miércoles, abril 13, 2016

La caída del Imperio (3: los emigrantes llegan en masa)

Recuerda que esta serie se compone de:

La paz del 382 devolvió relativa paz a los territorios balcánicos del Imperio durante años. Sin embargo, ya en el 405, y otra vez en el 408, las cosas volvieron a complicarse, a causa de cuatro grandes incursiones que complicaron enormemente las cosas. En realidad, fue en estos primeros años del siglo V cuando para el Imperio se hizo evidente la que sería, en verdad, la principal amenaza hacia su caída: la invasión demográfica. En el mundo antiguo no había propiamente fronteras. Eran escasos los muros y no se habían inventado las concertinas. Contra lo que habitualmente se suele pensar, muchas de las invasiones de los tiempos antiguos no fueron lo que nosotros imaginamos: tipos a la carrera, voceando consignas guerreras. Buena parte de las invasiones antiguas fueron realizadas por gentes que, simplemente, cambiaron de lugar donde vivir, y cambiando modificaron el equilibrio demográfico de los lugares a los que llegaron. Entre las invasiones de principios del siglo V hay, desde luego, ejemplos de actitud guerrera, como es el caso de Radagausio. Pero también hay, y mucho, simple y puro desplazamiento de masas de gente. La diferencia entre las gentes de entonces y las de hoy es que las presentes se encuentran con la policía.

En diciembre, en el último día del año según nuestro calendario, una tropa cruzó el Rhin, camino de la Galia. Aquella tropa estaba formada por tres tribus godas que los escolares de mi generación aprendimos a recitar seguidas: suevos, vándalos y alanos (si bien los vándalos estaban divididos en dos unidades políticas distintas: asdingos y silingos).

Al igual que la invasión de Radagausio (que con sus godos se dirigía hacia Italia), el punto de partida de esta invasión estaba al oeste de los Cárpatos, más o menos en las actuales Eslovaquia y Polonia meridional. La localización de los suevos, que hoy son motivo de los más románticos (y delirantes) sueños del nacionalismo gallego, es más difícil de estatuir. Eran desde luego un pueblo germánico, y podría ser parte de los pobladores que, en los inicios del Imperio, se establecieron más allá de las fronteras imperiales. Los alanos, por su parte, eran nómadas que hablaban iranio. Vivían al este del Don, lo cual, a mi modo de ver, los convierte en los primeros candidatos a haber experimentado la presión de los hunos, además de haberse, en algunos casos, mezclado con ellos. De hecho Graciano, en el episodio que ya hemos contado de su marcha a la ayuda de Valente, vio retrasado su avance precisamente por haberse encontrado alanos hostiles en la Dacia. Muy pocos años después, este mismo emperador ya estaba reclutando alanos para sus propias tropas, lo cual sugiere que debían de ser unos tipos, literalmente, de armas tomar.

El tercer gran movimiento de presión en aquellos años fue realizado por un líder huno llamado Uldin. Uldin había sido un aliado de Roma, pero por alguna razón no conocida se mosqueó en el 408 y se lo montó en plan Los Hunos sí que es Pot. Cruzó el Danubio con sus hunos y con unos cuantos escirios y sometió a asedio la localidad búlgara (dicho sea en términos actuales) de Castra Martis, en la provincia de la Dacia Ripensis.

Por último, hemos de hablar de los burgundios. Eran otra tribu goda relativamente vecina de los alamanni, aunque establecida al este de ellos, por supuesto fuera de las fronteras del Imperio. Pero luego se movieron al noroeste, y en los momentos que ahora relatamos andaban paseando por el Rhin, en el área de las actuales Mainz y Coblenza, en ocasiones fuera y en ocasiones dentro de las fronteras imperiales. Un tanto brownianos en sus intenciones, los burgundios esperaban una ocasión propicia para liarse a hostias.

Hablamos, pues, de cuatro oleadas de mucha gente, por lo que podemos estimar que en los cinco años transcurridos entre el 405 y el 410 se vivió, con seguridad, un desplazamiento masivo de hunos, godos y germánicos hasta entonces alojados al oeste de los Cárpatos. Probablemente, nos encontramos ante un suceso muy parecido al del 376, aunque en este caso tiene una novedad fundamental: los hunos.

Nunca sabremos qué ocurrió allá por el año 410 en los territorios de lo que hoy es la Europa más oriental, pero es evidente que tuvo que ser algo muy gordo. Tal vez una catástrofe humanitaria causada por un año climáticamente esquivo, o tal vez el simple y puro nacimiento de sentimientos imperialistas, de la conciencia de pueblo, que antes no existían. Uldin le dijo a los embajadores romanos que fueron a negociar con él, señalando al sol, que su pueblo era capaz de invadir y hacer suyo cualquier territorio que el astro iluminase (bueno, él, al parecer, no habló de un astro, sino de una lámpara). Esto denota una ideología invasora bastante elaborada, que probablemente había sido ajena a la cultura de los hunos o, en todo caso, de los habitantes de la Europa oriental, con anterioridad.

Lo que también cabe sospechar es que ese proceso de movimiento y conquista llevaba tiempo desarrollándose. En realidad, muchos historiadores consideran la crisis del 376 que terminó con el follón de Adrianópolis como la consecuencia del primer movimiento de los hunos que, sin embargo, en ese momento se limitaron a llegar al norte del Mar Negro, pero con ello obligaron a muchos godos a moverse.

