miércoles, marzo 24, 2010

Companys (3)

Los sucesos de mayo de 1937 merecen por sí solos un post, pero bástenos decir aquí que han sido interpretados de muchas formas. Hay quien piensa que fue un conflicto organizado y orquestado, pero sin consenso sobre quién. Pudo ser el conseller de Interior, Artemi Aiguader, de la Esquerra (es mi teoría); o pudieron ser los faístas. O pudo ser una puñetera casualidad, como dicen otros. Pudo ser una batalla final por el poder efectivo en Cataluña o pudo ser, como también se dice, un conflicto radicado en el problema de abastecimientos que tenía Barcelona.

Yo sobre el asunto, y en mi estado de sapiencia o inopia, considero que los sucesos de mayo son un enfrentamiento perfectamente orquestado , que no por casualidad viene a coincidir con el desplazamiento de Largo Caballero del gobierno de Madrid y otras cosas. Los comunistas, está bastante claro en las cartas que se intercambian con Moscú y que se han publicado, están casi desde el primer día de la guerra preocupados por la charlotada antijerárquica que es el bando republicano, sin mando efectivo (algo a lo que también colaboraban ellos, dando órdenes contrarias a las de Prieto), con una milicia popular que sólo con dificultad se consigue travestir en ejército, y con un régimen de taifas sindicales obrantes en diferentes puntos del país, notablemente Cataluña y Aragón. Conscientes de que el asunto de Cataluña es bastante escandaloso y crítico para ganar la guerra, porque Cataluña es el principal activo productor con que cuenta la República, los comunistas, solos o en compañía de otros, resuelven eliminar el virreinato ácrata en el que se ha convertido Cataluña, pastelito rojinegro cuya guinda es el president Companys, quien a ratos sigue pensando que lidera un proyecto soberanista de corte burgués, cuando lo que está haciendo es avalar el puro y simple secuestro de las calles de Barcelona, de las fábricas, de las vidas de muchas personas, por parte del faísmo irredento.

Todo comienza, a mi modo de ver, el cuatro de marzo. Ese día, los anarquistas protestan por un decreto del conseller Aiguader por el cual quedan disueltas las patrullas de control, en el marco de una reorganización (racionalización, más bien), de los servicios de orden público, que ni son de orden, ni son públicos. La CNT-FAI teme, con lógica, que ése sea un movimiento para desarmarlos. Y si me quitas el arma, le dice Richad Harris a Gene Hackman en Sin perdón, la obra maestra de Clint Eastwood, me dejas a merced de mis enemigos.

La protesta anarquista provocará una larguísima crisis del gobierno catalán, que tardará un mes en resolverse, y en la cual se cambiarán mogollón de cosas para que todo sigua igual, pues la relación de fuerzas entre partidos y sindicatos se mantiene; y, lo que es más importante, Aiguader sigue de conseller de Interior, y Rodríguez Salas se mantiene como su mamporrero.

Impasible el ademán, los anarquistas mantienen las patrullas de control, de las que los sociocomunistas se retiran. El 6 de abril, el gobierno catalán hace una declaración a la prensa en la que, entre otras cosas, perpetra lo siguiente: «El consejo de la Generalitat, ante la anormal situación del orden público, no puede continuar sus tareas bajo la presión, el peligro y el desorden que supone la existencia de grupos que en algunos lugares de Cataluña tratan de imponerse por la coacción y comprometen la revolución y la guerra. Por lo tanto, el gobierno suspende su reunión, y espera que inmediatamente todos aquéllos que no dependen del Consejo de la Generalitat se retiren de la calle, para disipar de inmediato la inquietud y la alarma en que ahora vive Cataluña».

