, en general, ha sojuzgado bajo su bota a más naciones, pueblos y nacionalidades.

Todo esto ocurrió entre 1920 y 1990 pero, sin embargo, fue eficientemente evitado, o cuando menos expresado con sordina, por muchos y diversos portavoces, sobre todo pertenecientes a eso que llamamos intelectualidad, en general caracterizada por un acriticismo hacia las realidades de aquel mundo, acriticismo de tal calibre que hace que no pocos de los párrafos que hoy se pueden leer en aquellos libros de ayer provoquen el sonrojo. En todo caso, por mucho que los tiempos hayan colocado muchas cosas en su sitio, en modo alguno los resultados de aquella inmensa operación de autoconvencimiento colectivo están solucionados. Sin ir más lejos, ahí está la tendencia que, aún hoy en día, tienen muchos conocedores y observadores de la guerra civil española, en el sentido de identificar el bando republicano con el concepto de «fuerzas democráticas»; identificación que tiene el efecto inmediato de otorgar tal vitola a los comunistas españoles, que se parecían a un demócrata sincero más o menos lo que se parece Mariano Rajoy a Giselle Bunchen.

La historia del comunismo, no obstante, es muy larga. Más o menos setenta años (neto de Fidel y de Kim Jong Il, claro está). Demasiado larga para estas ilusorias versiones. Si lo que poseemos es un bidón lleno de mierda, es racional que podamos aspirar a convencer a alguien durante un par de minutos que en realidad es vino de Burdeos. Pero si llevamos el engaño más allá, llegará un momento en que nuestro interlocutor se empezará a oler que lo que hay en el bidón tal vez no sea tan bebible como nosotros queremos aparentar. A partir de los años cincuenta y, sobre todo, sesenta del siglo XX, las personas occidentales que se querían considerar de izquierdas empezaron a tener una alternativa en las diferentes socialdemocracias (incluido el laborismo británico) que, con sus acciones de gobierno, empezaron a demostrar que hay cosas (por ejemplo, la sanidad pública e universal) que se pueden conseguir sin mediar la dictadura del proletariado. Y, además, el régimen soviético fue desarrollándose, tomando decisiones, acciones, que en Occidente tenían mala venta. El propio comunismo occidental comenzó a darse cuenta que, en sociedades cada vez menos rurales y donde el papel de las clases medias era cada vez mayor, era imposible sostener un discurso comunista de libro; esto hizo nacer el eurocomunismo, que fue una especie de fistro diodenal ideológico que, en todo caso, basaba su actuación en la plena, y subrayo lo de plena, aceptación de la democracia parlamentaria como regla de juego para su actuación.

Este proceso fue muy lento y gradual, y en unos sitios se ha perfeccionado más que en otros. Pero, en todo caso, tuvo sus momentos de crisis. Sus puntos de dramático cambio cualitativo. Y hoy me toca escribir del más dramático de todos: la primavera de Praga. La última primavera del comunismo, porque aquella primavera de 1968 fue la última en la que el comunismo pudo considerarse democráticamente creíble ante el mundo.

Checoslovaquia fue una carallada surgida del derrumbamiento de la monarquía austrohúngara. Terminada la primera guerra mundial, y dado que el encargado de resolver el sudoku del mapa geopolítico europeo de posguerra era el presidente norteamericano Wilson, el lobby checoslovaco de los Estados Unidos jugó sus cartas y logró la declaración de independencia para el país. A los checos se unen los eslovacos, un pueblo entonces significativamente más retrasado económicamente, de base rural, que los checos o bohemios. Eran tiempos felices en los que muchas gentes pensaban que en Europa se podrían construir estados que fuesen cócteles étnicos sin problemas. De aquellos polvos vinieron los lodos de guerras como la que arrasó la antigua Yugoslavia y que hoy se dirime en las salas del Tribunal Penal Internacional. Checoslovaquia fue un tutti frutti de checos, eslovacos, alemanes, húngaros, rutenos, polacos, judíos y algún que otro gitano.

