viernes, enero 17, 2014

El voto de los vagos

Bueno, vayamos por partes con esta pequeña encuesta. Hoy nos toca el voto de los vagos que, como recordaréis, era una encuesta sencilla, de escribir nombres, sin prelación entre unos y otros.

Han votado 30 vagos que han dejado 186 nombres, la práctica totalidad de ellos de la lista de 100, aunque no solo. Hay algún voto que debería aclararse (por favor, el señor del fondo que ha votado al Duque de Alba, ¿sería tan amable de aclarar a cuál?). Los votos, en esta fase, generan un areópago bien evidente que nos deja, como dicen los horteras, las espadas en todo lo alto ante la tabulación de la encuesta para friquis.

A todos aquellos que habéis votado a los reyes católicos os he desplegado el voto en dos.

Éstos son los resultados, con indicación del número de menciones.

  • Francisco Franco; 17
  • Fernando el Católico; 16
  • Isabel I de Castilla; 14
  • Fernando VII; 13
  • Carlos I; 13
  • Cristóbal Colón; 12
  • Felipe II; 11
  • Antonio Cánovas; 6
  • Carlos III; 3
  • Hernán Cortés; 3
  • Al Tariq; 3
  • Juan Carlos I; 3
  • El movimiento anarquista; 3
  • Felipe V; 3
  • Adolfo Suárez; 3
  • Musa ibn Nusair; 2
  • Carlos II; 2
  • Carlos IV; 2
  • Miguel de Cervantes; 2
  • Escipión el Africano; 2
  • Napoleón; 2
  • Francisco Largo Caballero; 2
  • Pelayo; 2
  • Abderramán III; 2
  • Saulo de Tarso; 1
  • Miguel Primo de Rivera; 1
  • Isabel II; 1
  • Felipe IV; 1
  • Pablo Iglesias (entiendo que se refiere al que ya está muerto); 1
  • Blas de Lezo; 1
  • Alfonso VIII de Castilla; 1
  • Cardenal Cisneros; 1
  • Viriato; 1
  • Fernando II de Aragón; 1
  • Beato de Liébana; 1
  • Conde Duque de Olivares; 1
  • Raquel Rubio (???); 1
  • Carlomagno; 1
  • Simón Bolívar; 1
  • Don Pelayo; 1
  • Sancho III el Mayor; 1
  • Francisco Pizarro; 1
  • Enrique de Trastámara; 1
  • Duque de Alba; 1
  • El pueblo español; 1
  • El Gran Capitán; 1
  • Enrique II de Castilla; 1
  • Príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos.; 1
  • Napoleón Bonaparte; 1
  • José María Aznar; 1
  • Felipe González; 1
  • José Serrano; 1
  • Recaredo; 1
  • Josif Stalin; 1
  • Wamba; 1
  • Juan Bautista Topete; 1
  • Juan Negrín; 1
  • Baldomero Espartero; 1
  • Jaime I el Conquistador; 1
  • Juan Prim; 1
  • Rodrigo Díaz de Vivar; 1
  • Los Barca; 1
  • El Duque de Alba; 1
  • Los diputados de Cádiz; 1
  • Alfonso X el Sabio; 1
  • Los tontos útiles; 1
  • Benito Pérez Galdós; 1
  • Manuel Azaña; 1
  • Isidoro de Sevilla; 1
Las encuestas siguen abiertas.

miércoles, enero 15, 2014

Galiza ceibe (7)

[Iros entreteniendo con esto a la que yo cuento votos]

El nacionalismo gallego, en 1931, está ampliamente necesitado de un movimiento que resuelva tanto su fragmentación como la confusión introducida sobre todo por la ORGA. Este paso será la creación del Partido Galeguista; pero antes de eso hemos de hablar de las elecciones a Cortes Constituyentes.

lunes, enero 13, 2014

1.000: La encuesta (y algunas apreciaciones)

Hemos llegado al post número 1.000

Bueno, pues si todo va bien y he entendido bien las instrucciones de Google Drive, en estos dos enlaces podréis acceder a la  encuesta para friquis y encuesta para vagos. Cualquiera de las dos puede ser, por lo tanto, contestada. Ya sabes que la cosa va de definir, mediante los votos, a los cinco personajes más importantes para la Historia de España.

