jueves, mayo 05, 2016

La caída del Imperio (4: Alarico is on the road)

Recuerda que esta serie se compone de:

En efecto, de toda esta mixtura de pueblos que se dirigían hacia el interior del Imperio, todavía no hemos hablado de los godos de Alarico. Estos godos eran los descendientes directos de los tervingios y greutungos que habían negociado la paz del 382 con Teodosio. Una paz, ya lo hemos sugerido, extremadamente frágil y que Teodosio hizo todo lo que pudo por conservar, llegando a realizar acciones como multar a la ciudad de Constantinopla después de que un godo fuese linchado allí.


Como también sabemos ya, la paz del 382 incluía una cláusula por la cual los godos podrían ser llamados al servicio en el ejército romano. Teodosio echó mano de ella por dos veces, ambas en medio de enfrentamientos armados con romanos que le querían quitar el poder: Magnus Maximus, y Eugenio. Pero la cosa no funcionó bien, porque en ambos casos, separados en el tiempo por menos de diez años, muchos godos prefirieron desertar a completar su servicio de armas. Los godos no eran tontos. Honrar las cláusulas del 382 hasta el final habría supuesto implicarse en auténticas guerras civiles; eso suponía erosionar su fuerza militar a cambio de nada, pues ellos poco tenían que ganar en que el emperador de Roma se llamase Magnus o Teodosio o Georges Bush. Sabían, además, que Roma había firmado la paz del 382 arrastrando los pies y en las condiciones que lo hizo (como ya hemos dicho, escenificándola como una victoria que era todo lo contrario). Si la fuerza militar goda descendía, con seguridad el Imperio volvería por sus fueros y les expulsaría de los Balcanes, en el mejor de los casos. El tiempo habría de darles la razón.

Todas estas sospechas de doblez se hicieron bien evidentes durante la guerra civil entre Teodosio y Eugenio. Este Eugenio era un tipo que todo lo que había hecho era aprovechar que Teodosio era un emperador oriental con todas las de la ley, que nunca se separaba demasiado de Constantinopla; así pues, había rebelado a algunas tropas de lo que conocemos como Imperio occidental. Ambos bandos se enfrentaron en una batalla conocida como del río Frigidus. Allí, ya muy cerca de Italia, a las orillas de aquel río sin deseo sexual, los generales teodosianos colocaron a los godos en la vanguardia el primer día de batalla, con lo que fueron diezmados. Los romanos no escondieron su satisfacción por el hecho de que en dicha batalla habían resultado vencidos dos enemigos: Eugenio, y los godos. Así las cosas, cuando en el 395 cascó Teodosio, los godos estaban a punto del levantamiento, y desde luego tenían muy claro que era necesario reescribir el acuerdo del 382.

Un signo de cómo estaban las cosas es que, tras la paz del 382, los godos habían respetado la demanda romana de no volver a organizarse bajo el mando de un caudillo. Como ya hemos dicho, es probable que ellos mismos se apiolasen a sus generales por demanda romana, y durante tiempo no volvieron a tener una cabeza visible. Sin embargo ahora, a la muerte de Teodosio, cambiaron las tornas y volvieron a escoger un jefe. El mando recayó en manos de Alarico, quien ya se había destacado por sus dotes militares durante una breve revuelta. De hecho, una de las cosas que los godos exigían ahora a los romanos es que su jefe recibiese la consideración de magister militum, esto es, recibiese el estatus de un general del ejército romano. Por lo tanto, ya no se trata de un enfrentamiento entre naciones a ver quién gana, pues ya se ha dicho que los godos no eran gilipollas, sino de la reclamación de un adecuado estatus dentro de un imperio en el que los godos habían conseguido establecerse, y que comenzaban a hacer territorialmente suyo.

