sábado, enero 17, 2009

Cómo admirar a la vez a Marx, Lenin, Mao, Hitler y Franco (y 5)

A la altura del año 1972, cuando por lo tanto Macías llevaba tres años en el poder, no quedaba en Guinea ni un solo político anterior a la independencia o que hubiese ostentado algún cargo de importancia en el país en los primeros tiempos de su existencia. Al que no estaba exiliado, Macías lo había ejecutado, en una represalia sangrienta que había alcanzado, no sólo a los propios políticos, sino a sus familias, a sus amigos e, incluso, a sus vecinos. Macías, como muchos africanos, tenía un fuerte sentido localista y tribal. El país, en sí, estaba en manos del clan de Mongomo; y, en justa correspondencia (justa según su forma de ver, se entiende), los lugares de donde eran oriundos sus enemigos debían de sufrir las consecuencias. Los oriundos de Evinayong, Río Benito, Acurenam, Kogo o Fernando Poo, eran sistemáticamente perseguidos por el régimen. Para entonces, y como consecuencia de esta política tan liberal, aproximadamente uno de cada seis guineanos estaba exiliado.

Macías decretó que los desplazamientos por el interior del país sólo podrían realizarse de mediar un certificado de autorización expedido por el Gobierno. De hecho, pues, convirtió Guinea en una inmensa cárcel. Para algunos lo fue con más claridad. En 1973, todos los sacerdotes católicos y protestantes fueron colocados en arresto domiciliario y les fue prohibido separarse de la cocina de su casa más de tres kilómetros. Los seminarios fueron cerrados, en una medida que fue dramática para el nivel cultural de la clase, llamémosla, intelectual de Guinea, por la mayor parte de los ciudadanos alfabetos salían precisamente de los seminarios.

1973 fue también el año en el que se produjo un cambio sustancial en la estructura de poder española con el acceso de Luis Carrero Blanco a un puesto que Franco, jefe del Estado, se había reservado hasta entonces para sí: presidente del Gobierno. Si la presidencia de Carrero puede interpretarse de muchas formas en relación con el régimen franquista, desde el punto de vista de Guinea Ecuatorial la lectura está muy clara. Carrero era un colonialista, opuesto en gran medida a las posturas algo más pro tercermundistas de Castiella, y una persona aliada de los grandes empresarios que habían tenido intereses en el país. No es extraño, pues, que la llegada de Carrero viniese casi a coincidir en el tiempo con el inicio por parte de estos empresarios de acciones ante el Tribunal Supremo, exigiendo indemnizaciones por las expropiaciones de que habían sido objeto por Macías, en unas cantidades, más de 100 millones de pesetas, que Guinea no quería pagar y, probablemente, no podía.

El hecho de que España pusiese pies en pared hizo ver a Macías, quien de todas formas ya se consideraba rodeado de conspiradores, lo solo que estaba. Un tiempo antes había tenido un gravísimo conflicto con Gabón del que salió perdedor, en gran parte por su aislamiento internacional (acentuado por el detalle de que el embajador que envió a Naciones Unidas ni siquiera sabía hablar inglés).

En aquel mundo, sin embargo, siempre había una salida para quien se sintiese aislado: los otros, o sea el llamado bloque del Este.

La Unión Soviética y sus satélites aceptaron encantados. Para entonces, 1973 como decimos, lo de Vietnam era cosa pasada y gran parte del enfrentamiento geopolítico de la Guerra Fría se había desplazado a África (véase, por ejemplo, Angola).

Las Juventudes en Marcha por Macías adoptaron en su uniforme el cuello Mao (cabe hacer notar que Macías logró, no se sabe muy bien cómo, ayuda simultánea de la URSS y de China). En sus discursos comenzó a aparecer la palabra revolución y se inició por todo el país una campaña para destruir todos los libros editados en Occidente. Fue al inicio de esa etapa, en un mitin en Bata, donde Macías expresó que las personas que, en su opinión, habían hecho más en favor de la Humanidad, habían sido Marx, Lenin, Mao, Hitler, Franco y el dictador ugandés Idi Amín. Todos ellos, como sabemos, están hoy muertos y en el Cielo.

Los actos oficiales terminaban con la siguiente letanía: «En marcha con Macías, siempre con Macías, nunca sin Macías, todo por Macías». Luego, un poco en plan de la canción esa tan coñazo del pumpun y abre la muralla y cierra la muralla y tal, se coreaban una serie de «abajos»: abajo el colonialismo, el imperialismo, el neocolonialismo, los golpes de Estado, los ambiciosos, el colonialismo tecnológico y el colonialismo comercial. Y se terminaba con un «arriba» para la revolución.

En las escuelas se comenzó a enseñar el mito de Macías. Se decía que era una persona con poderes mágicos y que las balas no podían herirle (por eso, una vez ejecutado, mucha gente no creyó su muerte). También se enseñó, como en la Camboya de Pol Pot, que un niño debe ser más fiel al Estado que a su familia, así pues, si cree o sabe que sus padres son subversivos, debe denunciarlos. Los nombres propios y la toponimia se africanizaron, en un movimiento parecido a la deslatinización del alemán llevada a cabo por Hitler. Para valorar lo centrado que para entonces estaba el muchacho, tras una noche de pesadillas, en la que tal vez soñó que se lo apiolaban, construyó una muralla en derredor suyo en Malabo, dentro la cual vivía sólo con su familia.

