miércoles, octubre 09, 2013

En torno al PIAAC

Aunque son muchos los textos que podrían citarse y que se han publicado en las últimas horas, éste de El País tal vez os pueda servir de resumen elegante del debate generado por la publicación por parte de la OCDE del informe PIAAC, que es el PISA de los adultos. Un informe que mide la habilidad de las personas de más de 16 años en la comprensión lectora y numérica (es inexacto, en mi opinión, hablar de habilidad matemática; en realidad, la habilidad matemática sólo se pide en el PIAAC, como en el PISA, para los niveles más elevados). El informe es accesible en la red. Y yo, lo siento, pero no puedo evitar hacer algunos comentarios.

En primer lugar, constato a la luz de las reacciones que los españoles hemos perdido incluso la habilidad de reconocer una mala noticia cuando la tenemos delante o, peor, cuando nosotros mismos somos esa mala noticia. Los resultados del PIAAC para España son deplorables, decepcionantes, preocupantes en grado superlativo. Fin de la cita. No hay matices, ni colores. No cabe otra cosa que doblar la cerviz y decir: algo estamos haciendo mal. Muy mal. Que luego la decisión sobre qué, exactamente, estamos haciendo mal, sea más compleja, no nos debe mover a la autosuficiencia de creer los cantos de sirena que se leen por ahí.

El principal argumento que he podido leer en este sentido es muy simple: el informe es enormemente positivo para España, porque nos dice que las habilidades numéricas y de comprensión de los muy adultos son peores que las habilidades de los más jóvenes; lo cual viene a demostrar, de consuno, que la educación que recibieron los más adultos era peor que la que han recibido los más jóvenes. Corolario: las reformas educativas de la democracia han ido en el camino adecuado. Quod erat demonstrandum.

El hecho de que la teoría descrita en el párrafo supra sea esgrimida (véase el enlace a eldiario.es) por un profesor de universidad, ya nos debería dar muchas pistas. Una muy importante: en esta España nuestra, hasta los profesores de universidad son capaces de decir imbecilidades.

Nadie le niega a las reformas educativas de los últimos años su éxito a la hora de universalizar la educación. La verdad, si encima de dar a los jóvenes una educación de calidad cuestionable, no hubieran conseguido universalizarla, era como para coger a todos los jerifaltes de la Educación española de 1976 para acá y colgarlos de los pulgares en el dique de abrigo de La Coruña, con la cabeza dentro del agua. No se trata de que una mejora de las habilidades cognitivas entre jóvenes y mayores sea una buena noticia; se trata de que un empeoramiento sería, simple y llanamente, un fracaso, ya que significaría que la globalización de la educación, el avance de las tecnologías, internet, la televisión, todo eso, no sólo no ha servido para mejorar las habilidades mentales de los españoles, sino que las ha empeorado. Adjudicar al sistema educativo el mérito de que haya más españoles jóvenes que mayores que son capaces de dirimir en un supermercado qué yogur caduca antes (la prueba numerológica de nivel más bajo consistió más o menos en eso), es como afirmar que el hecho de que un joven pueda andar seis kilómetros sin cansarse y un viejo apenas dos es mérito del sistema de salud.

Detrás de la defensa a ultranza del sistema educativo frente a una valoración tan pobre como la que sale del PIAAC hay, o a mí me lo parece, un interés muy definido. El profesor de universidad que sale en defensa de la educación española tras la lectura del PIAAC no es, como él pretende, un experto independiente; es un bocas protegiendo su puesto de trabajo.

Hasta ahora, y de hecho es muy probable que así siga siendo, el gran activo con que cuentan los activistas del ámbito de la educación, para que nos entendamos los de la camiseta verde, es dar por hecho sin demostración, esto es otorgar categoría de axioma, al concepto de que están defendiendo el bien común. Que al defender la escuela pública, al oponerse a la reforma Wert (o cualesquiera otras que tratasen de poner el mérito y el esfuerzo en el lugar que un día ocuparon) es defender lo que es bueno para la mayoría; incluso bueno para todos.