Alarico, además, debía de ser un gran líder político, porque consiguió algo que hasta entonces parecía imposible. Tervingios y greutungos habían luchado juntos en Adrianópolis, pero eran naciones distintas. De hecho, incluso es posible que cada una firmase sus propios tratados de paz con Roma. Pero, desde Alarico, esta distinción desaparece. Por medios que desgraciadamente no podemos conocer, el general consiguió convencer a todos aquellos tipos de que era mejor negocio para ellos ser godos que conservar su antigua identificación.

Este fue el hombre, pues, que levantó a su gente contra los romanos en el 395, exigiendo un nuevo tratado. Militarmente, los principios de esta revuelta no fueron gran cosa. Las armadas goda y romana se encontraron dos veces, en el 395 y el 397; pero las fuerzas eran tan parejas que a ninguno de los dos le convino la batalla abierta. En paralelo, hubo probablemente negociaciones que no llegaron a nada, puesto que Roma debió mostrarse inasequible a cualquier transacción. La reacción de Alarico fue dar libertad a sus gentes para esparragar a gusto, con lo que los godos comenzaron a dar por saco en los Balcanes. Comenzaron en la Tracia, pero muy pronto las bandas de godos comenzaron a moverse hacia Atenas, y luego hacia el Adriático, por el Épiro.

El imperio oriental, además, tenía un poder político bastante frágil. El hijo de Teodosio, Arcadio, apenas tenía veinte años. En realidad, el Imperio era gestionado por los validos de Arcadio, entre los cuales el más poderoso era el eunuco Eutropio, un hombre de negociación. Aceptó que Alarico se convirtiese en un general romano y garantizó a los godos otras reivindicaciones que tenían. Les permitió establecerse en la Dacia y en Macedonia. Sin embargo, Eutropio cayó en el 399, y los sucesores al frente de la administración del Imperio se negaron a negociar y dieron marcha atrás en las concesiones.

En el año 400, se produjo en Constantinopla un golpe que buscaba restar poder a Gainas, un general del ejército romano, de origen godo, que era uno de los contendientes por el poder tras la caída de Eutropio. Sin duda Gainas fue atacado por ser poco romano, pero es muy improbable que estuviese aliado o incluso amigado con Alarico. Consiguió huir vivo de la ciudad, pero no varios miles de godos que vivían en ella, y que fueron masacrados.

La matanza de la capital del Imperio convenció a los godos de Alarico de que no era posible conseguir en los Balcanes un nuevo acuerdo. Es por esta razón que el caudillo decidió moverse hacia Italia, esperando poder negociar allí con Stilicho. Sin embargo, el general y emperador occidental in pectore no les hizo ni puñetero caso, conocedor de que estaban muy lejos de sus bases de aprovisionamiento, así pues deberían volver pronto a sus tierras. No se equivocó. En el año 401, Alarico tuvo que abandonar Italia y regresar a la Dacia y Macedonia.

Sin embargo, para gran sorpresa del godo, cinco años después fue Stilicho quien le buscó, ofreciéndole una alianza. El general romano acababa de conseguir la victoria definitiva contra Radagausio. Sabía que en el Rhin las cosas estaban feas, pero probablemente minusvaloró ese problema. En ese entorno, creyó llegado su momento para atacar Constantinopla y plantear una candidatura para ser emperador único, y le ofreció a Alarico ser su aliado.

Flavio Stilicho era hijo de un oficial de caballería romano y origen vándalo, así pues tenía, él mismo, sangre goda. Teodosio I le había admirado mucho, otorgándole diversos cargos y mandos. En el 393, el general había acompañado al emperador en la campaña contra Eugenio, y como consecuencia de su buen hacer fue nombrado algo así como capitán general o comes et magister utruisque militiae praesentialis, al mando de todas las fuerzas occidentales. Claramente, Teodosio, que como hemos dicho no tenía ganas de salir de Constantinopla ni implicarse en los temas de la vieja Italia, creía estar nombrando para el puesto a un comandante que le sería fiel. Pero Teodosio murió en Milán en el 395 y, al parecer, le encargó a su fiel Stilicho ser el principal valedor de su hijo Honorio (aunque, en realidad, esto es lo que Stilicho dijo que le había dicho Teodosio en el lecho de muerte, en una conversación que nadie más escuchó); mientras que el primogénito del emperador, Arcadio, heredaba la corona constantinopolitana. Como Honorio apenas tenía diez años, esto es lo que llevó a Stilicho a la posición de emperador de hecho.

