jueves, septiembre 01, 2016

Estados Unidos (36)

Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales. También hemos explicado el follón del té y otras movidas que colocaron a las colonias en modo guerra.

Evidentemente, hemos seguido con el relato de la guerra y, una vez terminada ésta, con los primeros casos de la nación confederal que, dado que fueron como el culo, terminaron en el diseño de una nueva Constitución. Luego hemos visto los tiempos de la presidencia de Washington, y después las de John Adams y Thomas Jefferson

Luego ha llegado el momento de contaros la guerra de 1812 y su frágil solución. Luego nos hemos dado un paseo por los tiempos de Monroe, hasta que hemos entrado en la Jacksonian Democracy. Una vez allí, hemos analizado dicho mandato, y las complicadas relaciones de Jackson con su vicepresidente, para pasar a contaros la guerra del Second National Bank y el burbujón inmobiliario que provocó.

Luego hemos pasado, lógicamente, al pinchazo de la burbuja, imponente marrón que se tuvo que comer Martin van Buren quien, quizá por eso, debió dejar paso a Harrison, que se lo dejó a Tyler. Este tiempo se caracterizó por problemas con los británicos y el estallido de la cuestión de Texas. Luego llegó la presidencia de Polk y la lenta evolución hacia la guerra con México, y la guerra propiamente dicha, tras la cual rebrotó la esclavitud como gran problema nacional, por ejemplo en la compleja cuestión de California. Tras plantearse ese problema, los Estados Unidos comenzaron a globalizarse, poniendo las cosas cada vez más difíciles al Sur, y peor que se pusieron las cosas cuando el follón de la Kansas-Nebraska Act. A partir de aquí, ya hemos ido derechitos hacia la secesión, que llegó cuando llegó Lincoln. Lo cual nos ha llevado a explicar cómo se configuró cada bando ante la guerra.


Comenzando la guerra, hemos pasado de Bull Run a Antietam, para pasar después a la declaración de emancipación de Lincoln y sus consecuencias; y, ya después, al final de la guerra e, inmediatamente, el asesinato de Lincoln.

Aunque eso no era sino el principio del problema. La reconstrucción se demostró difícil, amén de preñada de enfrentamientos entre la Casa Blanca y el Congreso. A esto siguió el parto, nada fácil, de la décimo cuarta enmienda. Entrando ya en una fase más normalizada, hemos tenido noticia del muy corrupto mandato del presidente Grant. Que no podía terminar sino de forma escandalosa que el bochornoso escrutinio de la elección Tilden-Hayes.

Aprovechando que le mandato de Rutherford Hayes fue como aburridito, hemos empezado a decir cosas sobre el desarrollo económico de las nuevas tierras de los EEUU, con sus vacas, aceros y pozos de petróleo. Y, antes de irnos de vacaciones, nos hemos embarcado en algunas movidas, la principal de ellas la reforma de los ferrocarriles del presi Grover Cleveland.


En todo caso, conforme estas legislaciones de control se fueron desplegando quedó claro que se estaba aplicando una terapia estatal a un problema que era interestatal. En 1886, dos sucesos convencieron a la Casa Blanca de que no podía seguir sin intervenir en el asunto ferroviario. El primero de ellos fue un voluminoso informe que se hizo público en enero, y que detallaba las conclusiones de una investigación senatorial sobre las prácticas ferroviarias que había sido dirigido por el senador Shelby M. Cullom de Illinois. El informe le atizaba de lleno a los consejos de administración de las compañías ferroviarias y establecía la necesidad de una comisión federal que los controlase. En octubre de ese mismo año, el Supremo falló el denominado como caso Wabash, que venía a ser como una enmienda a la totalidad de Munn versus Illinois, puesto que concluía que los Estados no podían fijar tarifas dentro de sus límites si la línea ferroviaria afectada salía hacia otro Estado.

martes, agosto 30, 2016

Enemigos por Alá

Saudi Arabia and Iran: Power and Rivalry in the Middle East de [Mabon, Simon]



Qué: Saudi Arabia and Iran. Power and rivalry in the Middle East.
Quién: Simon Mabon.
Dónde: I. B. Tauris.
Cuánto: 19 pavos y 34 pollitos en la tienda Kindle.
Nota: 8,5 sobre 10.