A partir de aquí, si todo lo que te importa es la encuesta, puedes dejar de leer.

En algún momento, en la primavera del año 2006, conversaba yo con mi sobrino, que entonces tenía catorce años y me torturaba un poco con las inevitables ayudas para estudiar los temarios de la ESO y tal. Tuvimos una conversación relativamente larga sobre política, ya se sabe, esas inevitables conversaciones sobre cómo está la cosa, lo que habría que hacer, que si los españoles somos así o asá... el caso es que, de forma un tanto casual, me surgió la idea de saber, con algo más de propiedad, qué nivel de información tenía mi interlocutor para elaborar las opiniones que elaboraba. Así que le pregunté: ¿qué sabes de la guerra civil española? Se encogió de hombros y me contestó, literalmente: «no sé; algo que pasó en 1952, creo».

Aquella respuesta me inquietó. Entonces, además, yo estaba en mi propia fase de descubrir internet, una herramienta que apenas utilizaba para documentarme en el trabajo. No sabía lo que eran las redes sociales y, por supuesto, no participaba en ellas. Una tarde no muy distante de la conversación del párrafo anterior descubrí que había foros de discusión a miles en la red, entre otros de la guerra civil, que era el periodo que en ese momento me atraía más por estar realizando la investigación previa de mi novela. Me apunté a un par y en alguno incluso he estado relativamente bastante tiempo. Pero la experiencia no tuvo nada de positiva. En el 2006 estábamos ya en la fase de intensa polarización en torno a la GCE que se acrisoló, no tanto en el texto, como en la discusión del texto de la denominada Ley de la Memoria Histórica. El hecho de que el pasado histórico se convirtiese en elemento de la discusión social y política, además, atrajo a ese entorno a una caterva de memos bastante importante, que en estos últimos años han escrito, casi todos, libros «divulgativos» sobre la cosa; con lo que, sobre una capa freática de historiografía que a golpe de subvención y sectarismo ya se había convertido en algo intelectualmente cuestionable, se posó esta otra de los sedicentes historiadores mediáticos, todos ellos fibrilándose en los debates de la red.

Lo que más me impresionó de aquellas experiencias en foros abiertos fueron dos cosas, que además están encadenadas. La primera fue la extremada ignorancia a partir de la cual las personas sostenían sus ideas. El primer debate más o menos largo que tuve implicó al general Queipo de Llano y su (según mi interlocutor) presunta falta de recursos en las primeras horas de su operación para hacerse con el control de la ciudad de Sevilla para la rebelión. Según este interlocutor, todos los relatos sobre la pobreza de medios con que había contado Queipo se los había inventado él a posteriori, y añadía que había contado con no sé cuántos miles de soldados para sus operaciones. Tras mucho porfiar (porque no fue fácil), mi interlocutor acabó informando de que el dato estaba en no sé qué libro, que consulté, y en el que pude ver que la dicha cifra se refería a los efectivos con los que había contado, no ya Queipo, sino Franco, cuando avanzó de sur a norte tras haber podido pasar al ejército de África a la península. En otras palabras; mi amable contertulio no distinguía el 19 o 20 de julio de 1936 de, digamos, los principios o mediados de agosto; lo cual, en términos de recursos para los alzados, es, siempre según mi modo de ver, un error garrafal.

La segunda cosa que me impresionó fue la forma con la que, al fin y a la postre, los compañeros de foro, inclusión hecha de sus (teóricos) moderadores, acabaron por recibir las respuestas que yo les escribía que, haciendo uso de mi habilidad con los diez dedos, solían ser bastante largas. Lo llamaron soberbia. A su modo de ver, manejar datos, contestar con datos, expresar que además son bien evidentes, que algunos de ellos no son cosas que se puedan opinar (un ejemplo: no cabe sostener que la afirmación de que las izquierdas abrieron en el 36 las cárceles también a los presos comunes es una invención de las derechas o de la historiografía franquista, porque entre otras cosas lo cuenta, negro sobre blanco y sobre la cárcel de Oviedo, Pasionaria en sus memorias) significaba desempeñarse con soberbia. Confieso que me llama mucho la atención esa mutación de España, que no sé muy bien cuándo se produjo, merced a la cual quien estudia y hace los deberes es un soberbio, y quien sostiene sus ideas en la nada resulta ser su víctima. En cualquier impostura intelectual que de tal se preciase, el primero habría de ser felicitado y el segundo, ridiculizado. Pero el mundo, por lo que se ve, ha caído en manos de los ridículos, que votando a tipos tan ridículos como ellos consiguen que la ridiculez adquiera timbre de actitud sana y respetable.