En 1938, Checoslovaquia brillaba como una isla democrática en su área de influencia, pero por poco tiempo. Lo que pasó ya lo hemos contado. Acojonada y reducida a la impotencia por el matón alemán y la inacción de sus aliados franceses y británicos, Checoslovaquia, tras los acuerdos de Munich, se asemeja a un cadáver inerme al que se acercan los buitres. Hitler primero, pero después Polonia, que reclama las tierras de Teschen, y después Hungría, reclamando las áreas donde los húngaros son más frecuentes. En marzo de 1939, pocos meses antes de comenzar la segunda guerra mundial, un obispo, monseñor Tiso, proclama la independencia de Eslovaquia y pide el amparo del ejército alemán. Así las cosas, lo que queda del país es puesto bajo la protección del Reich.

En plena guerra, en 1942, los aliados reconocieron la legitimidad de un gobierno checoslovaco en el exilio. El 30 de abril de 1945 se crea, aún fuera del país, un Consejo Nacional Checo formado por todas las tendencias políticas. En la carrera contrarreloj que libraron sobre el mapa de Europa americanos y rusos a ver quién sentaba los reales en zonas de influencia, los americanos llegaron hasta Pilsen, localidad de evidentes resonancias cerveceras; pero fueron los rusos los que entraron en Praga. En 1946 se celebran elecciones, en las cuales el Partido Comunista consigue el 38% de los votos. Esto les da la mayoría junto con los socialdemócratas, pero pronto surgirán disensiones entre ellos. Las cosas van quedando claras cuando se anuncia que Checoslovaquia va a formar parte del archifamoso Plan Marshall. De Moscú llega la orden de que eso no llegue a producirse nunca. Stalin deja clara su voluntad de que el país permanezca en su órbita.

En febrero de 1948, los comunistas diseñan el ataque final para hacerse con el país. Desde el gobierno, acusan al resto de fuerzas políticas de saboteadoras y crean una crisis de gobierno a base de realizar una amplia purga en la Administración de elementos no comunistas. El 22 de febrero, dos millones y medio de trabajadores, siguiendo las instrucciones del líder sindical Antonin Zapotoky, van a la huelga general y paralizan el país. El presidente Benes tiene que ceder una vez más, cesar a los ministros no comunistas y nombrarles sustitutos. Esto es lo que la Historia conoce como Golpe de Praga: la manzana checoslovaca cae, durante los siguientes cuarenta años, del lado comunista.

La Checoslovaquia del líder Klement Gottwald, de Zapotoky y sobre todo del secretario del partido, Antonin Novotny, fue una digna hija de Stalin. No le faltó de nada. Por supuesto, desde el momento en que los comunistas lograron que Benes cesase a los ministros burgueses, por allí no se volvió a ver nada que oliese a elecciones libres. Haberlas, las hubo; pero con lista única. Otra cosa en la que los comunistas checoslovacos se demostraron como alumnos aventajados del padrecito fue en la realización de purgas internas, que se llevaron por delante a dos centenares de miembros del Partido.

En 1956, como todos pudimos saber (todos, incluida la mayoría de los residentes del paraíso soviético) unos treinta años después, se produjo la sesión secreta del PCUS en la que el nuevo líder de la URSS, Nikita Khuschev, denunció los crímenes del estalinismo. Aunque como digo en la Cibeles ni lo olimos porque todo fue como muy en secreto, esto se notó en cierto descenso de la presión dentro de los países de la órbita. No obstante, no detuvo en lo absoluto el imperialismo soviético, pues en ese mismo año de 1956, la URSS sofocó a leche viva sendas rebeliones en Polonia y Hungría, dejando bien claro que en lo que dimos en llamar Bloque del Este al que se movía medio centímetro se le daba una patada en los cojones.

En uno de esos arabescos acojonantes de los que sólo es capaz el comunismo, en Checoslovaquia quien se afana en la labor de borrar el estalinismo del país es precisamente quien lo pintó, es decir Antonin Novotny. Pero los arabescos son chorradas. Esto es algo que los jerifaltes soviéticos, y los prohombres comunistas en general, nunca entendieron bien, y así les fue. Uno no puede colocar al más furtivo de los cazadores al frente de la vigilancia del parque natural. Si hace eso, lo que acabará ocurriendo es que habrá gente en el mismo régimen que empezará a pensar por su cuenta. A mi modo de ver, este intento de Novotny (léase Moscú) de sucederse a sí mismo es algo que está en el germen del movimiento de la Primavera de Praga. Porque la Primavera de Praga, que es el movimiento que más seriamente pone al comunismo contra las cuerdas, no es un movimiento burgués. No es, como se podría decir desde una óptica comunista con esa expresión tan general, cosa de fachas. La Primavera de Praga la inventaron comunistas.

