viernes, marzo 12, 2010

Alicante

En los primeros días de marzo de 1939, perdida ya Cataluña y empujada una parte relevante de la fuerza militar de la II República española más allá de los Pirineos, la guerra civil ya tenía un ganador claro. Mi opinión personal, que no deja de ser la opinión de alguien a quien la Historia bélica no se le da muy bien, es que la guerra estaba de hecho perdida ya desde el otoño del 37; eran ya demasiadas las carambolas que tenían que ocurrir a la vez para que el signo de la partida pudiese cambiar. Pero por perder la guerra debemos entender, no lo que un observador más o menos avizorado pueda decir siete décadas después, sino la verdadera impresión general del momento.

miércoles, marzo 10, 2010

Cuando no hay salida

Cuando no hay salida, absolutamente ninguna, se produce la tristísima realidad del suicidio. Suicidarse, es decir acabar con la vida propia, es una de las cosas más tabú de nuestra sociedad. Desde las personas individuales hasta los medios de comunicación, todo el mundo oculta el suicidio como realidad y, quizá por eso, es una realidad difícil de aprehender.

Por ejemplo: ¿vosotros sabríais decirme cuánta gente se suicida en España hoy en día?

Pues os quitaré la curiosidad: una persona cada dos horas y media, aproximadamente. Según el INE, en el año 2007 algo más de 3.200 personas fallecieron por suicidio o lesiones autoinflingidas.

Y la segunda pregunta: eso, ¿es mucho, o es poco?

Para contestar dicha pregunta, podríamos acudir a la comparación internacional. Pero eso es para otro tipo de blogs. Este es de Historia, así pues, y en consecuencia, este esforzado amanuense, sin cobraros IVA ni nada por ello, se ha picado picadito los datos de los fallecidos por suicidio en los primeros 94 años del siglo XX. ¿Por qué 94? Pues porque a partir de ese año, más o menos, los datos de las defunciones por causa de muerte están colgadas año a año, y me rallaba un poco tener que ir bajándome ficheros uno a uno para coger tan sólo un par de datos.

La serie histórica, tal y como queda, es tal que así:




De estos datos cabe hacer una interpretación epidérmica bastante sencilla. En los primeros años del siglo XX, los españoles se suicidaban poco, tal vez porque eran pocos o porque se morían tan pronto que no tenían tiempo de matarse a sí mismos. La cosa cambia radicalmente en los albores de la cuarta década del siglo, justo cuando se proclama la II República (y la supercrisis económica del 29, que yo creo que es bastante más responsable de esta tendencia que los hechos políticos). La Guerra Civil parece ser algo parca en suicidios, probablemente a causa de la enorme gama de posibilidades de morir que siempre alumbra una guerra (aparte las naturales dificultades de hacer estadísticas fiables); pero en la inmediata posguerra se produce un repunte muy breve pero muy brutal, hasta el punto de que el volumen de suicidios al inicio de los cuarenta no se vuelve a ver hasta mediados de los ochenta. Por último, el franquismo marca una tendencia suavemente descente en los suicidios, que repuntan al iniciarse la década de los ochenta, con subidas muy bruscas.

No obstante, el número bruto de suicidios no es una cifra muy fiable. Así que para afinar un poco más, lo que he hecho ha sido calcular la tasa de prevalencia de los suicidios sobre el total de fallecimientos, en tanto por 1.000. Esto es: número de suicidios por cada 1.000 fallecimientos totales. El resultado es un tantico sorprendente.


La serie histórica de la ratio confirma el carácter notablemente dramático de la crisis del 29 y la República sobre los suicidios en España, aunque matiza notablemente el pico de la posguerra. A mi modo de ver, nos viene a decir que en los primeros años cuarenta hay muchos suicidios porque hay muchas muertes en general, probablemente como consecuencia de la pobreza generalizada y la represión política.

Observar la ratio, en todo caso, matiza mucho, a mi modo de ver, la impresión primera de que los años del franquismo (tramado en rojo en el gráfico) marcaron un descenso de los suicidios. Así vistos, lo que muestran éstos es cierta tendencia a subir y, además, a colocarse en «suelos» del entorno de 6 suicidios por cada 1.000 fallecimientos, estratosféricamente superiores a lo observado con anterioridad.

Con todo, lo que la ratio confirma es que, claramente, los años de democracia (en verde) y muy especialmente la década de los ochenta, marcan un repunte de la situación hacia límites realmente desconocidos en el pasado reciente.