En el verano del 73 se celebró, a culatazos, el referéndum sobre la reforma de la Constitución. Se ha dicho muchas veces que Franco hizo trampas en sus referenda haciendo votar a los muertos. Macías casi aplicó el sistema: dejaba medio muertos, si no del todo, a los que no votaban. La reforma constitucional fue aprobada por el 99% de los votos. El III congreso nacional del PUNT, en sus resoluciones, califica a Francisco Macías Nguema Biyogo de: Único Líder y Héroe Nacional, Honorable y Gran Camarada, Presidente Vitalicio de la República, General Mayor de las Fuerzas Armadas Nacionales, Gran Maestro en Educación, Ciencia y Cultura, Presidente del PUNT e Incansable Trabajador al servicio del Pueblo.

Las resoluciones del PUNT son para orinar sin dejar caer la más mínima gota. Una de ellas, por ejemplo, prohíbe a los ministros del Gobierno dedicarse al comercio, pero advierte, en la misma frase, que «este precepto no se extiende a los familiares de las autoridades señaladas».

No parece que hagan falta muchas opiniones para valorar que la nueva Constitución es un texto que no tiene la más mínima intención de mostrar tintes democráticos. Pese a admitir el principio general de que el pueblo es soberano, añade, en un ribete típicamente fascista, que dicha soberanía sólo se podrá ejercer a través del Estado y el partido único. Ese mismo partido tiene la potestad hasta de revocar el mandato de los diputados (art. 60), y el presidente puede disolver la Asamblea cuando quiera. Los jueces eran, asimismo, de mandato directo presidencial (art. 68).

En junio de 1974, más de cien personas fueron asesinadas en Bata, acusadas de preparar un golpe de Estado. Sus familiares fueron obligados a acudir al juicio a pronunciar, ellos mismos, la sentencia de muerte.

En 1974 Macías, cuya paranoia ahora se dirigía contra los cooperates enviados por otros países africanos, los expulsó. También hizo lo propio con el delegado de las Naciones Unidas para el programa de desarrollo del país. El presidente guineano estrechó sus relaciones con la URSS, aportando con ello una base interesante para tropas cubanas presentes en Angola. No obstante, esto no arregló su enfermiza manía persecutoria. En 1975, durante el aniversacio de la independencia, tan sólo consintió estar fuera de su palacio 16 minutos, dado que, como aseveró en una intervención radiada desde su despacho, sabía que la oposición había comprado mercenarios para matarlo.

Su decisión de dar la espalda a los vecinos africanos le salió cara a Macías. Gabón, que había aceptado realizar una política de devolución de exiliados, cesó en la misma, convirtiéndose en un santuario para los huidos. Otros países, como Egipto o Nigeria, se negaron a devolver a los estudiantes guineanos que tenían en su territorio, como les demandó el Gobierno ecuatorial. Por su parte, los que estaban en países del Este aprovechaban que tenían que pasar por Madrid para coger el avión a Malabo para «perderlo». Naciones Unidas solicitó de España que diese a estos guineanos el estatuto de refugiado político. Pero España, probablemente porque luchaba asimismo para que algunos españoles no obtuviesen dicho estatuto en Francia, se negó, por lo lo que los guineanos fueron declarados apátridas. Detallito que alimentó notablemente la desconfianza de los guineanos hacia España. En 1975, Macías Nguema Biyogo Ñegue abolió la enseñanza privada, generando el monopolio estatal de la enseñanza que ya tenía en la economía, pues los artículos de primera necesidad sólo podían adqurirse mediante autorización; lo cual, por cierto, condenaba a la hambruna a los parientes de cualquiera considerado subversivo. En abril de aquel año, asimismo, quedó prohibida en Guinea la expresión «Dios guarde a usted muchos años».

La charlotada de Macías llegó a puntos tan increíbles como un mitin en el que anunció que había averiguado (se jactaba de saberlo todo, como Dios, y mucha gente lo creía) que le habían puesto una granada debajo de la tribuna desde la que hablaba. Acto seguido se agachó, se levantó, mostró al público una granada y, acto seguido, acusó al vicepresidente Miguel Eyegue, que estaba a su lado, de haber preparado el complot. Allí mismo lo destituyeron y se lo llevaron, no precisamente a jugar al mus. Incluso se dice que hizo abortar a hostias a una de sus esposas, que osó transmitirle la inquietud por los problemas de hambre del país.

A finales de 1975, Malabo se quedó sin luz por falta de combustible para los generadores. A principios de 1976, los 15.000 jornaleros nigerianos del cacao, hartos de putadas y de hambre, pidieron la repatriación. La guardia guineana intentó impedirlo, pero el envío por parte de Nigeria de barcos de guerra los tranquilizó bastante. Macías huyó al interior. A la salida de los barcos, hubo disturbios con varios muertos por la cantidad de guineanos, muchos de ellos incluso policías, que se tiraron al mar para intentar subirse a los barcos.

En febrero de 1976, EEUU rompió sus relaciones diplomáticas con Guinea. Para entonces, ya no había ni embajador guineano en Madrid, que fue expulsado tras los fusilamientos de los militantes del FRAP y de ETA y unas declaraciones suyas al respecto; ni embajador español en Malabo, puesto que fue expulsado en represalia.

Francisco Macías Nguema Biyogo Ñegue Ndong fue responsable, según diversas fuentes, de unas 90.000 muertes. Es una cifra parecida a la que se estima de personas desaparecidas durante la dictadura argentina. Guinea, sin embargo, no ha tenido ni un Costa Gavras que le haya hecho una película, ni un Sabato que haya hecho notaría de sus bestialidades. Sus muertes, a juzgar por los conocimientos del enterado medio (incluso del español) es como si nunca se hubiesen producido.