Es una nota enternecedora de Companys, Casanovas, Tarradellas y todos los políticos de Esquerra que formalmente controlan el gobierno catalán. ¿Los catalanes viven inquietud y alarma ahora, el 6 de abril de 1937? Y, ¿qué han vivido durante los más de seis meses anteriores, durante los cuales las patrullas montadas en veloces coches incautados (no se sabe en base a qué ley) con las palabras CNT y/o FAI y/o POUM escritas en las portezuelas, han hecho de la ciudad su serrallo particular?

A partir de ahí, la mierda. Como digo, unos dicen que fue una conspiración montada por los rusos; los comunistas, por su parte, se defienden aseverando que Von Faupel, embajador alemán en Salamanca, le habría dicho a Franco que tenía espías en Cataluña que lo montaron todo.

El hecho frío es que el 3 de mayo de 1937, lunes, a las tres de la tarde, fuerzas de la Generalitat, controladas por el duetto Aiguader/Rodríguez Salas, intentan tomar la Telefónica, que estaba, si no ando muy agilipollado (que puede) en la FNAC, o así. Lo hacen para colocar ahí un comisario del gobierno que controle cositas como la que le había pasado a Azaña 48 horas antes. Los anarquistas, que controlan una parte del edificio (la otra la controla la UGT; todo muy edificante), se ponen de canto, y empiezan las hostias.

A Companys la movida le pilla en Benicarló, donde ha ido para entrevistarse con Largo. Vuelve a toda leche a Barcelona y, horas después, se quejará ante Azaña de que Aiguader no compartió con nadie en el gobierno sus intenciones. Según revela Azaña en su Cuaderno de la Pobleta, en las confesiones de Companys hay una abracadabrante. Dice que Tarradellas sí que supo de las intenciones de su responsable de Interior antes de que llevase a cabo la acción, aunque ya había dado las órdenes. Pero, dice Azaña que le dijo Companys, le dejó hacer «por el hábito de que cada uno hiciese lo que se le antojara e incapacidad de mandar». O sea, que el gobierno catalán se caracterizaba en 1937 porque su gran muñidor, Tarradellas, había perdido la costumbre de mandar, porque allí todo el mundo hacía lo que le salía del pingo. Y que viva el Estado de Derecho.

A las nueve de la noche, Tarradellas y Jaume Miravitlles salen del Palau de la Generalitat en dirección al Palau de Pedralbes, donde está Azaña, literalmente acojonado. Le ha dicho a Companys por teléfono que hay anarquistas en los jardines. Companys le ha dicho que no se preocupe, que no le harán nada, que la Generalitat le garantiza la vida, y Azaña le ha creído a medias (yo no le habría creído en lo absoluto). Así pues, para demostrarle dicho poder, van los dos jerifaltes esquerreros al encuentro de ¿su? presidente. Tardan, a las nueve de la noche, una hora y media. Una hora y media. Calcúlese el número de barricadas que tuvieron que pasar.

Unas 72 horas después de empezar el baile, cuando los tiros se oyen por toda Barcelona, Aiguader se traga su orgullo esquerro-soberanista, y le envía un teletipo al gobierno de Valencia solicitando refuerzos. Largo Caballero contesta lacónicamente con un mensaje jodidillo para unos ojos independentistas: «De acuerdo con el Estatuto, el gobierno (de Madrid) está decidido a encargarse del orden público. Digan si tienen algo que objetar.» Le responde el propio Companys en un notable ejercicio de equilibrio en el alambre: «Respecto a orden público, creo deben cooperar en reforzar disponibilidades consejero seguridad interior. Ante responsabilidad esto pueda agravarse, el gobierno republicano puede adoptar disposiciones estime necesarias». O sea: tú qué dices de que vas a mandar en mi patio, centralista de los cojones; pero, claro, como en mi patio está habiendo unas hostias como panes, en el caso de que no logre controlarlas, ven a salvarme, coño.