Desde la caída del estalismo, en el seno del comunismo checoeslovaco comienzan a aparecer elementos llamados reformistas, cuyo principal exponente es el eslovaco Alexander Dubcek. Hablan de las cosas que creen que la gente normal, el personal en general, demanda de su régimen comunista: el fin de la opresión policial sobre los ciudadanos, desaparición de la censura de prensa, libertad de expresión, legalización de sindicatos libres... Igual que si una mujer obesa se pusiese la blusa de una top-model, al régimen checoeslovaco se le saltan las costuras y por los intersticios se escapan individuos y grupos de individuos que, casi siempre desde dentro del Partido, se niegan a regirse por la disciplina única de sus dirigentes. En 1967, durante una sesión del Comité Central del Partido, Novotny y los duros acusan a Dubcek de entenderse con los burgueses. Lo siguiente que hace es llamar a Moscú para llamar al primo de Zumosol.

Para desgracia de Novotny, el que se puso al otro del teléfono ya no era el mismo que había repartido hostias en Hungría once años antes.

Desde 1964, mandaba en la URSS Leónidas Breznev; tal vez, el más inquietante y desconocido mandamás soviético de toda la Historia de la URSS, si hacemos excepción de las flores de un día que le siguieron hasta llegar a Mihail Gorvachov (Constantin Chernienko y Yuri Andropov, si no me falla la memoria). Breznev era un tipo cuya principal ocupación en las cinco primeras décadas de su vida había sido sobrevivir. Carecía del carácter sanguíneo de su antecesor Khruchev (él nunca habría golpeado en público una mesa con un zapato, como había hecho él) y, además, no olvidaba que a ese mismo antecesor se lo había pasado el Partido por la piedra, obligándolo a dimitir. Breznev, por lo tanto, fue, quizás, el primer líder soviético que entendió bien de qué iba eso de la URSS: entendió, pues, que la URSS fue un sistema político que basaba todo éxito en placer al Partido Comunista. Las acciones no tenían que ser buenas, ni eficaces, ni virtuosas, ni justas; todo lo que tenían que ser es buenas a los ojos del Partido.

Así las cosas, en una URSS que, bajo los báculos de Lenin, Stalin y Khruschev, se había acostumbrado a tener líderes que mandaban un huevo, pasó a ser mandada por un tipo extraordinariamente contemporizador, que todo lo consultaba, que nada hacía sin tener claro que la nomenklatura de los mandos del Partido no se lo iba a reprochar. Un gobernante lento. A mí me recuerda un poco a Felipe II, salvando las distancias.

La lentitud de Breznev fue gas sarín para Novotny. Si el checo había esperado ver los tanques rusos enfilando hacia Praga, se quedó con las ganas. Moscú le dejó solo y, en muy poco tiempo, se vió en minoría en el Partido y dimitió como secretario el 5 de enero de 1968. Le sucedió el eslovaco Dubcek.

Hasta la llegada de Milhail Gorvachov al poder en la URSS, Alexander Dubcek fue el único máximo mandatario de un partido comunista de la órbita soviética de cuyas verdaderas convicciones democráticas no quepa dudar. Pero entre Gorvachov y Dubcek media un abismo, pues el primero llegó a la máxima magistratura de la URSS para realizar la voladura controlada del sistema comunista; el segundo, sin embargo, nunca pretendió otra cosa que perpetuar el régimen comunista.

El 5 de marzo de 1968, hecho insólito en un país comunista, se levanta la censura de prensa. Pocos días después, Novotny abandona la presidencia de la república, siendo sustituido por un general, Ludvik Svoboda, que había experimentado en carne propia las purgas de los años cincuenta.

El programa de los reformadores se dio en llamar socialismo de rostro humano y tiene algunas reminiscencias del socialismo a la chilena de Salvador Allende. Entre sus elementos principales se encontraba la propiedad privada de pequeños negocios (se mantenía la estatal para los elementos básicos de la economía), la apertura del sistema a diferentes partidos políticos, sindicatos independientes y derecho de huelga, independencia del poder judicial, igualdad de las diferentes nacionalidades y libertad religiosa. Se fijó para el 9 de septiembre la celebración del XIV congreso del Partido Comunista de los Trabajadores checoslovaco, que debía dar carta de existencia a todas estas reformas.