¿Por qué? Bueno, eso es pregunta para sociólogos, porque conocen la materia; y, en ausencia de éstos, para actores y cantantes, porque a éstos les da igual Juana que su hermana y tienen opinión de lo que caiga. Como ninguno de los tres es mi caso, no sé si decir algo; pero creo que echaré mi cuarto a espadas.

Es evidente que no es la democracia en sí lo que es tóxico para la estabilidad emocional y psicológica de las personas, hasta el punto de disparar su tasa de suicidios. Sí lo es, más bien, el hecho de que las dictaduras parecen ejercer en muchas capas de la población el efecto sedante de aportarles un modo de vida reglado, predecible, en el que se sienten cómodos; y, al fin y al cabo, los regímenes de libertades no hacen sino romper esa estabilidad. La democracia de los años ochenta significó reconversión industrial; significó, ahora que tanto se habla del tema, reformas en el sistema de pensiones (que forzaron la retirada del Parlamento del secretario general de la UGT, Nicolás Redondo padre, hasta entonces diputado del PSOE); significó un entorno laboral en el que eso del contrato y la empresa para toda la vida se fue el garete. También cabe preguntarse si es que eso de que la mujer haga lo que quiera no ha puesto al hombre de los nervios y/o no ha colocado a la mujer ante problemáticas que joden bastante.

Otra vía de pensamiento, creo yo que más acertada (al menos intuitivamente) se basaría en considerar que los tiempos políticos, en nuestro caso, vienen a coincidir, casi por casualidad, con corrientes evolutivas sociales más profundas, que nos habrían pillado de una forma u otra. Según esta hipótesis, la creciente importancia de los suicidios en las muertes registradas por la población española estaría más correlacionada con el hecho de que la vida, en general, se ha hecho más difícil. Éste es un factor que recuerdo bien que, cuando yo era un crío, en los años sesenta, se señalaba mucho de los Estados Unidos: un país donde era extremadamente importante tener dinero y capacidad de consumo, lo que provocaba que quienes no alcanzaban dichos estándares fuesen unos, por así decirlo, hiperfracasados. ¿Se habrá convertido España en un sistema social que expulsa a sus fracasados, abocándolos, en proporciones históricamente desconocidas, al suicidio?

Se podría pensar: es que, mal que nos pese, la tasa de suicidio no deja de ser cierto signo de desarrollo. En apoyo de esto, siempre se puede aducir la famosa leyenda urbana, que mi experiencia me dice que hay cienes y cienes de personas que creen a pies juntillas, de que Suecia es el país más suicidal de Europa y tal vez del mundo. Lo malo es que la dicha leyenda es mentira. En el año 2007, se mataron 11,4 suecos por cada 100.000 habitantes. Esta tasa es desde luego superior a la de España (6,1). Pero empalidece ante la mostrada por países como Lituania (28), Hungría (21,4) o Eslovenia (18,4). Eso sí, en las estadísticas se observa que los países con menor prelación del suicidio son mediterráneos: Chipre (2,2 suicidados por cada 100.000 habitantes) y la quebrada Grecia (2,6). Si tenemos en cuenta que la tasa italiana es también muy baja (5,2), plugue que nos preguntemos si no será que los mediterráneos se suicidan menos.

En todo caso, parece claro que en el último cuarto de siglo hemos trepado, y no es, desde luego, buena noticia esta trepada. Quizá debiéramos cantar, con Presuntos, aquello de ah/cómo hemos cambiado...

domingo, marzo 07, 2010

Vita Pauli (y último apéndice: los reyes)

Bueno, pues que parece que os va la marcha, aquí os dejo un segundo, y último, apéndice a la vida de Pablo de Tarso, dedicado a las vicisitudes políticas de Judea en los tiempos inmediatamente anteriores a Jesús. Que la disfrutéis.

Aviso de que el pdf completo de Vita Pauli está ya colgado en la biblioteca. En lo alto del menú de la izquierda tienes el vínculo para llegar allí.

El rey histórico más antiguo que es citado en la Biblia es Darío. Por lo tanto, los exégetas siempre han creído que algunos de los escritos del Viejo Testamento datan del tiempo en que Judea era parte del imperio persa. Entre el imperio persa y la dominación romana, que es la verdadera gran protagonista de los tiempos de Jesús, ocurre la dominación del imperio macedonio alejandrino. Como supongo que sabréis, tras la temprana muerte de Alejandro Magno, sus generales se dividieron su imperio creando con ello varias dinastías reales, la más importante de las cuales fue la de los ptolomeos en Egipto, que tuvo por capital Alejandría; seguida del imperio fundado en el 312 antes de Cristo en Siria por Seleuco I, con capital en Antioquía, y que conocemos como dinastía seléucida. Judea fue ptolemaica hasta el 198 antes de Cristo, año en el que la victoria seléucida en Paneion hizo que cambiase de manos.