El miércoles 5, por la tarde, están en Barcelona los ministros del gobierno central Federica Montseny y Juan García Oliver, anarquistas, junto con Abad de Santillán, Alfredo Martínez, Pedro Herrera y Mariano R. Vázquez, todos de su cuerda, y los socialistas Pascual Tomás, Muñoz y Hernández Zancajo. Los anarquistas echan un órdago: proponen la creación de un consejo de emergencia a pachas entre la CNT y la UGT. Companys y Tarradellas se niegan (Companys, por cierto, acaba de enviarle un teletipo a Largo adivinando que los anarquistas plantearán condiciones duras y advirtiéndole de que «conviene tenerlo preparado todo»). En medio de la negociación, llaman a Companys unos mossos d'esquadra para informar de que los anarquistas tienen retenidos a ocho de sus compañeros en un local sindical. Le intiman a Companys para que retenga a Abad de Santillán en condición de rehén (sic). Cuando se entera, Abad se pone como el puma de Baracoa. Agarra un teléfono y llama a un pequeño destacamento ácrata que hay en Montjuïch, al cargo de unos cañones de artillería. Les ordena que le llamen cada media hora y que, si no responde él o alguno de los otros anarquistas allí presentes, bombardeen la Generalitat. Sic.

Finalmente, gracias sobre todo a la actitud conciliadora que trae Montseny, se forma un consejo de emergencia, donde están Carles Martí Feced (ERC), Antoni Sesé (UGT), Valerio Mas (CNT) y Joaquim Pou, de la Unió de Rabassaires. Pero Sesé nunca llegará a probar las mieles del cargo. Camino de su toma de posesión, es asesinado. Así está el tema.

El gobierno de Madrid ha enviado dos destructores, el Lepanto y el Sánchez Barcaiztegui, para proteger a Azaña. El jueves 6 llegan a Barcelona 80 camiones con 5.000 guardias de asalto, además de dos compañías motorizadas. Companys ya no puede negarse. El gobierno de Madrid ha tomado, o retomado, las competencias de Interior en Barcelona. De hecho, desaparece la consellería de Defensa, que tan ampulosamente creó Companys para marcar paquetillo de Estado soberano y tal.

El 26 de junio, en alocución radiada, Companys perpetra lo que otrosí se dice: «El Orden Público se mantiene asimismo bajo la responsabilidad del Gobierno Central, que dispone aquí de medios que no teníamos. Cataluña gestionará la devolución del orden Público y, mientras perdure la actual situación interna, como después y siempre, mantendrá una leal y abnegada cooperación con el Gobierno de Valencia en la empresa histórica de vencer al fascismo».

Mucho debió de costarle pronunciar estas palabras. A pesar de su notable carga de cinismo. Porque el problema del gobierno catalán no era que no tuviese medios para luchar contra unos hombres malos que se le pusieron enfrente. El problema es que esos hombres malos habían sido mimados, amparados, consentidos, alabados y cultivados por el gobierno catalán. Pues menos de un año antes de que Companys dijera, ante los micrófonos radiofónicos, que garantizaba una «actitud inflexible contra todos los que se aparten de las normas dadas por el gobierno», les estaba diciendo a esos mismos que no aceptaban normas que él les pertenecía, y les instaba a exprimirle como un limón, y luego tirarle al váter.

¿Quedó el tema solucionado? Pues, como reza la serie famosa, los problemas crecen...

lunes, marzo 22, 2010

Companys (2)

Cataluña y Madrid comienzan a llevarse mal casi desde el primer momento en que Francisco Largo Caballero ocupa la jefatura del consejo de ministros nacional. No es que Largo tuviese una tendencia acusada a comprender el catalanismo y, además, está intentando ganar una guerra, que no es momento para gollerías. Así las cosas, rehúsa conceder competencias a Cataluña, incluso las no bélicas, como la educación; negativa que provocará un importante estallido de Companys frente al comunista Ilya Ehrenburgh. Tarradellas viaja a Madrid para lubricar la cosa; pero no hay lubricante, puesto que ni Largo ni Prieto le reciben. En vano, pues, reclama Barcelona hombres y aviones. Incluso algodón, necesario para seguir funcionando en las fábricas textiles, le falta.