Es vicio común de quien desconoce algo contra lo que alberga algún tipo de prevención contemplar ese algo como una realidad monolítica y sin fisuras. Esto le ocurre muy a menudo a muchos dizque conocedores del franquismo, al que observan como una larga noche de cuarenta años en la que no se movió la menor disensión; siendo lo cierto que todos o casi todos de los fieles seguidores del general se pasaron aquellas cuatro décadas dándose entre ellos unas hostias como panes (algunos de ellos incluso se intercambiaron alguna que otra granada de mano sin seguro). Lo mismo le ocurre a mucha gente con el mundo musulmán; gente que cree que basta declamar eso de que Alá es Grande para que todos los musulmanes se muevan en la misma dirección. Si formas parte de ese "mucha gente", sería bueno que te leyeses este libro.

El mundo musulmán, en realidad, es un dédalo de sensibilidades, y de ambiciones que se apoyan en esas sensibilidades para sobrevivir en la lucha de poder. Has de pensar, sin ir mas lejos, que tanto el presidente Hosni Mubarak, que fue destituido por la primavera egipcia; como los Hermanos Musulmanes que capitalizaron aquella revolución en su inicio; como el general al-Sisi que finalmente dio un golpe de Estado contra éstos; todos, todos ellos, son musulmanes. No hay en los sucesos de Egipto ni un adarme de conspiración judeomasónica o cosa parecida. 

El mundo musulmán es muy vario, y a una de sus principales quebradas está dedicado este libro, esto es, a la descarada rivalidad existente en eso que llamamos Oriente Medio entre el, por así decirlo, modelo iraní, y el modelo saudita (mal llamado árabe; aunque, bien pensado, mucho peor es motejar a los persas de árabes, y lo hace un huevo de gente). 

Simon Mabon es profe e investigador en la universidad de Lancaster, universidad que tiene un departamento de Política, Filosofía y Religión dentro del cual está integrado. De una forma muy meticulosa y sistemática, dedica este libro a estudiar las diferencias existentes entre estos dos modelos políticos y sociales, y las consecuencias que ello tiene en materia de política de exterior. Obviamente, la primera de las cosas que hay que contar es que, puesto que desde que el Imperio Romano entró en modo run-off la ambición geopolítica se ha acostumbrado a travestirse de problema religioso o de conciencia, el primer elemento que separa a persas de saudíes son sus creencias. Ser islámicos ambos, lejos de unirlos, los separa.

He pensado muchas veces, al leer este libro y otros tantos sobre la materia, cómo se le puede explicar a un occidental la magnitud y significado de las diferencias o cismas existentes entre el shiísmo y el sunismo o, menor deberíamos decir, el wahabismo, que es la escuela sunita abrazada por la familia al-Saud, que como es bien sabido son los Caponatos de ese Barrio Sésamo llamado Arabia Saudita. Sinceramente, la ruptura generada por el protestantismo luterano creo que no sirve, por mucho que efectivamente sirviese como disculpa para jugar cartas geopolíticas, como hizo Enrique VIII de Inglaterra, o nuestro Carlos I de España, V de Germania. En realidad, creo que para entender bien los elementos de estas diferencias habríamos que ir a referencias más cultas, y pensar, sobre todo, en las polémicas surgidas en el primer milenio del cristianismo en torno, sobre todo, a la naturaleza de Jesucristo y su relación con Dios; polémica solventada por bastante poca elegancia por la Iglesia católica oficial con ese constructo que conocemos como Santísima Trinidad; y que, además, se explica, en buena medida, por una lucha telúrica entre dos fuerzas, normalmente conocidas, simplificando, en Oriente y Occidente, por dominar la una a la otra; por dominar el mundo, puesto que el mundo, para ellos, equivalía básicamente a eso que los escritores del pasado llamaban el ecumene circunmediterráneo, que es una expresión que la sueltas un domingo de paella y tu cuñado ya no vuelve a decir de ti que eres un ignorante.

