martes, septiembre 21, 2010

Matar a Hitler (2: La bomba que no estalló)

En la primavera de 1939, Churchill se entrevistó con Goerdeler y Schlabrendorff, en cuyas entrevistas analizaron los grandes problemas que presentaba ya un golpe de Estado. Otro viajero a Londres fue el conde Helmut von Moltke, quien hacía la oposición a su manera, con escasa acción, a base de reuniones intelectuales en su casa de Kreisan.

En agosto de 1939, a su regreso de Polonia, asustado por lo que se viene encima, Canaris se las arregla para reclutar a Dohnanyi en el Departmento Z, con el rango de mayor (Oster fue ascendido a mayor general). Sin embargo, las perspectivas de un golpe de generales con alto mando se hizo imposible, en parte por el prestigio adquirido por Hitler, en parte por el hecho de que el Führer, víctima de eso que llamamos en España “síndrome de La Moncloa” y que consiste en rodearse en la cumbre del poder sólo por quienes rinden una pleitesía perruna a las ideas del jefe, dio poder en el ejército únicamente a su estrecho círculo de fieles (Brauchtisch, Wilhelm Keitel, Alfred Jodl, o Walter Warlimont). Por la vía diplomática, Hassel mantuvo contactos con los ingleses, a través de un intermediario llamado Londsdale, en Suiza en 1940 y también en abril, es decir justo antes de la invasión de Dinamarca y Noruega, hechos ambos que servirían para alimentar aún más el prestigio interior de Hitler. En paralelo, Canaris activó a uno de sus agentes, el abogado Josef Müller, ferviente católico, para que negociase con el Papa Pío XII su condición de intermediario de negociación frente a Hitler. Con tal motivo Müller estuvo en Roma en octubre de 1939 y se entrevistó con el jesuita padre Robert Leiber, alemán y miembro del entourage papal; contaba, además, con la ventaja que de Pío XII, en su etapa de nuncio papal en Berlín, había cabalgado a menudo con Beck y Canaris, pues todos ellos eran muy aficionados a la hípica.

Estos contactos llegaron bastante lejos. Müller llegó a elaborar un documento, el conocido como Memorando X, conteniendo las condiciones en las que Alemania e Inglaterra podrían firmar una paz; documento que recibió el placet tácito del Papa. Halder llegó a poner este documento en manos de Brauchtisch, pero éste consideró que el planteamiento era alta traición y se negó a darle curso. El documento fue finalmente custodiado por el coronel Werner Schrader. La invasión de los países escandinavos, que dejó bien patentes las intenciones de Hitler, abortó todo este plan. De todas maneras, el plan tenía pocas posibilidades de salir adelante teniendo en cuenta la doctrina Churchill, partidaria de una rendición total de Alemania y no de un pastiche; e imposible a partir de 1942, cuando los aliados pactaron que ninguno de ello llegaría a término alguno con Alemania individualmente.

Oster, por su parte, trataba de evitar el avance alemán. A través del agregado militar holandés en Berlín, Jacobus Sas, advirtió a los holandeses de las intenciones de Hitler de pasarles por encima, junto con daneses y noruegos, aportando incluso las fechas previstas para las distintas acciones; lo cual no sirvió de nada, puesto que Hitler acabó cambiándolas. Müller, que recibió la información de Oster, también la distribuyó a través del Vaticano, y fueron estos mensajes los que acabaron por ser interceptados por la inteligencia civil alemana. Cuando Canaris fue informado, encargó la investigación a Müller; por lo tanto, el responsable de investigar las filtraciones era quien realmente las estaba realizando. Oster también avisó a yugoslavos y griegos antes de que Hitler los atacase en 1941.

Llegó junio de 1940 y, consecuentemente, la caída de Bélgica, Holanda y Francia, más el alineamiento voluntario de Rumania y su petróleo. El prestigio de Hitler alcanzó un punto tan alto que la resistencia alemana mutó; pasó de creer en la posibilidad de un golpe de Estado desde arriba para pasar a considerar la posibilidad de asesinar a Hitler.

Una vez que Alemania abrió el frente oriental al invadir la URSS, colocó en dicho frente a un importante elemento para la resistencia. Nos referimos a Henning von Tresckow, mayor general que, por sus responsabilidades, tenía acceso directo al mariscal de campo Von Kluge, comandante de uno de los siete cuerpos de ejército empleados en la invasión de Rusia.

En estos momentos de 1940 más o menos, Tresckow y Schlabrendorff son los dos principales candidatos de la resistencia para llevar a cabo la acción contra Hitler, por lo que el asesinato se emplazaba en alguna de las visitas de Hitler al frente del Este (y se consideraba que sería imperativo algún nivel de complicidad por parte de Kluge). En el Oeste, se avanzó mediante el reclutamiento del general Olbricht, jefe de Logística del ejército de reserva al mando del general Fromm.

Tresckow, Canaris y Von Dohnanyi se vieron en Smolensko a principios de 1943. Acordaron que se formaría un comando de oficiales, al mando del barón Georg von Boeselanger, que mataría a Hitler durante la visita al frente oriental el 13 de marzo de 1943. Esta intentona fracasó por falta de apoyo de Kluge; el mariscal ya no era para entonces ningún hitleriano acérrimo, pero no hasta el punto de facilitar una acción así.

Sin el apoyo de Kluge, los conspiradores cambiaron de estrategia. Diseñaron un plan por el cual Hitler sería asesinado en su vuelo de regreso desde el frente oriental hacia Rastenburg, mediante la acción de Tresckow y Schlabrendorff. Para ello decidieron utilizar explosivo plástico de origen británico activado con un fulminante y un temporizador. Tresckow se las arreglaría para conseguir que la bomba viajase en el avión pretendiendo ser un par de botellas de Cointreau dirigidas a su colega de Berlín Helmut Stieff (nunca he entendido esta historia: ¿por qué alguien que está en Smolensko regala Cointreau a alguien que está en Berlín? ¿No debiera ser más bien al revés?)

Hitler llegó al frente del Este el 13 de marzo como estaba previsto, y se reunió con Kluge antes del almuerzo. A la hora de la comida, Schlabrendorff se acercó al avión del Führer y convenció a los oficiales de mantenimiento de la historia del regalito para Stieff.

Según los cálculos conspiradores, Hitler y el resto de los ocupantes del avión reventarían más o menos sobre Minsk. Sin embargo, Hitler llegó sano y salvo a Rastenburg. Acojonado y nervioso, pero conservando la suficiente presencia de ánimo, Tresckow telefoneó a Rastenburg y convenció a un oficial al otro lado de la línea de que le había enviado a Stieff el regalo equivocado. Con puntualidad teutónica, pues, sus presuntas botellas de Cointreau se guardaron en Rastenburg hasta que alguien viajase desde Smolensko para reclamarlas. Esto fue lo que hizo, finalmente, Schlabrendorff, quien descubrió un pequeño error en el mecanismo que había impedido la explosión.

Pocos días después de este fracaso, el barón Rudolf von Gersdorff se presentó voluntario para inmolarse con una bomba durante una exhibición en Berlín de material bélico ocupado a los soviéticos. Fracasó porque no consiguió acercarse al Führer lo suficiente.

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