El 26 de junio, una revista literaria, Literární Listy, publicaba un texto del escritor Ludvik Vaculik, conocido como El documento de las dos mil palabras, suscrito por las firmas de otros muchos intelectuales. Este manifiesto reclamaba de ls autoridades checoslovacas un avance más rápido hacia la plena democracia.

A partir de ese día, el Kremlin ya no puede más.

La URSS organiza en Varsovia, los días 14 y 15 de julio, una conferencia de países del bloque del Este para analizar las reformas checoslovacas. Dubcek se negó a asistir. Probablemente, no tenía otra opción pues, de haber ido, habría resultado inmovilizado allí mismo. Pero su ausencia dejó el campo libre al resto de los comunistas para aprobar mociones en las que se calificaba el proceso checoslovaco de contrarrevolucionario, y justificando la intervención armada.

Lo que siguieron fueron días de toma y daca. El bloque soviético presionó con la publicación de la Carta de Varsovia, y Dubcek intentó negociar, poniendo siempre sobre la mesa el aplastante apoyo social con que contaba en su país. Sin embargo, consciente de lo delicado de la situación, y probablemente sabiendo que su país había sido ya pisoteado sin contemplaciones en el pasado, el 3 de agosto firma, junto con otros mandatarios del área, una declaración que asevera que el socialismo deberá ser siempre defendido allí donde esté en peligro. Sin embargo Dubcek, que con gestos así parece demostrar que no carece de mentalidad estratégica, también hace cosas que hacen pensar que se desenvolvió en aquellos tiempos con notable torpeza. Durante el mes de agosto, de hecho, recibe en Praga a las dos bichas de Moscú: el mariscal Tito, jefe del Estado yugoslavo que mantiene una línea decididamente independiente del Kremlin; y Nicolae Ceaucescu, el dictador rumano que por aquel entonces coquetea con los chinos.

A finales de agosto, el día 20, tenía señalada reunión el Presidium del PCT. Cerca de las doce de la noche de aquel día, cuando en las salas aún se trabajaba y se debatía, llegaron las noticias de la invasión soviética del país. La URSS, acompañada voluntariamente por Polonia, Hungría y la República Democrática Alemana, violaba las fronteras del país. La Historia, como vemos, se repite: los cuatro invasores del 68 fueron los mismos que, en el 38, se llevaron partes del país o sacaron tajada de la situación.

El PCT reformista intentó movilizar a la población, pero ya era demasiado tarde. Prueba de su ingenuidad fue que fueron detenidos en la misma sede del partido. Los llevaron a Ucrania, luego a Moscú. Mediante presiones, logran hacerles firmar un documento que legaliza la invasión. Los miembros del parlamento checo tendrán una suerte más agónica. Durante seis días, permanecerán en el interior del edificio, rodeados por lo carros de combate. Algunos no detenidos celebran el congreso previsto para septiembre en un local clandestino.

El día 27, los reformistas regresan a Praga. Pero lo hacen, ya, simplemente para contemplar cómo el partido es purgado de reformistas y a todas las reformas, sin faltar una, se les pone el freno primero, y la marcha atrás después.

El 16 de enero Jan Palach se quema vivo en la plaza de San Wenceslao. Algunos días después, otro estudiante hace lo mismo en Pilsen. El 25 se produce una gran manifestación. Es el último acto de rebeldía de los checoslovacos.



La primavera de Praga fue la prueba del nueve del comunismo. Hasta su producción, y aunque existiesen evidencias y datos, quien quisiera creer en las honradas convicciones democráticas del comunismo internacional, podía hacerlo. Tras la Primavera de Praga, es obvio que ha habido muchas personas que han seguido pensando, escribiendo y diciendo tal cosa. Pero tal idea se convirtió en demasiado exótica e incomprensible para mucha gente.

El principal ganador de la Primavera de Praga, a mi modo de ver, fue la socialdemocracia. A partir de 1968 comenzaría el lento goteo de comunistas que acabarán abrazando el socialismo; goteo del que en España tenemos bien conspicuos representantes.

11 comentarios:

  1. Cuatro años atrás, escribí esta larga anotación:

    Antiguo Nauscopio Carrillo y los muertos redivivos 20.10.2005

    Pensar que un criminal de guerra y contra la humanidad sigue libre en nuestras tierras, y es objeto de homenajes públicos... es indicativo de la carencia de principios y valores sólidos en la autodenominada izquierda progresista dominante.