Él creía que con su régimen de terror, desarrollando un país en el que mandaban, de hecho, las partidas de la porra de su Juventud en Marcha con Macías, solventaba su único problema, que era la oposición exterior. Pero en eso se equivocó. Con su aislamiento internacional, que para 1976 era ya pavoroso, Macías dejó de ser útil incluso para los suyos. Por eso fue de su propio entorno de donde partió el golpe de Estado que acabó con él; eso sí, buscando soldados extranjeros para fusilarlo, pues los guineanos no se atrevían.

El 3 de agosto de 1979, Teodoro Obiang Nguema, sobrino del presidente, dirigió un golpe de Estado contra él y lo depuso. Con la caída y muerte de Macías se abrió un periodo muy confuso, en realidad lleno de desencuentros, entre Guinea y España. Hoy, ambos países dan la impresión de no sentir nada positivo por haber estado, un día, íntimamente ligados.

Probablemente, la mejor manera de terminar este grupo de comentarios sobre Guinea sea citar, por última vez, al presidente Macías:

«El hombre que hizo posible la libertad de África fue el Führer. Al provocar la guerra de Europa, consiguió traer la libertad que hoy disfrutamos. Por más que dicen que Hitler fue malo, Hitler intentó salvar a África. Ése es el hombre que nos ha dado la libertad, tened esto presente».

Cráneo previlegiado.


In memoriam Tadeo Mba. Adiós, amigo.

miércoles, enero 14, 2009

Historias de Barcelona

Querido diario: en el día de hoy, hago firme promesa de no volver a dudar de San Google.

Inocente fui yo por considerar que en internet no sería posible averiguar qué jaca ganó el concurso de Miss Europa de 1933. Porque sí, fue la rusa. Y también habéis acertado los que habéis considerado que era concursante en el exilio, es decir representaba a los rusos blancos.

Ahora, en la segunda exiliada, no es por nada, la habéis cagado.

Hay y comentario que casi da en el blanco. Dice: yo votaría por Alemania, porque un país fascista es bien capaz de estar en contra de los concursos de belleza.

De lo único que hay que darse cuenta es de que Alemania no era el único país fascista en 1933.

La segunda exiliada, señores, era exiliada de Don Benito. No de la población pacense, no; de don Benito Mussolini, pues fue este ciclotímico dictador el que decidió que los concursos de belleza eran impropios de una patria imperial como la vieja Italia.

En fin, hechas las aclaraciones, contemos algunas cosas de Barcelona.



Ocurre a veces, en las subastas y remates de libros usados que frecuento, que para poder llevarte un buen mero tienes que llevarte alguna anchoa. Es usual que haya lotes de libros empaquetados a causa de la poca «salida» que algunos libros tienen por sí solos. A este hecho cabe unir que el bibliófilo (o por lo menos este bibliófilo que aquí os escribe) suele reservar alguna parte de sus adquisiciones para lo que podríamos denominar «pequeñas locuras», o sea compra de libros que teóricamente no son de su interés, y que compra por puro vicio, por leer algo distinto.

Una de estas adquisiciones fue, hace algunas semanas, un libro editado en 1963 por Ediciones Marte, titulado Memorias de un funcionario. No era caro y he de reconocer que el título me enganchó. ¿Qué tendría un funcionario que contar? Y, a todo esto, ¿de qué tipo de funcionario estamos hablando?

El libro en cuestión resultó ser obra de Manuel Ribé. Un hombre que, en la primera mitad del siglo XX, se ocupó, en diversas etapas, de la responsabilidad de la policía local del Ayuntamiento de Barcelona y, sobre todo, de su protocolo. Con la puntillosa meticulosidad de alguien que tiene en muy alto concepto su trabajo, Ribé escribió un libro que es, básicamente, la nómina de todas las cuchipandas, recepciones, premios y demás historias en las que estuvo metido el Ayuntamiento de Barcelona en la primera mitad del siglo. En realidad, el libro se hace un poco pesado. Ribé, catalán hasta las cachas, realiza descripciones tan pormenorizadas que se hace algo pesado; casi en cada almuerzo, cena o desayuno que organiza, nos detalla el menú y los costes. Una información muy interesante para alguien que quiera estudiar la evolución de los precios en la Barcelona de antes de la Guerra Civil.

Es Ribé quien cuenta, entre alucinado y cachondo, el extraño caso del alcalde de Barcelona que lo fue tan sólo por llevar puesto un buen chaqué (que, ahora que lo pienso: ¿no será que la ministra de Defensa lee este blog, y por eso se lo pone?). Pero cuenta más cosas. Algunas de ellas las voy a dejar aquí, no sin dejar de recomendar a mis amigos catalanes, o catalanófilos, especialmente los barcelonípedos, que, si algún día les cae en su entorno el libro de Ribé, tiren de tarjeta de débito y se lo lleven.

Hablando de Cataluña, hay que empezar por la cuestión lingüística. Aunque no la esperada. En año 1909, como sabemos bien, fue especialmente movido en Barcelona a consecuencia de la Semana Trágica. Así pues, una vez que aquellos disturbios pasaron, los regidores de la ciudad estaban locos por albergar en la ciudad cuantos más signos de modernidad y de progreso, mejor. En parte por esta razón, aquel año de 1909 se celebró en la Ciudad Condal el V Congreso Mundial de Esperanto. El Ayuntamiento, gozoso de la convocatoria, le pagó a los asistentes una comida, para lo cual aprobó un crédito extraordinario de 5.000 pesetas (30 euracos).

