miércoles, abril 02, 2014

Una homilía

Bueno, como últimamente parece que la cosa va de homilías, he pensado que tal vez os gustaría que os copiase aquí en un post una que fue muy famosa en su momento. Se trata de la homilía pronunciada por el cardenal Vicente Enrique y Tarancón muy pocos días después de la muerte del general Francisco Franco y escaso tiempo después de la proclamación de Juan Carlos de Borbón como rey de España.

Tengo por mí que todo lector que tuviese menos de, digamos, 10 años, en 1975, tendrá problemas serios para captar todos los significados que portan estos párrafos. Esto es así porque dará por sabidos, esto es por normales, muchos hechos que no lo eran en el momento en que Tarancón pronunció estas palabras. La pongo, sin embargo, porque a mí de esta homilía lo que más ha gustado siempre ha sido, más que el contenido, el tono. Mi opinión particular es que la Iglesia española actual no ha perdido el contenido; básicamente, sigue defendiendo las mismas cosas que defendía Tarancón y su Biblia particular, que eran los cánones del Vaticano II. Lo que sí ha perdido ha sido el tono. La iglesia española, sea para oponerse al aborto o para mostrarse comprensiva con los crímenes etarras; sea para combatir el guerracivilismo o para denunciar la pobreza en España, ya no sabe decir las cosas como entonces las decía.

Aquí queda, pues.

Libia (y 14)

A pesar de los muchos errores, fundamentalmente estéticos, cometidos por el gadafismo en su nueva etapa de buen rollito internacional, al final de la primera década del siglo XXI el régimen parecía haber conseguido sus objetivos principales. Los informes favorables del Fondo Monetario Internacional habían conseguido que el rubro investing in Libya reapareciese en los seminarios bursátiles, y el país registraba una entrada bastante frecuente de nuevos inversores en su interior. Por lo demás, cuando menos en la superficie, el elemento revolucionario del régimen parecía no estar en cuestión. En esto, se podría decir, Libia se parecía un poco a China: un país que mantiene sus esencias revolucionarias mientras, al mismo tiempo, alimenta un capitalismo fácil, y sin tensiones sociales. Olvidándonos del pequeño detalle de que afirmar que China no tiene tensiones sociales es un tanto optimista en exceso, en el caso de Libia no es, desde luego, tan cierto.

lunes, marzo 31, 2014

Libia (13)

En el momento de torcer la esquina del siglo, los salarios en Libia llevaban casi veinte años congelados. Los sucesivos embargos liderados por Estados Unidos habían terminado por ser efectivos a la hora de provocar un colapso del régimen libio. Muamar el-Gadafi, ciertamente, adoptaba, en cada renuncia, una retórica orgullosa: cada paso atrás en el esquema revolucionario lo vendía como un paso evolutivo, como un cambio que la revolución se podía permitir porque estaba ya consolidada. Nada de eso, sin embargo, era verdad. La revolución no había conseguido construir una economía petrolera, y la práctica totalidad de lo que el país necesitaba para pasar el día a día era importado.