    - Un saludo -

    Nota: te/os aconsejo encarecidamente el visionado de la película polaca Katyn. Película del 2007 que optó al óscar a la mejor película en lengua no inglesa, y que lleva dos años sin estrenarse en España, ni tan siquiera en DVD, muy indicativo.

    Nauscopio Scipiorum Katyn (2007), de Andrzej Wajda: descarga de la película  01.09.2009

    ResponderBorrar
  2. Anónimo4:47 p.m.

    Eso te enseñará a no escribir sobre ciertos temas, que inmediatamente aparecen los de la caverna.

    No estoy muy de acuerdo con esa visión del comunismo deseando presentarse como democrático. El comunismo (como el fascismo) rechazaban abiertamente los sistemas democráticos, ya que entonces no tenían la misma connotación que tienen ahora. Eran sistemas "burgueses", lo cual hacía referencia a que no pretendían ser una democracia representativa popular como son las actuales. El comunismo pretendía ser una representación más directa del pueblo (a pesar de que todas las revoluciones del mundo mundial han sido organizadas por algún tipo de élite, sea intelectual, militar, económica o del tipo que sea).

    Eso mismo pasa con la guerra civil, como bien dices. El bando republicano era tan poco democrático como el nacional. Pasa algo parecido a lo del capitalismo, que en 1930 significaba algo sutilmente diferente a lo actual.

    ResponderBorrar
  3. Anónimo11:38 p.m.

    Si que es verdad que aparecen, parece que haya escuadrones lurkeando por la red, el blog de manel fontdevila tendríais que ver.

    En fin, me encanta este blog pero siempre dices lo mismo de los comunistas, no eran democráticos. Pues claro que no lo eran, jus, dictadura del proletariado es una dictadura al fin y al cabo y si quieres ser parte te metes en el partido. Un solo partido sin organos que lo regulen, no hay ni que pensar en lo que pasa con ese sistema.

    A mí me encantó leerme 'Mefisto', el autor es un comunista alemán relatando el ascenso al poder del nazismo. Pinta a los comunistas como sacrificados, heroicos, justos, etc. La referencia que hace a la dictadura en rusia es muy coherente con lo que tu dices.

    En un diálogo decían algo como:
    - Como puede un sistema totalitario representar la liberación del pueblo?
    + Pero en la situación actual del mundo con todos los enemigos del socialismo solo una dictadura popular puede tirar de esto.

    'Esque de momento no hay otra' Interesante argumento, a mí me sueltan siempre la misma cuando pido más pasta a mi empresa : )

    En fin, que no creo que ningún comunista se engañase con lo de la democracia. La democracia era un sistema corrupto y burgués para los rojos.

    Al menos para los que triunfaron y esque si de todos los grupos socialistas ha de triunfar uno que sea capaz de sobrevivir a la persecución zarista y a la guerra civil no os extrañeis de que sea el más bruto de todos.

    P.D.: La república si era la democracia en la guerra civil. Ganó en las urnas ergo ganó democráticamente.
    Pero claro, eso fué en el minuto 1, luego cuando empezaron a meter comunistas y demás en el gobierno y ya fue cada cual tanto como pueda.


    La falta que nos hace el bloque comunista :(. Todo lo que quieras pero el tener a unos prometiendo el paraiso al otro lado del telón sí promovía la conciencia social de nuestos líderes.
    Luego estaba lo de que el mundo se podía ir a la mierda si pulsabas uno de los dos botones rojos pero en fin...

    ResponderBorrar
  4. Quisiera hacer un par de apostillas al last Anónimo.

    Es cierto que siempre que hablo del comunismo recuerdo que no era un regimen democrático. Pero eso es así por dos razones. La primera es que no lo era, y siempre repites lo que es porque es así. También repito que Fernando VII fue un capullo cada vez que lo miento. Es que no hay más remedio que repetirlo.

    La segunda es que lo que a ti te parece obvio, es decir que los comunistas nunca han defendido su carácter democrático parlamentario, no es algo tan obvio para alguien de mi generación. Bastantes intelectuales de izquierdas occidentales, fascinados por el comunismo, han escrito páginas antológicas sobre esta materia. Puedo citarte libros de politólogos norteamericanos que poco menos que sostienen que Stalin era un demócrata que fue arrastrado a la Guerra Fría por los errores de Truman. Conspicuos polígrafos y polígrafas de la cuerda visitaron la China de Mao (constantemente rodeados de «guías» que los llevaron por donde quisieron y les enseñaron lo que les quisieron enseñar) y regresaron para escribir que la revolución cultural era la pera limonera. En el 2009, cierto, es muy fácil ver clara la inclinación del comunismo como forma política. Pero éste, a ratos, es un blog de Historia.