Pero lo alucinante es lo que nos cuenta Ribé. Le dejo hablar (aunque las cursivas son mías): «Ni qué decir tiene que como Jefe de la Guardia Urbana procuré que el Cuerpo cuidara muy bien de todos los servicios a los que debía atender, teniendo muy en cuenta que el Congreso era Universal y que Barcelona aún convalecía. Unos doce guardias y tres clases hablaban correctamente esperanto, y distribuidos con cuidado y maña, les pareció a los congresistas que eran muchísimos más los que conocían ese idioma».

Hace ahora cien años, pues, la policía local de Barcelona tenía 15 efectivos que hablaban esperanto. ¿Alguien se anima a buscar en Google cuántos hay ahora?

Hace cien años, si hemos de hacer caso de Ribé, el gran problema de Barcelona, como localidad turística, era el puerto. Porque cabe decir que hace un siglo en Barcelona, mientras en muchos lugares de España aún no sabían lo que era un turista, ya existía una asociación privada que llevaba el no muy elegante nombre de Sociedad para la Atracción de Forasteros, dedicada al fomento del turismo hacia la ciudad, de la que Ribé, por cierto, era secretario. Era pronta, pues, la vocación de la ciudad por convertirse en eso que llaman una economía de servicios, vía turismo.

Pero el puerto era un problema. Entonces, los trasatlánicos no desembarcaban a su grey mediante pasarela, sino que echaban el ancla a unos cientos de metros del muelle, de forma que el pasaje era llevado a tierra en barcas. Lo cual provocaba que en el puerto hubiese siempre una multitud de ofertadores de todo tipo, o sea taxistas, dueños de pensiones, de restaurantes, de tiendas y, por supuesto, descuideros de variada laya, subidos a un ejército de barcas que literamente atracaba (en varios sentidos) a los inocentes guiris que llegaban con sus francos y su despiste. «Sólo yo sé lo que tuve que trabajar para que el desembarco en el puerto de Barcelona fuese digno de su nombre», afirma, categórico, Ribé.

Otra especialidad barcelonesa era el republicanismo. En Barcelona, como en Madrid, el sentir republicano era muy fuerte y, aunque en las elecciones a Cortes se disimulaba mediante las mil artimañas de la manipulación electoral (durante medio siglo, en España se dio siempre la curiosa, y sospechosa, circunstancia de que las elecciones siempre las ganó el partido que las convocaba), en el ámbito local esto era ya mucho más difícil. Por tal razón, la ciudad alcanzó a tener alcaldes de fe republicana. En septiembre de 1910 arribó a Barcelona la infanta doña Isabel, miembro pues de la familia real, que fue agasajada por las autoridades locales. Esta doña Isabel o era despistada o le importaba todo un culo porque, llegando al paseo de Gracia y viendo a las gentes que la vitoreaban, se volvió hacia el alcalde accidental, José María Serraclara, y le dijo:

- Alcalde, ahora es el momento oportuno de dar un viva al rey.

Serraclara puso la misma cara que pondría Henry Fonda si tras descartarse de cuatro cartas le viniese un póker de mano; algo así como cara de catalán con el interruptor general en off. Tuvo que ser un ministro del gobierno de Madrid quien, subeptriciamente, se acercase a la infanta, y le musitase:

- ¿Es que Su Alteza ignora que el señor alcalde es republicano?

O sea, como invitarle al Carod a que dé un Viva España.

Los relatos sobre aquellos años, hace un siglo, son enternecedores por su amateurismo. Hoy, en política, todo es profesional. Y es obvio que si el alcalde de Madrid, Gallardón el Picopala, visitase Barcelona y pasara en ella varios días, sobran en la ciudad hoteles de postín para alojarlo. Sin embargo, en octubre de 1911, cuando el alcalde de Madrid, Francos Rodríguez, visitó Barcelona, las cosas eran más amateurs. Porque Francos (en plural) no se hospedó en ningún hotel, sino en la mismísima casa del alcalde de Barcelona. Eso es lo que se llama cooperación territorial, y lo demás son hostias. Era alcalde de Barcelona el marqués de Marianao, y tenía un palacio en el paseo de Gracia que lo flipas (creo que hoy es la sede del Banco Vitalicio). Allí se quedó el alcalde de Madrid, pero no, por cierto, sin que Marianao intentase algún otro arreglo, o sea quitarse de enmedio el huésped. La razón nos la da Ribé: los madrileños, decía el alcalde barcelonés, solían cenar muy tarde, y eso le causaba molestias.

He aquí un misterio resuelto: el hecho diferencial catalán consiste, básicamente, en acostarse pronto. ¿Qué habría sido de la industria discotequera sin la inmigración?

Marianao, por cierto, cumple con el retrato del catalán modelo en otra cosa: su intensa devoción por la virgen del puño. Los propietarios del paseo de Gracia tenían la obligación de poner losetas en la acera delante de su casa, pero podían dejar una parte con tierra. En realidad, casi todo el mundo que vivía en la avenida había completado las aceras con losetas, pero no Marianao, quien mantenía la proporción de tierra porque, como repitió siempre que se lo recordaron, no estaba obligado a embellecer la zona. Ni siquiera cuando fue alcalde abordó la obra. La pela es la pela...

El 18 de diciembre de 1914, la Guardia Urbana estrenó uniforme de gran gala para las celebraciones especiales. Conociendo a Ribé, que es quien lo preparó, tuvo que ser un uniforme acojonante. Tan, tan acojonante, que en el curso de la cena que se celebraba, el capitán general de Cataluña, el célebre general Valeriano Weyler, se dirigió a dos guardias que guardaban la puerta y les estrechó la mano, tomándolos por invitados.