Para Companys, este conflicto será de gran utilidad, porque servirá para enmascarar el conflicto real que tiene sobre la mesa de su despacho y en Cataluña entera: al presidente catalán ambas partes del conflicto obrero, CNT-FAI por un lado y Partido Comunista (PSUC) por el otro, le exigen, en ocasiones con malos modos, que se ponga de su parte; que rinda Cataluña a la causa. Companys tiene más querencia a apoyar a los anarquistas, dada la disposición de éstos de apoyar asimismo a la causa soberanista de la Esquerra, en la que, como ya escribí, en realidad no creen. Pero, por otra parte, a Companys le sobra inteligencia para entender que el PC es, cada vez más, la mano que mece la cuna de la guerra del lado republicano. Todo esto acabará por estallar, en mayo de 1937; pero pasan meses, casi un año, durante los cuales al gobierno catalán, el conflicto con Madrid le medio funciona para dar largas.

El 18 de octubre, el gobierno de Madrid, también preocupado por el difícil cariz que están tomando las relaciones con Cataluña, envía al presidente Azaña. Companys lo recibe con ínfulas de jefe de Estado extranjero. El 6 de agosto, la Generalitat asume unilateralmente la práctica totalidad de las competencias en materia de Interior. El 15 de octubre, unos pocos días antes de la llegada de Azaña, Companys se abroga legalmente el derecho de indulto, propio de los jefes de Estado.

Todo es, como casi siempre, un debate económico, que en parte ya hemos contado. En los últimos días de agosto, Cataluña solicita de Madrid tres créditos: 50 millones de pesetas para pagar la guerra; 30 millones de francos en París para la compra de materias primas; y 100 millones en metálico. Ciego, el gobierno de Madrid contesta con la exigencia a Cataluña para que realice un depósito en Madrid superior al crédito pedido, de casi 375 millones de pesetas. Por supuesto, la Generalitat jamás formalizará dicho depósito; y, de hecho, este desencuentro es el motivo más que probable de la decisión catalana de incautarse de los fondos obrantes en la Delegación de Hacienda de Barcelona.

El 21 de octubre, el gobierno catalán crea su propio departamento de comercio exterior. El 11 de diciembre sanciona la emisión y uso de moneda propia. El 27, se crea el secretariado de Asuntos Exteriores, adjunto a la Presidencia.

Azaña resume este proceso aseverando en su diario que Cataluña «no ha organizado una fuerza útil, después de oponerse a que la organizase y mandase el Gobierno de la República». Es posible que al pígnico intelectual metido a político no le falte razón en esta valoración, cuando menos en parte. El gobierno catalán, secuestrado por la deriva obrerista desde el primer minuto en que consiguió repeler el golpe de Estado en su territorio, ya no pudo admitir la idea de un ejército bajo el mando central de Madrid; además, como hemos dicho, esta resistencia, que en su origen es en realidad una resistencia anarquista que no quiere que la revolución sea frenada por burgueses o marxistas, es también la resistencia de Companys quien, como buen nacionalista catalán soberanista, comulgaba con la idea de que Cataluña era un Estado independiente, coligado con el Estado español contra un enemigo común.

De hecho, acierta Azaña cuando, con indisimulado recochineo, recuerda en sus escritos que Cataluña, a finales del 36, era ya consciente de que necesitaba un ejército; pero no podía ponerlo en marcha porque, entre otras cosas, los anarquistas habían quemado los registros de las cajas de reclutas. «A este paso», concluye el presidente de la República con su usual retranca y frotando la herida con sal, «si ganamos, el resultado será que le debamos dinero a Cataluña».