    Tampoco estoy de acuerdo, y lo digo con todo el respeto como todo, con la teoría, que he escuchado muchas veces, de qué bien nos iría si hubiera dos bloques. Esa me parece una teoría occidental. El ciudadano de Burdeos, que quiere ser de izquierdas, desea sentirse progresista y cree en ello sinceramente, se beneficíaría mucho, evidentemente, de la existencia de un bloque alternativo de economía y poder centralizados. Pero si en lugar de vivir en Burdeos viviese en Bratislava, tal vez su opinión cambiase un poco.

    ResponderBorrar
  5. anonimo the first11:30 a.m.

    Depende de qué momento de la historia de Bratislava estemos hablando.

    Existe una enfadosa tendencia a explicar las dictaduras como estados policiales, a pesar de que casi nunca es correcto. Los españoles no aguantaron 40 años bajo Franco porque hubiera un policía en cada esquina, aguantaron porque Franco trajo la paz social y el desarrollismo. En retrospectiva puede parecer humillante que nuestros padres o abuelos abdicaran de sus libertades a cambio de pan y progreso, pero eso sólo se debe a que nosotros no hemos conocido la falta de ninguno de ambos.

    El estalinismo se impuso porque trajo a la antigua Rusia cosas nunca vistas, como universidades, hospitales, fábricas. Y luego tuvo el enorme espaldarazo de ganar la gran guerra patriótica, pero dejando eso aparte el argumento del estalinismo era el mismo que el del franquismo y que el del fidelismo cubano.

    Por eso la URSS se desmorona, igual que el franquismo, cuando la población pasa a tener unas expectativas sociales y económicas que la estructura política no puede satisfacer. En ambos casos pasó que la gente se dio cuenta que los franceses vivían de maravilla, y se preguntaron por qué no yo.

    ResponderBorrar
  6. Yo lo que creo, Anonimo First, es que la tendencia es a malinterpretar el concepto de Estado policial. Un estado policial no coloca un policía en cada esquina, porque eso es imposible. Lo que hace un Estado policial es recortar los derechos de los ciudadanos; hacer que casi cualquier memez sea delito, y otorgar, obviamente, a las fuerzas de seguridad la potestad de reprimir.

    Franco no colocó un policía en cada esquina. Pero si metió, como mínimo y siendo muy muy conservadores, a 100.000 personas en la cárcel por motivos no comunes, que es mucha gente. Estaba tan convencido de que con la prosperidad y el avance le llegaba para conseguir la aquiescencia de los españoles, que nunca salió de España.

    Lo que sí hizo fue generar un esquema de derechos muy magro, pues el Fuero de los Españoles (esto aceptando barco como animal acuático y que, por lo tanto, el Fuero era un aceptable marco de libertades civiles) es un producto casi tardofranquista, antes del cual por no existir, como bien recuerda López Rodó en sus memorias, no existía ni el derecho de reclamar ante las Administraciones Públicas. Eso también es un estado policial.

    En lo que se refiere a Stalin, no dudo traería universidades y hasta caramelos de menta. Pero, cuando menos en mi esquema de prioridades, mucho más importante, a la hora de sojuzgar (ésta es la palabra) a la sociedad rusa, pesan hechos como las purgas, que en muchas unidades del ejército llegaron al 90% de sus mandos, o hechos de los que desgraciadamente nunca hablamos como la Holodomor, que causó millones, repito, millones de muertos.

    A mí me parece que un tipo que mata de hambre a su pueblo, que encarcela a sus miembros en ocasiones por gilipolleces y que, por supuesto, no les deja ni votar ni expresarse, es un tipo que dirige eso que llamamos un Estado policial o, más concretamente, un Estado basado en la coacción.

    ResponderBorrar
  7. PEDRO A.2:05 p.m.

    Como la historia de checoslovaquia, hay miles de ejemplos del otro lado, de la supuesta democracia capitalista.. y no por ello ha dejado de existir pese a que se ha probado y reprobado que no es el sistema ideal... es injusto, dañino, egoista y embrutecedor.