La ambición de la Flavio, sin embargo, era enorme. Con el tiempo, comenzó a contar a todo el mundo que lo que le había dicho Teodosio moribundo había sido que quería que se ocupase de sus dos hijos, no del más joven; con esto, daba sus primeros pasos hacia el control de todo el Imperio. Los segundos pasos fueron sus intervenciones militares contra Alarico, a finales del siglo IV, en las que buscaba demostrar a los habitantes del Imperio oriental que, literalmente, lo necesitaban.

Las fuerzas vivas de Constantinopla, sin embargo, no estaban por la labor. No encontraron en Arcadio un aliado eficiente para la resistencia, dado que el hijo mayor de Teodosio era un indolente al que lo único que le interesaba eran sus fiestas, sus púrpuras y su serrallo. Sin embargo, conspiraron contra el general y en el 397 le dieron una buena hostia cuando lograron convocar al jefe de las tropas del norte de África, Gildo, a Constantinopla, para sustantivar una alianza con el Imperio oriental. Esto era un torpedo en la línea de flotación de la economía italiana, cuyos habitantes, literalmente, llenaban sus estómagos gracias a los cereales africanos. Sin embargo, Stilicho maniobró brillantemente. Gildo había asesinado a varios de sus hijos y, aprovechando eso, armó y preparó a uno superviviente, Mascezel, y lo envió a África a hostiarse con su padre. El enviado cumplió con su tarea.

En el año 398, Stilicho dio el paso más importante al casar al emperador Honorio con su propia hija, María.

En el 406, pues, cuando Stilicho se acercó a Alarico, el general había fracasado unificando los imperios oriental y occidental, pero, sin embargo, todavía tenía la ambición de controlar la Dacia y Macedonia. De esta manera, el ambicioso general conseguiría reducir la influencia europea del Imperio que no controlaba y, al tiempo, establecería una alianza con el único ejército en la zona que podía ayudarle si finalmente los pueblos allende el Rhin decidían cruzarlo. Eso sí, el pacto presentaba el problema de decidir dónde se establecerían los godos. Sucintamente, Stilicho podía decirle a los godos que se estableciesen en terrenos bajo su control, lo que le causaría problemas con los habitantes de esas zonas del Imperio occidental; o podía dejarles que se quedasen en la Dacia y Macedonia, convirtiéndolos en vasallos suyos situados formalmente en territorio del Imperio oriental. Ésta última fue la opción que eligió finalmente, añadiendo presión a Constantinopla.

Stilicho y Alarico pactaron, pues, que pelearían juntos contra Constantinopla. Alarico trasladó sus tropas por el Épiro hasta la actual Albania. Era el invierno del 406. Realizar una campaña estaba fuera de todo plan hasta el verano del 407. Todo se reducía a esperar.

Si no pasaba nada raro.

Que pasó.

En las semanas de mayo y junio del 407, mientras los godos de Alarico afilaban las armas, los suevos, vándalos y alanos cruzaron el Rhin y comenzaron a hacer turismo por la Galia. Es más: es en este punto del relato cuando deberéis recordar a Constantino III, el tipo que venía de Britania y que había conseguido aglutinar en su derredor a las tropas romanas establecidas en amplias regiones de la Galia. La situación que se creó, pues, en el patio trasero de Italia, convirtió en una locura el gesto previsto de embarcar un ejército en el Adriático y mandarlo a los Balcanes a tomar Constantinopla. Lejos de enviar tropas al encuentro de Alarico, Stilicho envió a un general godo, Saro, a la Galia, a ver si conseguía tangar a Constantino. No coló.