En el 198, los seléucidas se las prometían muy felices, pero lo cierto es que estaban a punto de chocar con el primo de Zumosol. Ocho años más tarde, en la batalla de Magnesia, fueron derrotados por los romanos. La posterior Paz de Apamea dejó al imperio seléucida sin sus posesiones en Asia Menor y, además, le impuso unas reparaciones de guerra tan costosas que forzaron la caída de sus reyes en la corrupción. Dado que este proceso coincide en el tiempo con el fin de la costumbre de reservar el sumo sacerdocio judío a la dinastía zadokita, la intensa necesidad de dinero de los reyes seléucidas influirá notablemente a la hora de encumbrar a dicha posición a tipos no muy religiosos, pero ricos.

Antíoco VI Epífanes, que como su propio sobrenombre indica se creía la encarnación de Zeus en la Tierra (sólo superado, algún siglo más tarde, por Cayo Calígula, que se creía Zeus mismo), intentó anexionar Egipto a su imperio para volver a ser grande, pero fue frenado por los romanos en el 168 AC. En Jerusalén, las noticias de su derrota animaron a los puristas a intentar derribar al sumo sacerdote Menelao, bastante helenizante, en la persona de Jasón, hermano de Onías III y, por lo tanto, descendiente de la estirpe de Zadok. La rebelión hizo aque Antíoco considerase a Jerusalén una ciudad traidora y, a su vuelta, la saquease, Templo incluído.

Así las cosas, Jerusalén fue declarada ciudad no judía (manda huevos) y su templo, aún controlado por Menelao El Pelota, dedicado a Zeus Olímpico. Como resultado, todos los judíos se levantaron como un solo hombre, y encontraron como líderes a Matatías, sacerdote asmodeo, y sus cinco hijos, entre los cuales sobresalía Judas Macabeo. La enorme habilidad de este último como jefe militar de guerrilla hizo que, finalmente, los planes helenizantes hubieran de ser abandonados, y el Templo dedicado de nuevo al culto de su Dios. En todo caso, los asmodeos no se quedaron tranquilos con esta victoria, y continuaron la lucha hasta el año 142 AC, cuando el último hijo vivo de Matatías, Simón, consiguió la plena autonomía de Judea. Los judíos eligieron a Simón como su líder político y religioso «por siempre, hasta la llegada del Mesías».

Simón el asmodeo y su descendencia habría que abrir una etapa de más o menos un siglo de gobierno autónomo de Judea y de ocupación del sumo sacerdocio. Su hijo, Juan Hircano, unió al reino Idumea, Samaria y parte de Galilea. Sus hijos Aristóbulo y Alejandro Janeo continuaron el expansionismo judío hasta que el reino de Judea casi alcanzó el tamaño que había tenido en los good old days de David y Salomón. Estos últimos miembros de la dinastía simoníaca, además, adoptaron el título de rey. Rey de los judíos, como rezaba el sarcástico cartel que había sobre la cabeza de Jesús cuando fue crucificado.

El problema para la monarquía simoníaca es que su último miembro, Sandrito, había montado un Estado militar imperialista de tales dimensiones que tenía al país agotado. A su muerte, ocurrida en el 76 AC, fue sucedido por su hermana, Salomé Alejandra; con su hijo mayor Hircano II ocupando el sumo sacerdocio y el más joven, el muy ambicioso Aristóbulo II, la capitanía general del ejército. En el 67 AC, a la muerte de Salomé, ambos hermanos se enfrentaron en una guerra civil. En realidad, Hircano no era sino la fachada que estaba utilizando el noble idumeo Antipater para llevar a cabo sus ambiciones de descabalgar a los asmodeos y hacerse con el reino. Antipater se dio cuenta de que el que manda, manda; así, cuando en el año 63 Pompeyo se presentó en la zona procedente de la guerra contra Mitrídates, rey del Ponto, y para anexionar Siria al imperio romano, en lugar de enfrentársele, como hizo Aristóbulo, se puso de su lado. De esta manera, consiguió que el bello e infatuado Pompeyo le hiciese el trabajo sucio, esto es someter a Jerusalén a sitio y someterlo, anexionando Judea al imperio. Pompeyo llegó a Judea teniendo poderes absolutamente plenos, que le habían sido concedidos por la Lex Manilia. Estaba tan seguro de sí mismo (bueno, la verdad es que siempre fue así de chulo) que cuando se enteró de que en el Templo judío había un sancta sanctorum en el que nunca entraba nadie, salvo el sumo sacerdote el día del Yon Kippur y tras siete días de purificación, se empeñó en visitarlo personalmente. Y lo hizo.