Dado que el tema musulmán es discusión también común de las reuniones dominicales familiares, este libro te va a dar muchos elementos de conocimiento para intervenir en esos debates y hacer eso que tanto te gusta de decirle a tu padre, con media sonrisa en la boca, que no tiene ni puta idea, y además demostrarlo. Shiísmo y wahabismo tienen serias diferencias teológicas, diferencias que, además, en mi opinión se ven agravadas, como ya he tenido ocasión de comentar, por el hecho de que las dos creencias juntas no han tenido jamás una autoridad teológica única e inapelable, como sí le ocurre al orbe cristiano con la figura (discutida y discutible) del Papa. Sin embargo, las diferencias entre shiíes y wahabitas no pasarían (que ya es mucho) de competiciones de fidelidad creyente, si no fuese por el hecho de que el área en el que desarrolla esa competencia, Oriente Medio, es un área de gravísimos enfrentamientos geopolíticos y donde además la pasta, literalmente, mana de la tierra a chorros.

Una de las virtudes, y digo bien virtudes, del libro de Mabon, es el escaso papel que juega en sus páginas el problema palestino. Muy a menudo, el análisis (interesadamente) superficial sobre la situación en Oriente Medio acude al conflicto árabe-israelí (en realidad, musulmán-hebreo) para explicar la mayoría de las cosas. A mí me da la impresión de que el autor del libro que estoy citando aquí ha querido, conscientemente, demostrar en sus páginas que, si bien el conflicto palestino es de gran importancia, existen otros vectores de tensión que ni siquiera pasan por los confines del actual Estado de Israel o por los de la demandada patria de los palestinos. En realidad, el elemento nuclear de los problemas descritos en el libro es la revolución jomeinista en Irán (de la que ya hemos hablado aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y aquí) y sus consecuencias desde el punto y hora que generó en la zona del Golfo Pérsico una potencia política, económica y militar de corte shií que tenía una clara aspiración de recoger el testigo del arabismo un día propugnado por Abdel Nasser en Egipto. El papel de Irán, exacerbado por la revolución, se ha encontrado algunos caminos expeditos gracias a la crisis y desaparición como poder organizado de Irak, tras las dos guerras del Golfo.

Irán y Arabia Saudí conforman dos modelos diferentes dentro de la ideología geopolítica musulmana. El shiísmo, como corresponde a una rama del Islam que concede importantes dosis al sacrificio e incluso al martirio, tiene, o a mí me lo parece, una tendencia natural hacia los humildes. El wahabismo es una teología más propia para un país que quiere ser teocrático y monárquico (no se olvide que un nombre como Arabia Saudita viene a equivaler a que Reino Unido se llamase oficialmente United Windsors' Kingdom, o nosotros España Borbónica...). Es difícil que dos formas tan diferentes de ver el Islam, y su misión en el mundo, puedan cohabitar pacíficamente; máxime si tenemos en cuenta que en toda creencia musulmana la ciudad de La Meca juega un papel fundamental, y que Arabia Saudita es, precisamente, el país guardián de su mezquita y, consecuentemente, de sus obligatorias peregrinaciones. Esto hace que shiísmo y wahabismo se tengan que relacionar sí o sí, lo cual no deja de ser un problema.

Ya es difícil, como digo, que, en esencia, dos visiones tan diferentes del Islam puedan cohabitar en paz; pero menos aun lo es, tal es creo yo una de las tesis fundamentales del libro de Mabon, tras la revolución iraní. La revolución que expulsó del país al sha Pahlevi y colocó en el poder al imán Jomeini supuso la creación de un foco irradiador en el Golfo Pérsico, visceralmente antiamericano, con una identidad musulmana propia. En ese entorno, es lógico que los Estados Unidos consolidasen un pacto de hierro con Arabia Saudita para conseguir mantener su presencia en la zona; pero, en realidad, el enfrentamiento entre persas y árabes va mucho más allá de una postura respecto de los intereses occidentales en el área, puesto que ambos están luchando por la preeminencia en la zona; por un liderazgo zonal.