Llegado el 408, Stilicho había perdido todo control de la Galia y de Britania, y Alarico llevaba un año en el Épiro esperando su llegada. Los godos comenzaban a pensar que Stilicho les había engañado. En la primavera de aquel año, Alarico le envió un e-mail a su compi yogui romano en el que le decía que, si verdaderamente seguían siendo amigos, le apiolase cuatro mil libras de oro en cero coma. Para dejar claro lo que podía pasar si no había pago, ordenó moverse al ejército hacia la provincia romana de Noricum, más o menos en la actual Austria, a tiro de lapo de Italia, pues.

A pesar de que el Senado estaba básicamente en modo guerra, Stilicho les convenció de que pagasen, aunque ha pasado a la Historia la valoración que le mereció a la oposición dicha decisión: non est ista pax sed pactio servitudis. En traducción libre: esto no es un acuerdo de paz, es una bajada de pantalones.

Para complicar más las cosas, el Día del Trabajo del 408, primero de mayo pues, la cascó en Constantinopla el emperador Arcadio, dejando la púrpura a su hijo de siete años, al que la Historia conoce como Teodosio II. Stilicho quiso ir Constantinopla a meter mano en los asuntos del Imperio (básicamente, destituir y/o pasarse a Teodosio por la piedra pómez, y nombrar a su propio hijo, Euquerio), pero se encontró con cierta oposición del emperador Honorio. De todas formas, las cosas en la Galia se pusieron pronto feas, puesto que Constantino III había llegado hasta Arles y amenazaba los pasos a Italia. Los suevos, vándalos y alanos campaban por sus respetos por la Galia, mientras que Alarico (que ya había cobrado) estaba en Noricum, tocándoselos.

Las tropas romanas de Italia, concentradas en Ticinum (Pavía), estaban convencidas de que Stilicho preparaba la invasión balcánica. Pero aquel verano les visitó el emperador Honorio y el 13 de agosto, cuando les dijo que las órdenes eran ir a la Galia a hostiarse con Constantino, las tropas se rebelaron y mataron a varios oficiales de conocida inteligencia con Stilicho.

Cuando Stilicho se vio privado de las tropas de la península que habían sido la base de su poder, volvió la mirada a sus amigos godos y convocó una reunión con todos ellos para diseñar una estrategia. En el momento en que se reunieron, todavía no sabían si Honorio había sobrevivido a la revuelta de Ticinum. Por ello, resolvieron que, si había muerto, los godos entrarían en Italia a llevarse por delante a los soldados relapsos; pero si había sobrevivido, harían una operación de cirugía, ejecutando sólo a los cabecillas. Cuando recibieran noticias de que el emperador no había sido molestado, Stilicho se dio cuenta de que no tenía apoyos, y huyó a Rávena. Allí se refugió en una iglesia, pero finalmente hubo de rendirse. Lo decapitaron el 22 de agosto.

Estos jefes godos que estuvieron con Stilicho lo eran de la tropa goda (unos 12.000 soldados) que en su día había seguido a Radagausio, y que cuando éste había sido vencido se alistaron en la milicia romana como unidad específica y separada. En el resto del ejército romano, lo probable es que no hubiese unidades godas como tal.

La muerte de Stilicho inició una purga en toda regla en Italia. Sus oficiales y fieles que no habían muerto en Ticinum fueron asesinados ahora. Como lo fue Euquerio. Por supuesto, Honorio repudió a su mujer, María. Al poder subió un general criado a los pechos de Stilicho, Olimpio, quien sin embargo no tuvo empacho de embargar todos los bienes de su antiguo jefe. Asimismo, una vez que se vio nombrado magister officiorum, dio la vuelta como un calcetín a las políticas de su antecesor, llamando a la guerra con los godos.


Mala decisión.

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