Hircano II fue confirmado en el sumo sacerdocio de la provincia romana de Judea, con Antipater manejando los hilos detrás de él. En los siguientes años, Antipater se trabajó a los romanos y muy especialmente a Julio, el cual le hizo ciudadano de pleno derecho y lo nombró prefecto de Judea. Consiguió sobrevivir políticamente al asesinato del César, pero fue asesinado en el año 43 AC, con lo que su labor debió ser continuado por su hijos Fasael y Herodes. Cuando Marco Antonio adquirió el control de la zona tras la batalla de Philippi, los nombró co-tetrarcas.

Dos años más tarde, en el 40, los partos invadieron Judea y colocaron un rey asmodeo, concretamente Antígono, hijo de Aristóbulo II. Fasael Antipater fue capturado y asesinado, pero Herodes Antipater huyó a Roma, donde el Senado lo proclamó rey de los judíos. En el año 37, con la ayuda del ejército romano, Herodes Antipater entraba en la Jerusalén reconquistada.

Herodes Antipater, que reinaría 33 años, hizo todo lo posible porque los judíos no le viesen como un idumeo usurpador. Repudió a su mujer, Doris, para poder casarse con Marián, la nieta de Aristóbulo. Pero aún así no consiguió ser querido por sus súbditos. Además, tenía el problema de que una de las mayores amigas de Cleopatra, la faraona de Egipto, era Alejandra, hija de Hircano y suegra de Marián. Cleopatra, que estaba en ese momento en lo mejor con Marco Antonio, ambicionaba que Judea volviese a ser, como en los viejos tiempos, parte del imperio egipcio, y trataba de convencer a su novio de que la apoyase, lo cual amenazaba con destrozar a Antipater.

En el año 36, siempre intentando llevarse bien con los judíos, y sobre todo con Alejandra, Herodes accedió a nombrar a Aristóbulo III, hijo de Marián y por lo tanto hijastro suyo, sumo sacerdote. El pobre Aristóbulo, sin embargo, se ahogó algunos meses después mientras se bañaba. No fueron pocos los que creyeron que su padrastro había tenido algo que ver. Marián, indignada, habló con su suegra, ésta con Cleopatra y ésta con Marco Antonio, quien accedió a investigar el hecho.

Afortunadamente para Antipater, que fue imputado y conminado a presentarse ante Antonio en Laodicea, éste en paralelo, como bien sabemos, estaba conspirando junto con Cleopatra contra Octavio, el cual le mandó la flota al mando de Agripa y le infligió una derrota definitiva en Actium, el año 31. Ambos se suicidaron poco después, como también es bien sabido.

Octavio se reunió con Antipater en Rodas y, contra lo que éste pensaba (al fin y al cabo, había sido uno de los aliados de Marco Antonio), le confirmó como rey de los judíos e incluso le otorgó alguna tierra más, como la comarca de Jericó.

Herodes Antipater fue un buen administrador y constructor, que mejoró las instalaciones de Jerusalén y construyó algunas fortalezas defensivas, entre las cuales se encuentra la de Masada, que acabaría siendo crítica para la identidad judía porque ahí se inmolarían decenas de zelotes rodeados por los romanos.

Su política, además, había sido la de no buscar enfrentamientos con el fundamentalismo judío. Ni siquiera tomó medidas contra los ciudadanos, sobre todo fariseos, que rehusaron realizar el juramiento de fidelidad a su persona que instituyó en el 17 AC. Pero en sus últimos años esto fue cambiando y los castigos a los actos farisaicos fueron siendo cada vez peores.

Herodes declaró herederos suyos a Aristóbulo y Alejandro, ambos hijos suyos con Marían y, consecuentemente, al menos medio asmodeos, lo cual hacía fue que fueran mejor vistos por los judíos ortodoxos que su propio padre. No obstante, a ambos los ejecutó en el año 7 AC por conspirar contra él; algo que ya había hecho con su madre años antes. En estas circunstancias, Herodes tuvo que asociar al trono a Antipater, su primer hijo, fruto de su matrimonio con Doris, la mujer en su día repudiada por él. Sin embargo, a éste también lo despojó de todos sus oropeles, también por sospechas de conspiración.