Algunas semanas antes, en octubre, se declaró en Barcelona una epidemia de tifus. 9.278 enfermos y 1.976 fallecidos, que se dice pronto. El motivo de dicha infección da la medida del amateurismo de los tiempos: una casa recién construida vertía todas sus aguas fecales en las conducciones de Moncada que surtían Barcelona. Así pues, los barceloneses bebían, literalmente, un agua de mierda. Lo extraño es que quedase alguno...

Esto debe de ser algún tipo de tradición. Mi experiencia personal es que si hay un elemento en el que un barcelonés siempre está dispuesto a reconocer la superioridad de Madrid, es el agua, que aquí es mucho más rica, y considerablemente más barata.

Pero el tifus no fue todo. En el otoño de 1918, Barcelona habría de sufrir, como toda España, la terrible gripe española, ésa que dicen que está a punto de repetirse. La enorme mortandad de la gripe en Barcelona acabó creando un cuello de botella funerario: los enterradores de los cementerios, literalmente, no daban abasto y se llegó a la tétrica situación de que en la plaza frente al llamado Cementerio Nuevo se acumulasen los ataúdes con su muerto dentro, esperando que alguien los enterrase. Fue necesario crear brigadas de enterradores provisionales, en realidad obreros del Ayuntamiento. Otra medida que se tomó es que los sacerdotes no fuesen a la casa de los fallecidos y permaneciesen en la entrada de sus parroquias. Los féretros ni siquiera entraban: pasaban por delante, el cura rezaba el responso, y, hala, al cementerio. Extrema unción exprés.

En 1915, albergando ya Barcelona la idea de convertirse en una gran ciudad ferial, la ciudad toma posesión de la montaña de Montjuïch y aledaños, con el fin de montar una exposición internacional de Industrias Eléctricas, que fue la que lo comenzó todo. El alcalde, Pich y Pon, albergó enseguida la idea de construir un palacio en lo más alto de la montaña. Tantas ganas tenía de hacerlo que, cuando descubrió que allí en la cima había unos viñedos, ni corto ni perezoso se los compró al vinatero con su propio dinero; hoy sospecharíamos de este movimiento por posible corrupción urbanística, pero en aquel entonces lo único que pasaba era que Pich estaba que no orinaba por empezar las obras. Al día siguiente de la adquisición, se presentaron los obreros municipales para arrancar las viñas y el antiguo dueño, que lo vio, se agarró un disgusto de la hostia y empezó a dar la brasa, tanta, tanta, que el alcalde le tuvo que apoquinar 250 pesetas para que se callase.

El 30 de mayo de 1925, se celebró en Barcelona un acto que ahora mismo puede parecer poco importante, pero que en su momento fue de gran trascendencia para la ciudad: la inauguración el metro a su paso por la calle Balmes.

El metro de la calle Balmes, o más bien su inexistencia antes de ser construido, es una buena demostración de lo anárquicamente que creció Barcelona. Porque Barcelona, a base de tener alcaldes bienintencionados pero con escasa formación urbanística, se convirtió en un ejemplo claro de ciudad antigua, pues a mediados del siglo XIX todavía era una ciudad casi medieval, que estaba siendo engullida por su propio desarrollo. El crecimiento de Barcelona, sobre todo desde que Rius y Taulet diseñó su expansión, se había hecho muy deprisa. La calle Balmes había sido alguna vez una calle más bien periférica, pero ya no lo era. Sin embargo, mantenía una característica típica de calle de extrarradio: la recorría el ferrocarril de superficie. La situación era tan incómoda y peligrosa que en los últimos años que existió dicho ferrocarril fue necesario que la ciudad colocase un guardia urbano en cada una de las esquinas de las calles perpendiculares, con el objeto de evitar accidentes. Pocos avances en la calidad de vida urbanística de la ciudad son más importantes que el que inauguró aquel día primaveral, hoy hace 84 años.

¿Cuántos años hace que existen los vuelos entre Barcelona y Madrid? Pues 81, porque el primero despegó el 16 de diciembre de 1927. En sus inicios, el vuelo tomaba unas tres horas, o sea el triple que hoy. Todavía hubo gente que tomó aquellos aviones que era capaz de recordar los tiempos en los que el barcelonés que tomaba la diligencia para ir a Madrid salía a eso de las 10 de Barcelona y paraba tres horas después para comer... ¡en Hospitalet!

He dicho antes que Barcelona era aún en el siglo XIX una ciudad medieval. Pero hay medievalismos en esta ciudad que son, paradójicamente, modernos. Todos los que hemos estado en Barcelona hemos visitado el barrio gótico y, una vez allí, hemos admirado el pequeño puente de la calle del Obispo, ése que une dos edificios. Y tengo por mí que no sólo turistas sino los propios locales tienen ese detalle arquitectónico por algo puramente gótico. Serán pocos los que sepan que ese puente fue, en realidad, inaugurado el 23 de abril de 1928. Y conviene decir que su construcción fue un escándalo entre arquitectos, artistas, escritores y otros porculos, los cuales consideraban que el tal puente era un pastiche que nunca sería tomado por auténtico. En realidad, la obra forma parte de todo un plan trazado por los ediles de la ciudad para conseguir consolidar el barrio. Y, ciertamente, lo han conseguido; no serán pocos los que piensen que el barrio gótico de Barcelona se llama así desde los tiempos del gótico. Lejos de ello, la denominación data de los tiempos de la inauguración del puente de la calle Obispo.