El PISA y el PIAAC, sin embargo, podrían llevar a algunos a pensar que, tal vez, a la green T-shirt le sobre la segunda r (no sé si me explico); que, tal vez, lo que están defendiendo esas personas son intereses particulares. El particular interés de seguir haciendo de España un país en el que se puede ser maestro opinando que el Duero pasa por la vieja Stalingrado, que la gallina es un paquidermo extinguido, o que el infante Don Juan Manuel es el seudónimo de Iñaki Urdangarín. Lo que no acabo de entender de esta historia es por qué no se oye la voz de los buenos profes. Que los hay y yo, cuando menos, tengo la clara percepción de ello.

En Twitter, en Facebook y en la barra del bar, los pofesionales [sic] de la educación se llenan la boca hablando del sistema finés, del que destacan su éxito basado en el egalitarismo. Desconocen, o hacen como que desconocen, que con su nivel de conocimientos, la inmensa mayoría de ellos jamás habrían sido maestros en Finlandia. Y así, mientras los debates siguen en la epidermis de los conocimientos, teñidos con el barniz de la ideología, las generaciones de españoles siguen saliendo de escuelas y universidades en la situación en la que están.

¿Que cuál es esa situación? Un sólo ejemplo bastará.

Imagina un tipo que viaja para su empresa en su coche. Tiene un acuerdo por su jefe por el cual cobra 20 céntimos de euro por cada kilómetro que hace con el coche, más 30 euros al día de dieta para comer y tal. Un día, esa persona hace 55 kilómetros con el coche. Pregunta: ¿cuánto cobrará en total por ese día de trabajo?

¿Lo has pillado? Bueno, pues que sepas que, si lo has pillado, perteneces a dos tercios de la población. Porque un tercio de los españoles adultos no sabe responder a esta pregunta. Este resultado es el que demuestra, véanse las declaraciones del enseñante universitario, que la educación «ha ido a mejor». En fin, como mucho, habrá ido a menos peor...

Sigamos, pues, discutiendo sobre si son galgos o podencos. Sigamos sin darnos cuenta de que el puto perro, sea galgo o sea podenco, está petado de pulgas. Es lógico que sigamos así porque, al fin y al cabo, la mayoría de quienes discuten jamás han leído a Tomás de Iriarte. Y, vistos los resultados del PIAAC, si lo leyesen, tampoco lo entenderían.

Post Scriptum: suponiendo que tengas las suficientes habilidades cognitivas, conocimiento de la angloparla o habilidad para decirle al navegador que te lo traduzca, aquí tienes la forma con que han recibido en Estados Unidos los resultados del PIAAC, nada alentadores, tampoco, en su caso. Les podríamos recordar el cuento del conde Lucanor del tipo aquél que iba comiendo altramuces amargos... Por pobreza nunca desmayéis/pues otros más pobres que vos veréis

La senda de Dios (3: y tendréis una moral)

Todas las tomas de esta serie:

Algunas cosas a modo de introducción
In Tirerim defluxit Orontes
Y tendréis una moral
Cibeles
Egipto, o la inmortalidad
Siria-Caldea, o la omnipotencia
Hay un Bien, y hay un Mal
El así llamado paganismo
Epílogo: algunas lecturas


En otra cosa se parecen las religiones orientales al cristianismo maduro de la Edad Media y, asimismo, se distinguen del panteón grecorromano: el carácter de sus sacerdotes.

lunes, octubre 07, 2013

La senda de Dios (2: in Tiberim defluxit Orontes)


Como poder político, esto es militar, Roma es un experimento de occidentalización del poder griego. Grecia tenía problemas para ser un imperio porque su estructura, su atomización en polis, no lo favorecía; y porque estaba demasiado cerca de estructuras nacionales que eran asimismo demasiado poderosas. Alejandro Magno cambió eso de una forma meramente provisional que sus herederos convirtieron en un expolio; pero habría de ser Roma quien lo perfeccionase.

El gran salto cualitativo de Roma lo dan dos parientes: Cayo Mario y su sobrino Julio. Ellos logran dominar la Galia para Roma y, dominando la Galia, dominan el gran vivero de guerreros de lo que pronto se convertirá en un imperio. Un vivero tan grande, tan potente y tan capaz que, igual que hace grande a Roma, acabará por destruirla.