Todas estas cosas fueron las que me llevaron a abrir este blog. Quería, y creo que lo he conseguido cuando menos en buena parte, crear un espacio donde no sólo el conocimiento, sino el debate sobre la Historia se puede plantear en términos razonables y civilizados. Cierto es que la red es la red, y pronto me tuve que descabalgar de mi primera intención naïf de dejar los comentarios libres y abiertos, porque hoy en día no se puede evitar que los retrasados mentales, con todo el tiempo que tienen, acaben por localizar tu esquina en la red y empiecen a contaminar los comentarios con troleo de diversa naturaleza. Aun así, edito poco; yo creo que los lugares de internet se retroalimentan mucho, y las gentes que van buscando bronca, cuando no la consiguen, abandonan pronto, porque las posibilidades de lograrla en la red son innúmeras. De hecho, debo confesar que, a menudo, espío en Google Analytics de dónde viene gente que acaba en el blog y me encuentro enlaces a algún que otro foro de discusión; me enlazo al dicho foro y me descojono un rato leyendo las cosas que en «el mundo libre» se escriben, madre mía...

Después de siete años, estimo en aproximadamente 3.000 páginas lo escrito, incluyendo una novela completa, varios opúsculos, un par de ellos publicados en Kindle. Nunca pensé llegar tan lejos; la verdad es que pensaba que me aburriría después de un mes o dos. Sin embargo, muy pronto me dí cuenta de que la experiencia de la lectura, que ya de por sí es muy gratificante, lo es más si lees para algo. Yo tengo la suerte, o la desgracia, de que la Historia, que es lo que más me gusta leer, no tenga absolutamente nada que ver con mi vida, ni con mi trabajo, ni con mis necesidades. Es una suerte, sí, porque si no vivo de la Historia no tengo el problema de que me pueda convertir en un mercenario intelectual de ésos que cobran subvenciones por escribir libros demostrando que el rey Fruela era un dedicado activista de los derechos de los homosexuales, o que Recaredo albergaba el plan de petar la terra gothorum de molinos eólicos. Pero no lo es desde el punto de vista de que, como escribía supra, en realidad no leo para nada, como no sea para  mi propia cultura. Si además tengo un blog sobre la materia, la cosa cambia.

En términos generales, leo tres cosas y escribo una. Tengo el problema de que me cuesta contar anécdotas; esto es lo que lía los textos. Me gusta la historia anecdótica, pero llega un punto en que los hechos hay que situarlos, e investigar, formular, esquematizar y luego describir ese encuadre es, también, una labor molona. Si algo me jode especialmente es estar perdiendo, ya casi sin remisión, la capacidad de escribir posts únicos; casi todo lo que me sale son series de artículos (porque hay mucha gente a mi alrededor comiéndome la oreja con eso de que al lector de internet hay que darle textos muy cortos), y cada vez más largas. Avanzo hacia lo superferolítico.

El blog lo visitan, en temporada normal, unas 800 personas diarias. Algunas de ellas, a base de dejar comentarios, ya están como sentadas en el mismo salón que yo, frente a la chimenea. El viaje intelectual es una experiencia individual que luego se comparte.

Podría escribir eso tan manido de que con una sola persona que haya aprendido leyéndome que la guerra civil comenzó el 18 de julio de 1936, ya me sentiré pagado. Pero, la verdad, es una gilipollez. A día de hoy, yo sigo sin esperar retribución alguna por algo que hago porque me da la gana; y mi sobrino, que ahora tiene 21 años, la verdad, tengo mis dudas de que sepa situar correctamente la fecha de marras. Cosas como este blog son como arrojar un merengue contra el casco del Titanic, porque lo que España necesita, a mi modo de ver, no son personas que intenten sacarla de la ignorancia, sino darse cuenta, ella misma, de que no mola ser ignorante.

Y esto último es algo, que, sinceramente, creo que está muy lejos de pasar. Así pues, aquí seguiremos divirtiéndonos, yo escribiendo y otros, espero, leyéndolo. Y ni más más, ni más menos.