El segundo movimiento, ya entrados en el siglo V,  fue contemporáneo de los de Radagaiso, los suevos, vándalos y alanos, y los burgundios; y consistió en la invasión de buena parte de la planicie en la actual Hungría. De esta manera, los hunos dominaron la mayor parte de las viejas tierras de los germanos que, durante siglos, habían aceptado, de mejor o peor gana, vivir fuera de las fronteras del Imperio; pero, ahora, los nietos y bisnietos de aquellos germanos, simplemente, apreciaron un mayor peligro en quedarse y luchar contra la dominación de los hunos, que en moverse y enfrentarse al rechazo de los romanos. Los hunos traían consigo una innovación curiosa, como es el arco asimétrico, un arma en el que la flecha no era colocada para ser disparada a mitad de longitud, sino más arriba. Esta característica les permitía disparar sin bajarse del caballo y, unida al hecho de que eran tipos curtidos en lugares realmente hostiles, los convertía en unos combatientes temibles.

Roma, por su parte, no se hizo ilusión alguna de que toda aquella masa de gente estuviese entrando en sus dominios para acudir a un concierto de los Rolling. Desde el principio los trató como lo que eran para ella, esto es: enemigos. Radagausio logró cruzar los Alpes sin encontrarse con mucha resistencia y bajó por la península hasta más o menos la altura de Florencia. En la Toscana, sin embargo, cuando había asediado la ciudad y casi la había hecho suya, llegó una tropa romana al mando de un general llamado Stilicho, generalísimo de las tropas occidentales del Imperio. En realidad, Stilicho era lo más parecido a un emperador que tenía el Imperio del Oeste, puesto que quien ocupaba dicho sitial era Honorio, hijo de Teodosio I, entonces un niño. Había levantado un poderoso ejército en el cual, por cierto, había mercenarios alanos y hunos.

Los romanos, mucho más numerosos, obligaron a Radagausio a poner el culo mirando a Sicilia, y huir hacia el norte, a Fiesole. Allí los godos se vieron bloqueados; parece ser que Radagausio intentó escapar, pero fue apresado y ajusticiado.

Stilicho lo había hecho bien con los godos que habían entrado en Italia, pero en la Galia la historia fue otra. Los godos habían cruzado el río y saqueado Mainz, y luego se dividieron hacia otros dos grandes centros de la zona: la actual Trier y Rheims, para luego pasar a Tournai, Arras y Amiens. Luego se movieron en más direcciones, llegando hasta las afueras de París y, en el sur, hasta Burdeos y la Narbonense. Fue en el 409, después de haber saqueado la Galia, cuando estos suevos, vándalos y alanos decidieron pasar los Pirineos, donde hicieron de las suyas con pasión y acabarían dejándonos toponimias como la ciudad de Toro (que no tiene nada que ver con un cornúpeta, sino que viene de gothorum, ciudad de godos).

Contemporáneos a esta invasión de Francia y España son otros hechos que añadieron un nuevo foco de tensión para el imperio occidental. En el 407, cuando Honorio todavía era muy joven pues (lo cual no le impedía estar a punto de ejercer su séptimo consulado), las tropas localizadas en las Islas Británicas se amotinaron y aclamaron emperador a Marco. Este tal Marco, sin embargo, se mostró poco proclive a hacer lo que estas tropas querían, por lo que se lo apiolaron, nombrando en su lugar a un Graciano. Cuatro meses después, cuando este Graciano tampoco les molase, lo depusieron y ejecutaron, nombrando a Constantino. Este Constantino cogió el Eurotúnel con sus tropas, pasó a la Galia, y en Aquitania convenció a las tropas allí establecidas para ponerse bajo su mando; con lo que se convirtió en emperador de facto de los territorios romanos occidentales allende los Alpes.

¿Fue aquella una rebelión independentista o autonomista? Teniendo en cuenta el actual plan mental de los británicos, es como para pensárselo. Tal vez, este Constantino, que suele ser conocido como Constantino III, lo que hizo fue lograr aglutinar cierto sentimiento de Romani Brexit. Pero no es fácil creer en esto. El gobierno romano en las islas era un gobierno muy lejano de la o las metrópolis. Un lugar donde soldados y burócratas estaban muy a mala leche, porque aquél era un lugar, eso lo reconocen hasta los propios británicos, donde hay que ser palmípedo para apreciar las bondades del clima. En consecuencia, Roma no mandaba a las islas precisamente a los mejores, lo cual quiere decir que el gobierno allí, a menudo, era venal y torpe, cuando no directamente criminal. Así pues, que existiesen rebeliones en Britania no debe de sorprender, como no debe de sorprender que sus caudillos fuesen apiolados, en ocasiones, apenas unos minutos después de haber triunfado. Sin embargo, Constantino III parece haber ofrecido algo más, y ese algo más, probablemente, fue su capacidad de defender la Galia de los godos; algo que Stilicho no había podido lograr.

El poder militar que aglutinó Constantino, en efecto, reduzco la capacidad de acción de los godos. Por ello, fue capaz de llegar a pactos con los alamanni, los francos y los burgundios, probablemente los pueblos más sólidamente establecidos en la ribera exterior del Rhin; acuerdos que le garantizaban la existencia de una fuerza resistente precisamente en esa frontera natural.


Pero, claro, todavía nos falta hablar de quien, finalmente, habría de entrar en Roma a llevarse hasta los ceniceros.

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