Otro dato: ¿cuándo se instalaron los primeros semáforos en Barcelona? Pues en agosto de este cumplirán, exactamente, 80 añitos. La implantación obligó a las administraciones a editar miles y miles de pasquines donde se explicaba sencillito lo de los tres colores y lo de lo que hay que hacer y tal. Ya sé que os parecerá una chorrada, pero si os paráis a pensarlo, creo que acabaréis por coincidir conmigo en que entender el funcionamiento de un semáforo no es tan fácil como parece cuando no se ha nacido rodeado de ellos. De hecho, aún hoy somos mayoría los humanos que tendemos a interpretar de mala manera la luz ámbar.

Y rodando, rodando, en este pequeño anecdotario llegamos hasta un día con Historia, como es el 14 de abril de 1931. Como es archisabido, ese día toda España hervía ante las noticias que iban llegando del enorme caudal de votos obtenidos por las candidaturas republicanas en las elecciones municipales. En Barcelona y Cataluña los nacionalistas ganaron por goleada, en buena parte por un efecto que se repetiría en febrero del 36, es decir que los habitantes de las barriadas más modestas se aplicaron a votar masivamente.

El líder del catalanismo era Françesc Maciá y, como tal, su objetivo fue ir a la Diputación a hacerse con el poder (de hecho, declaró la República Catalana, proclamación de la que luego tuvo que dar marcha atrás tras no fáciles negociaciones con los políticos de Madrid). El segundo de Maciá, o sea Lluis Companys, fue encargado de ir al Ayuntamiento para hacerse cargo del mismo. Allí fue donde se encontró con nuestro incombustible Ribé.

Era alcalde de Barcelona, accidental, el señor Martínez Domingo, el cual se negó a entregar a Companys la vara de alcalde, por considerar el procedimiento poco legal. Aún así, Companys la tomó, con lo que al hasta entonces alcalde no le quedó otra que darse el piro.

El problema se planteó cuando el nuevo poder en el Ayuntamiento (no cabe llamarlo alcalde propiamente hablando) dictaminó, lo cual tiene su lógica, que se izase la bandera republicana en el balcón del Ayuntamiento.

El 14 de abril de 1931, no había en el Ayuntamiento de Barcelona ni una bandera tricolor.

Visto lo visto, los servicios de la corporación se dirigieron a la plaza de San Justo, donde había un centro republicano, donde pidieron prestada la bandera que solían colocar en un mástil sobre la entrada. Una bandera, nos cuenta Ribé, que estaba un poco estropeada. Ya sabemos cómo se ponen las banderas que trabajan muchos días y muchas noches sin que alguien las lave: asquerosas. Pues aquella tela semimugrienta fue la que se izó a la una y media de aquel 14 del balcón del Ayuntamiento de Barcelona, a falta de algo mejor.

No quiero terminar estos comentarios sin confirmar algo que comenté, como posibilidad, cuando conté la peripecia de Josep Banqué, aquel alcalde que lo fue por la sola razón de ir bien vestido. Porque Banqué no fue, en efecto, el alcalde más breve de la Historia de esta ciudad. Éste fue Víctor Felipe Martínez, capitán de la legión. Tomó posesión del cargo, en nombre del ejército franquista, a las cuatro y media de la tarde del 26 de enero de 1939, cuando las tropas de Franco estaban entrando en la ciudad; y cesó a la misma hora del día siguiente, momento en que fue nombrado Miguel Mateu y Pla.

No sé por qué, pero me da que si en el Ayuntamiento de Barcelona hay galería de retratos de los antiguos alcaldes, no figurará el del capitán Martínez.

martes, enero 13, 2009

Los cánones de belleza

Tras el anterior artículo dedicado al Retiro, y para que no se mosqueen mis lectores de Barcelona, que sé que son unos cuantos; y también porque puedo, gracias a una curiosa fuente de la que ya hablaré, en estos días preparo un articulín que trata de ser un anecdotario de la ciudad de Barcelona. Para muestra, este pequeño botón.

La foto que aquí muestro fue tomada en el Ayuntamiento de Barcelona el 20 de mayo de 1933. En ella aparecen las concursantas del certamen de aquel año de Miss Europa, que se celebró en Madrid. En la primera fila, de izquierda a derecha: Miss Noruega, Miss Italia, Miss Hungría, Miss Turquía, Miss Francia y Miss Dinamarca. En la segunda fila: Miss Alemania, Miss Rusia, Miss Bélgica, Miss España y Miss Yugoslavia.

Aunque el escaneo no sea el mejor del mundo y la foto tampoco como para echar cohetes, se ve lo suficiente como para darnos cuenta lo mucho que ha cambiado en setenta y pico años el concepto de tía mollar. Hoy por hoy, si de Miss Dinamarca y Miss Alemania, por ejemplo, nos dijeran que son las madres de alguna candidata, lo creeríamos. Pero nos costaría pensar que puedan ser, ellas mismas candidatas.

Os dejo dos preguntas.

La primera, obvia: ¿quién ganó? Esta vez espero haberos pillado, o sea que no creo que en Google se pueda consultar quién ganó el Miss Europa de 1933 (aunque todo puede ser). La única pista que daré es ésta: yo le habría votado a Miss Yugoslavia. Pero me habría equivocado.

La segunda pregunta. Dos de estas candidatas lo fueron (recordad: 1933) «en el exilio», porque en sus respectivos países los concursos de belleza femenina estaban, entonces, prohibidos. ¿Se os ocurre a qué dos países nos estamos refiriendo?