    Estara usted de acuerdo con que la mayoria de las democracias por no decir todas, son democracias solo de fachada, pues en la verdadera democracia, el pueblo participa constantemente y no solo cada 4 años.

    Eso sin hablar de las elecciones corruptas (desde USA, iran, afganistan etc etc), y de las elecciones mediaticas, donde sale elegido quien mas gaste en publicidad.

    Eso no es democracia. Eso es una mierda.

    El comunismo bien aplicado es el sistema mas democratico que hay porque el comunismo es el pueblo, y en el capitalismo quien controla al pueblo no es el propio pueblo, si no los medios, o las clases altas o etc etc... siempre hay alguien.

    Le recomiendo que lea

    ESCRITOS REVOLUCIONARIOS. Ernesto Che Guevara, es una recopilacion que han hecho hace unos años de algunos escritos suyos.

    ResponderBorrar
  8. the first again2:18 p.m.

    Sobre el hambre en Ucrania se habla mucho, y en mi opinión gran parte equivocado (se asume una voluntariedad más que dudosa).

    Pero repito que ningún estado se basa en la coacción - o por lo menos ningún estado que dure más de digamos diez años. La gente no aguantaba a Franco (o a Stalin) por miedo a que la metieran en la cárcel, es más, la actitud generalizada era "si no te metes en líos no te pasará nada". Todo estado (al menos todo estado moderno) necesita de la aquiescencia de sus ciudadanos; no necesariamente que sean fieles partidarios, pero sí al menos que acepten lo que hay.

    Repito que parece una tontería a los ojos actuales, pero la alternativa a Franco parecía ser un país atascado en la economía agraria, con una revolución cada diez años y tiroteos en las calles de las ciudades. No pretendo justificarlo, sino entender por qué tanta gente dice "virgencita virgencita que me quede como estoy". Y con Stalin lo mismo, aparece una esperanza de dejar de morirte de hambre en el campo, de que tus hijos estudien, de tener electricidad y agua corriente. Eso en 1930 es mucho, considerando además que las libertades individuales en los regímenes inmediatamente anteriores estaban muy lejos de las que disfrutamos nosotros.

    Por eso duraron tanto, y no cayeron hasta que la gente tuvo bien claro que las cosas que necesitaba ya no las podía conseguir bajo ese régimen.

    ResponderBorrar
  9. Amigo the first again, discusiones hay muchas, interminables. Y es bueno que las haya. Pero los muertos, ahí están.

    En cuanto a Pedro A., no recuerdo haber escrito nunca que el sistema liberal/parlamentario sea perfecto. Incluso podría estar de acuerdo en eso de que es una mierda. Pero entre la mierda presente y la utopía (eso es, mientras no se demuestre lo contrario) del comunismo bien llevado, la verdad, prefiero comer mierda.

    ResponderBorrar
  10. Anónimo11:20 a.m.

    Obviamente todo el mundo prefiere la "mierda" del microondas y el dvd antes que ser por ejemplo Bulgaria, y yo soy el primero. Si pensamos en que este debate se plantea en el primer cuarto de siglo, la cosa cambia y se parece más a ir a contarle a los palestinos lo bien que viven y los libres que son teniendo una democracia.

    Aunque desde luego si hay que simplificar y decir que vino un señor y creó una dictadura de la nada, pues se simplifica. Lo único que veo incongruente es mantener abierto un sistema de comentarios si no se desean comentarios. Ni bien ni mal, sólo incongruente.

    ResponderBorrar
  11. Me temo que confundes el concepto de hacer comentarios con el concepto de darte a ti la razón. Se parecen como un huevo a una castaña.

    Y sí, es cierto que con los niveles de pobreza, relativa y absoluta, que había en toda Europa a principios de siglo, tiene lógica pensar que uno se sienta atraído por la dictadura del proletariado. Aunque también es cierto que el pueblo alemán tuvo sus razones, bien poderosas, para votar al NSDAP, y no por eso, no sé tú, pero yo, desde luego, no les disculpo.

    Por lo demás, la cosa es que la pobreza de principios del siglo XX hubo quien la solucionó, cuando menos en bastante medida. Y quien no.

    ¡Ah! Y, en mi opinión, el microondas y el DVD, de mierda, nada. Anda que no resuelven problemas ambos aparatos.

    ResponderBorrar