No se puede negar que Companys tuvo claros deseos de organizar la cosa adecuadamente; pero lo consiguió sólo parcialmente. Como ya hemos visto, en septiembre del 36 dio un paso importante al disolver el Comité de Milicias, auténtico gobierno de facto de Cataluña; pero, al devolver la seguridad pública a las fuerzas de seguridad, decretó la penetración en éstas de los partidos y sindicatos, con lo que la base del problema seguía ahí. En octubre comenzó las primeras levas del ejército regular. En noviembre dio el paso más importante disolviendo cerca de 3.000 (sic) tribunales populares, que funcionaban a la pata la llana como les daba la gana, y comenzó a luchar contra toda una red de pequeños virreinatos locales montados por faístas en un montón de pueblos y villas catalanes. Finalmente, el 7 de diciembre crea el Ejército de Cataluña, a partir de la movilización de seis quintas (1931 a 1936).

En todo caso, como ya he escrito, en la Cataluña de Lluis Companys hay una costura que amenaza romperse. Por mucho que el propio Companys, sus aliados y algún que otro historiador moderno con peripatéticas visiones del pasado quieran enmascararlo, lo cierto es que la Historia de la guerra en Cataluña son dos historias: la de la guerra con Madrid, y la de la guerra de los catalanes obreristas entre ellos. Y esta segunda es chiquicientas mil veces más importante, y más erosionante, que la primera.

Ya el 30 de julio del 36, los militantes de UGT Manuel Séster, Desiderio Trilles y Miguel Moroño mueren asesinados. El 23 de enero de 1937, en el pueblo tarraconense de La Fatarella, se produce uno de esos hechos del que se habla poco, quizá porque no cuadra demasiado con la imagen de un bando republicano donde presuntamente faltaba la voluntad represora de la que el franquista iba sobrado. Ante una movilización de los campesinos, contrarios a la colectivización, las patrullas de control disparan sobre los mismos, causando una treintena de muertos.

Lo más importante, sin embargo, es la violencia intersindical: 17 de febrero de 1937, muerte de un militante de la CNT. El 26, son acribillados otro cenetista en Manresa y el presidente de las juventudes anarquistas de Centelles; en Granollers, el mismo día, muere un guardia de asalto; Companys, personalmente, tendrá que apaciguar horas después a sus compañeros, que se dirigen a la Generalitat dispuestos a todo. El 28, un guardia civil muere en Olesa de Montserrat; en su entierro se produce un tiroteo en el que resulta muerto el obrero Juan Gozalbo.

El 24 de abril, alguien dispara sobre Rodríguez Salas, comisario de Orden Público. El 25, asesinan a Román Cortada, miembro del Comité Regional de la UGT. El día 27, probablemente como represalia por el 24, hombres armados de la Generalitat se desplazan a Puigcerdá y acaban a tiros con uno de los personajes más nefastos de la guerra civil española: el «Cojo de Málaga», auténtico virrey anarquista de la población. El 2 de mayo, muere un faísta.

Todo esto ocurre en la retaguardia. Y más cosas que no son muertes, y que definen una situación simple y llanamente intolerable que, sin embargo, Companys permite y ampara.

El 1 de mayo de 1937, en el palacio del Parlamento catalán, habilitado como residencia del presidente Azaña, éste habla por teléfono. En un momento de la conversación, una voz irrumpe en la línea: «No puede usted continuar hablando de estas cosas. Está prohibido». Azaña, que se ha quedado pijarriba, balbucea: «¿Por quién?» «Por mí», informa, en respuesta típica de ácrata, el empleado de la Telefónica.

La CNT y la FAI han acumulado, y ejercido, tanto poder en esa Cataluña que sólo formalmente es un proyecto soberanista de la Esquerra, que hasta se sienten con derecho, y desde luego tienen el poder, de censurar una conversación telefónica del Presidente de la República Española.


Es obvio que las cosas no pueden continuar así. Y no continuarán. Este «no continuarán» es mayo del 37: la consecuencia lógica de una situación insostenible. Aunque hay quien dice que fue sólo un conflicto de abastecimientos. Claro que también hay quien dice que los reyes mayas eran de Alpha Centauri.