Hala, hasta más ver.

domingo, enero 11, 2009

Notas sobre el Retiro de Madrid

Pues sí. El parque del Retiro es un elemento fundamental de Madrid. Uno de esos lugares donde todo el mundo ha estado, al menos una vez, y en el que a todo el mundo le ha pasado algo interesante. Es por ello que, tarde o temprano, debíamos ocuparle un pequeño espacio.

El parque se finalizó el 1 de octubre de 1632. Para entender por qué el parque se llama del Retiro, hay que tener en cuenta que su existencia se combina, o diríamos modernamente que forma un paquete, con la iglesia de los Jerónimos. Los Jerónimos es la iglesia real de Madrid por excelencia. No pocos de los miembros de la familia regia se han casado allí o han sido allí cristianizados, aunque la existencia de la catedral de la Almudena parece haber cambiado las cosas, a juzgar por la boda del actual heredero de la (inexistente) corona. Por alguna razón que se me escapa, los reyes españoles tardaron mucho en darse cuenta de que justo al lado de su palacio tenían un solar de pila máster para levantar una iglesia. Así pues, el lugar sagrado para ellos fue, durante siglos, la iglesia de Los Jerónimos.

Así las cosas, el parque cumplía una función de retiro para los miembros de la familia real, retiro que se llevaba a cabo, fundamentalmente, en los días de cuaresma o de luto, que viene a ser lo mismo porque, si no estoy muy equivocado, la cuaresma es una especie de luto en sí misma. El parque, por lo tanto, se concibió como un lugar de recogimiento y descanso, hasta el punto de que en su día estuvo relativamente repleto de casas diseñadas para el reposo, sobre todo construidas por Fernando VII, aquel rey de no haber sido rey habría sido, simple y llanamente, un cabrón (lo cual, sí, lo convierte en un rey cabrón). De todas aquellas casas de reposo que existieron sólo persiste una, que es la conocida como Casa del Pescador. Hoy en día, que yo sepa, está cerrada al público y al no público (o sea, que aunque al Urdangarín le diese por ir allí a echar una siesta, no creo que le dejaran).

Hasta la segunda mitad del siglo XIX no hizo falta que el Retiro estuviese delimitado por la verja que hoy tiene. Era lógico. Madrid empezaba en la Puerta de Alcalá, así pues el parque quedaba extramuros y no era lugar que alguien fuese a frecuentar. Durante el antepenúltimo siglo, además, el parque era más grande que ahora; algo que ya es fácil de sospechar si nos damos cuenta del detalle de que el Casón del Buen Retiro está fuera de El Retiro, lo cual no tiene demasiada lógica. El parque, llegar, llegaba hasta el palacio de Comunicaciones, rebautizado Gallardonópolis. Allí, donde ahora el alcalde se dedica a trazar en un mapa cuáles serán los comercios que se quedarán sin clientes durante meses por causa de sus obras, o a redactar esas absurdas reglas de funcionamiento como que los conductores de la EMT no estén obligados a parar en lugares que sólo por sentido poético se llaman paradas, allí, digo, en el siglo XIX se organizaban francachelas y cachondeos, especialmente en primavera y verano y en las horas nocturnas, que eran, junto con las funciones del cercano teatro Apolo (hoy es un banco; es el signo de los tiempos), lo más de lo más de Madrid. El alcalde probablemente no lo sepa, pero está sentado sobre toneladas de poluciones nocturnas.

Fijaros en esta foto, directamente uplodeada desde mi escaneoteca. No puedo datarla exactamente, aunque hay datos. El hecho de que la plaza de Cibeles esté ya urbanizada, con la diosa en el centro y mirando hacia Sol, hace pensar que la foto está tomada en algún momento entre 1898 y los primeros años del siglo XX (el libro de donde la he sacado fue editado en 1909, así pues la imagen no puede ser más antigua). A la derecha del palacio de Linares, donde «debería estar» el de Correos, lo que se ve es una extensa zona ajardinada que, en realidad, es el ante-Retiro.



La decisión de que el Retiro fuese de todos los madrileños es relativamente moderna. Llegó con el primer soplo real de democracia de nuestra Historia, es decir aquel momento de 1868 cuando cordialmente invitamos a la facha Isabelita a que se fuese a la frontera, diese un pasito hacia fuera y luego moviese la mano en señal de adiós. La Gloriosa fue una revolución extraordinaria (no son pocos los que siguen considerando que la Constitución que alumbró es la mejor que ha tenido España) y una de las cosas que trajo fue el concepto que el Retiro era de todos, o de casi todos. Hasta entonces, había sido predio exclusivo de Austrias y Borbones, y para garantizar dicha exclusividad se inventó una policia especial, conocida como Guardia Amarilla, supongo que porque sus jubones serían de ese color. Otros que estaban acostumbrados a percorrer una parte del parque eran los aristócratas, que utilizaban el llamado Paseo de Coches para ir allí a mostrarse unos a otros. En dicho paseo fue donde, en los años en los que fue rey de España el italiano Amadeo, la nobleza española se dedicó a hacerle desplantes, uno detrás de otro, normalmente negándole el saludo. La reina purgó tanta ingratitud haciendo obras de caridad y fundando un asilo por la zona de la Puerta de Toledo. El consuelo de Amadeo fue más escatológico, pues consistió, sobre todo, en ir a visitar a una descendienta de Mariano José de Larra, que por lo que sé vivía en lo que hoy es el principio de la Castellana, y matarla a polvos. Lo que no sabemos es si la señora Larra le decía a Amadeo, como Jamie Lee Curtis a Kevin Kline en A fisch called Wanda, aquello de «háblame en italiano».