Ambos sistemas, el shií y el wahabita, adolecen de tensiones internas. En el caso de Irán, sobre todo, puede citarse su diversidad de religiones, que es mayor de lo que comúnmente se sospecha, agravada por el hecho de que, en la práctica, a veces Irán acaba por ser un país en el que es más fácil ser, por ejemplo, judío que sunita. Esta diversidad de religiones también es una diversidad de identidades que introduce en el país, a pesar de su fuerte identidad histórica, tendencias centrífugas (que son mucho más evidentes en Irak). Por último, cabe citar la propia evolución del Estado iraní, esto es de su revolución, que en algunos momentos ha parecido dar pasos hacia una moderación que, sin embargo, ha quedado posteriormente desmentida, para luego ser capaz de firmar un pacto nuclear con los Estados Unidos; visto con perspectiva temporal, da la impresión de que Irán está bailando una yenka ideológica que tal vez sea una estrategia o tal vez venga a significar que, simple y llanamente, no sabe para dónde tirar. Irán tiene un sistema seudoparlamentario muy imperfecto que se lo pone muy difícil a las tendencias reformadoras o evolutivas; pero eso no quiere decir, necesariamente, que esas tendencias no tengan rincones por donde fluir y, ya se sabe, be water, my friend...

En el caso de Arabia Saudita, las tensiones son también muy perceptibles. El hecho de que se trate de un país con una escasa identidad como tal (carece de Historia propia, cosa que los iraníes se ocupan de recordar muy a menudo) y de que su estructura sea básicamente tribal, introduce elementos de dispersión y debilidad que la familia reinante ha tratado de mitigar mediante la curiosa estrategia de multiplicar su número, para así poder aspirar a alianzas y casamientos varios que le permitan controlar el polvorín tribal. Con todo, el principal problema que tiene Arabia es su lucha con elementos más fundamentalistas que ella misma, que no acaban de entender su entente con los Estados Unidos, amén de otras actuaciones en los campos político y religioso. Ya ha tenido el país serias advertencias de todo esto, quizás la más grave de todas los conflictos surgidos en 1979, cuando un grupo de fundamentalistas trataron de tomar el control de la mezquita de La Meca.

Irán está permanentemente atenta a estos movimientos de la sociedad árabe, tratando de abrir zanjas entre la misma y la familia que la gobierna. Las apelaciones a la masa social árabe, nos dice Mabon, son constantes entre los persas cuando se dirigen a la sociedad árabe, en un intento de trabar una vinculación entre ellos mismos y esa sociedad, la "gente corriente" que, según la tesis shií, no se siente representada por sus gobernantes. Al lector español tal vez le suele esta aproximación retórico-política. Con todo, Arabia Saudita cuenta con una minoría shií que podría operar como una especie de quinta columna; Mabon, sin embargo, parece apostar, aunque no lo diga así, por un estallido en otro teatro, que es Bahrein. Bahrein pertenece al conjunto de Estados de la península arábiga y, por lo tanto, es una nación de influencia saudita; pero tiene una fuerte población shií, lógicamente muy proclive a escuchar los mensajes que llegan de Teherán.

Resulta curioso, tristemente curioso, que, a pesar de que es común escuchar y leer críticas hacia las grandes potencias por su desempeño insensible en la geopolítica, estos dos actores, parece, han terminado por desarrollar los mismos usos que esos gigantes a los que critican. En ambos casos, en efecto, Irán y Arabia han creado sus terminales, sus grupos influidos o financiados, que son los que en realidad se dan de hostias. Por lo tanto, así como cuando Estados Unidos y la URSS se quisieron arrear sin que se notase lo hicieron en lugares como Corea o Vietman, estos dos actores del Golfo Pérsico también se buscan sus amigos que defiendan sus cosmovisiones mediante la violencia, más allá de sus propias fronteras.  En parte, la guerra de Siria se explica por ello.

Libro, pues, clarificador y muy bien documentado, escrito por un autor que sin duda sabe de lo que escribe. Capaz de sorprender en varias de sus páginas y, sobre todo, de aportarle al lector curioso una visión más completa de aquello que trata de desentrañar. Todo esto lo hace recomendable.