Antipater se estaba quedando sin herederos. Literalmente, tenía que optar por las sobras. Y las sobras eran el joven Herodes, hijo de la conocida como segunda Marián, hija del sumo sacerdote Simon Boethus, con la que se había casado el rey en el año 23 tras apiolarse a la primera Marián. Pero en el año 5 también este Herodes cayó en desgracia; Herodes Antipater se divorció de su madre e incluso le quitó a Simón el sumo sacerdocio. Así las cosas, fue nombrado heredero del trono el hijo de este Herodes caído en desgracia, de nombre Antipas.

Antipas ni siquiera era hijo pata negra de Herodes; era el producto de un polvete con una esposa menor, la samaritana Maltake. Tenía un hermano mayor y más importante, Arquelao, pero por alguna razón Antipater no se fiaba de él.

Herodes Antipater murió en marzo del 4 AC; no sin antes, según los cristianos, haber decretado la matanza de los inocentes, que valiente chorrada es. Probablemente enloquecido por décadas viendo conspiraciones en todas partes, apenas unos días antes de su muerte decretó la ejecución de Herodes Antipater junior, el hijo de Marián la segunda y, en lugar de dejárselo todo a Antipas, dividió el reino en tres: a Herodes Antipas le dejaba Galilea y Peraea como tetrarca; a Herodes Arquelao le dejaba Judea, Samaria e Idumea con título de rey; y una serie de territorios al Este del lago de Galilea a Herodes Felipe o Filipo, el tercer hermano por la vía de otro matrimonio de Herodes Antipater junior, en este caso con la denominada por la Historia Cleopatra de Jerusalén (para distinguirla de la de la nariz y la leche de burra).

Los tres hermanos se fueron flechados a Roma a defender sus derechos para ser los verdaderos reyes de todo. Entre medias, un tal Judas, cuyo padre había sido ejecutado por Antipater, lanzó una rebelión en Galilea en el curso de la cual llegó a tomar la ciudad de Séforis. En Roma, Augusto confirmó los términos del testamento de Antipater, pero muy pronto, en el 6 DC, tuvo que destituir a Arquelao por los enormes problemas que causaba su etnarcado (porque le negó el título de rey), entre ellos su matrimonio con la princesa capadocia Glafira, que había sido la mujer de su medio hermano Alejandro; algo que estaba en contra de la ley judía, que prohibía, no sé si sigue prohibiendo, el matrimonio con la viuda de un hermano. Es tras esta destitución en el año 6 cuando Judea se convierte en una provincia romana bajo el mando de un prefecto.

Herodes Antipas, de lejos el más listo de toda esta panda, se las arregló para que en su tetrarcado no se le presentasen problemas a Roma. No se puede decir lo mismo, sin embargo, de sus relaciones con los judíos. Se casó primero con una princesa nabatea, hija del rey Aretas, pero pasó de ella cuando conoció a Herodias, tía suya y al tiempo hermana política, puesto que era hija de su medio hermano Aristóbulo y estaba casada con su tío Herodes Felipe (no confundir con el Herodes Felipe que recibió una parte de la herencia de Antipater; éste era ciudadano privado y vivía en Roma).

La crítica de este matrimonio, impío a ojos de los judíos, es la que le costó la cabeza a Juan el Bautista.

El principal problema que le supuso este matrimonio a Herodes Antipas fue Agripa, el hijo anterior de Herodias que estaba en Roma. En la capital del imperio, Agripa se había hecho muy amigo de Antonia y de sus hijos Druso y Claudio (el cojo tartamudo que sería emperador). Esta amistad no gustaba al emperador Tiberio y, consecuentemente, a la muerte de Druso, Agripa cayó en desgracia y fue pseudodesterrado a Idumea. Herodias le comió la oreja (y quién sabe si otras cosas) a su nuevo marido para conseguir un mejor tratamiento para su hijo, cosa que consiguió; fue trasladado a Tiberias y acabó de nuevo en Roma, donde intentó poner a Tiberio contra Antipas, pero no lo consiguió. Fue adscrito a la guardia personal de Tiberio Gemelo, donde pudo labrar una gran amistad con Cayo Calígula. No obstante, sus críticas a Tiberio dieron con él en prisión.