A decir verdad, las distintas generaciones borbonescas ya habían abierto un poco la mano, unos cien años antes, permitiendo que se pudiese deambular por determinadas zonas del parque aún siendo de los Pequeños de España. Esto sí, con reglas. Los hombres no podían llevar el pelo cogido en una red ni ir descubiertos. También estaban prohibidas las capas, pues sabido es que en aquellos tiempos las capas eran adminículos que servían, básicamente, para que los demás no conociesen la identidad del portante. Para las mujeres había reglas que más bien parecen estudiadas para joderlas (en un sentido figurado y no saboyano). La mujer que quería pasear por el Retiro podía llevar mantón. Pero lo que no podía era llevarlo en la mano o en el brazo. Así pues, si le entraba calor, ajo y agua.

Como el Retiro es tan grande, en él caben un montón de cosas. Cupo, por ejemplo, toda una fábrica de porcelanas, conocida como La China. La levantó el Rey Coñá, o sea Carlos III, y estaba donde hoy está la plaza del Ángel Caído, estatua que, dicen, es el único monumento que existe en el mundo consagrado al Diablo. También cupo el pabellón árabe cuya foto, del siglo XIX, encabeza este comentario (la he sacado de la misma guía de Madrid de 1909, así pues hace cien años aún existía). Que yo sepa, pero puedo estar equivocado, no existe ya.



Los dos inquilinos más famosos de la Casa de Fieras fueron elefantes. El primero, Pizarro, vivió en la Casa de Fieras más o menos a mitad del siglo XIX, y se hizo famoso porque un día se escapó. Una vez que salió del parque (hemos de recordar que entonces no tenía verja), tiró para Madrid, llegó a una tahona, se metió dentro, le provocó (hemos de suponer) al dueño una serie inconclusa de lipotimias y fibrilaciones auriculares, y luego se puso ciego de pan. Para cuando sus cuidadores lo localizaron, tenía el estómago tan hinchado de comer que se dejó atrapar mansamente. Parece ser que el esqueleto de Pizarro está en el Museo de Ciencias Naturales, en la Castellana.

El segundo elefante se llamaba Perico y vivió en Madrid en los años cincuenta, sesenta y quizá setenta (hablo por recuerdos y no puedo precisar la fecha). La Casa de Fieras del Retiro, y esta es una anotación para los más jóvenes, no tenía nada que ver con los zoológicos modernos. Allí el elefante estaba a un tiro de trompa del público, y se podía alimentar a todo cristo; los niños hacíamos acopio de pan duro los días anteriores a la visita a la Casa de Fieras. Perico había aprendido de su cuidador diversas habilidades y el pueblo de Madrid, en verano, iba allí a disfrutar con ellas. La más difícil de ellas era coger monedas con la trompa. El redactor de estos recuerdos se atrevió un día, con seis o siete año, a tirarle un duro, que Perico se las arregló para coger con la trompa y depositar en la palma de mi entonces pequeña mano, acompañado de dos o tres kilos de babas.

Perico murió muy joven. Los periódicos le dedicaron necrológicas. Las merecía. Yo, cuando menos, lo echo de menos.

Cabe anotar también que en la Casa de Fieras había un par de osos blancos que se exhibían en un foso no muy grande. Uno de ellos solía pasar el tiempo caminando de un lado al otro del foso y, al llegar al extremo, asomándose al alto talud (abajo había un pequeño río), movía hacia delante la pata derecha, como saludando, y luego daba la vuelta hacia el otro extremo, donde repetía la operación. Muchos madrileños, por lo bajinis, llamábamos a aquel oso Paco, y el nombre no era baladí. Aquel Paco era por Franco, don Francisco. Y es que el Caudillo, como todos los hombres públicos, tenía sus manías gestuales en la hora de los discursos. Igual que Zapatero tiende a juntar las yemas de los dedos de las manos en un gesto (lo siento, presi) de intensos tufos sacerdotales, o Rajoy parece estar siempre esparciendo sal con su mano derecha, Franco solía realizar un movimiento con su brazo y mano derechos hacia arriba y hacia abajo, como cortando un jamón a base de tajos. El gesto del oso se parecía bastante al del Jefe del Estado, así pues la bestia del Polo Norte parecía estar diciendo aquello de «Españoles todos, un año más turbo la paz de vuestros hogares para felicitaros en fechas tan señaladas».

También estaba la Casa de Vacas, llamada así porque era una vaquería, pero una vaquería un tanto especial. Los madrileños se acercaban allí y miraban las vacas. Escogían una y, acto seguido, el dependiente ordeñaba in situ un vaso de leche, que el consumidor se metía para el coleto. Luego se inventaron las inspecciones sanitarias y estas cosas se convirtieron en imposibles.

Blay, Querol, Trilles, Marinas, Arnau, Grases e Inurria son, efectivamente, apellidos de escultores. Todos ellos están representados en el grupo escultórico más ambicioso del parque, es el monumento a Alfonso XII situado en el centro del estanque del Retiro, un lugar donde, quién más quien menos, ha pelado alguna pava alguna vez. Un espectáculo periódico que depara este estanque es su desecación, normalmente por motivos de limpieza y reparación. El espectáculo nace de que en el fondo del estanque siempre aparece de todo. Si no recuerdo mal, la última vez que se limpió, que fue hace pocos años, hasta un coche apareció.