lunes, abril 24, 2017

EEUU (50)

Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales. También hemos explicado el follón del té y otras movidas que colocaron a las colonias en modo guerra.

Evidentemente, hemos seguido con el relato de la guerra y, una vez terminada ésta, con los primeros casos de la nación confederal que, dado que fueron como el culo, terminaron en el diseño de una nueva Constitución. Luego hemos visto los tiempos de la presidencia de Washington, y después las de John Adams y Thomas Jefferson

Luego ha llegado el momento de contaros la guerra de 1812 y su frágil solución. Luego nos hemos dado un paseo por los tiempos de Monroe, hasta que hemos entrado en la Jacksonian Democracy. Una vez allí, hemos analizado dicho mandato, y las complicadas relaciones de Jackson con su vicepresidente, para pasar a contaros la guerra del Second National Bank y el burbujón inmobiliario que provocó.

Luego hemos pasado, lógicamente, al pinchazo de la burbuja, imponente marrón que se tuvo que comer Martin van Buren quien, quizá por eso, debió dejar paso a Harrison, que se lo dejó a Tyler. Este tiempo se caracterizó por problemas con los británicos y el estallido de la cuestión de Texas. Luego llegó la presidencia de Polk y la lenta evolución hacia la guerra con México, y la guerra propiamente dicha, tras la cual rebrotó la esclavitud como gran problema nacional, por ejemplo en la compleja cuestión de California. Tras plantearse ese problema, los Estados Unidos comenzaron a globalizarse, poniendo las cosas cada vez más difíciles al Sur, y peor que se pusieron las cosas cuando el follón de la Kansas-Nebraska Act. A partir de aquí, ya hemos ido derechitos hacia la secesión, que llegó cuando llegó Lincoln. Lo cual nos ha llevado a explicar cómo se configuró cada bando ante la guerra.

Comenzando la guerra, hemos pasado de Bull Run a Antietam, para pasar después a la declaración de emancipación de Lincoln y sus consecuencias; y, ya después, al final de la guerra e, inmediatamente, el asesinato de Lincoln.

Aunque eso no era sino el principio del problema. La reconstrucción se demostró difícil, amén de preñada de enfrentamientos entre la Casa Blanca y el Congreso. A esto siguió el parto, nada fácil, de la décimo cuarta enmienda. Entrando ya en una fase más normalizada, hemos tenido noticia del muy corrupto mandato del presidente Grant. Que no podía terminar sino de forma escandalosa que el bochornoso escrutinio de la elección Tilden-Hayes.

Aprovechando que le mandato de Rutherford Hayes fue como aburridito, hemos empezado a decir cosas sobre el desarrollo económico de las nuevas tierras de los EEUU, con sus vacas, aceros y pozos de petróleo. Y, antes de irnos de vacaciones, nos hemos embarcado en algunas movidas, la principal de ellas la reforma de los ferrocarriles del presi Grover Cleveland. Ya de vuelta, hemos contado los turbulentos años del congreso de millonarios del presidente Harrison, y su política que le llevó a perder las elecciones a favor, otra vez, de Cleveland. Después nos hemos enfrentado al auge del populismo americano y, luego, ya nos hemos metido de lleno en el nacimiento del imperialismo y la guerra contra España, que marca el comienzo de la fase imperialista del país, incluyendo la política asiática y la construcción del canal de Panamá.


Tras ello nos hemos metido en una reflexión sobre hasta qué punto la presidencia de Roosevelt supuso la aplicación de ideas de corte reformador o progresista, evolución ésta que provocó sus más y sus menos en el bando republicano. Luego hemos pasado ya a la implicación estadounidense en la Gran Guerra, el final de ésta y la cruzada del presidente a favor de la Liga de las Naciones. Luego hemos pasado a la (primera) etapa antiinmigración hasta la llegada de Hoover, quien se las prometía muy felices pero se encontró con la Gran Depresión , que trajo a Roosevelt y sus primeras medidas destinadas a reactivar la economía, así como el nacimiento de la legislación social americana y el desarrollo propiamente dicho del New Deal.

Abordando ahora los temas de política internacional en entreguerras, aunque existe la imagen de que tras la primera guerra mundial, el mundo se embarcó en unos años de pasotismo y carpe diem, lo cierto es no fue así, ni siquiera para los Estados Unidos, que estaban en condiciones de relajarse en mucha mayor medida que las naciones europeas.


Antes incluso de que terminase la Gran Guerra, la diplomacia estadounidense, así como su alto mando militar, se encontraron ante retos importantes. En efecto, antes incluso de que terminase la guerra tanto Japón como China iniciaron movimientos para incrementar su influencia en Siberia; y, una vez firmado el armisticio, Japón comenzó a mostrar un interés muy agresivo por varias islas en poder de los alemanes en el Pacífico.

Si tenemos en cuenta que Japón, en ese momento, tenía en vigor un tratado de mutua asistencia naval con Gran Bretaña, entenderemos por qué la carrera armamentística marítima abordada por los Estados Unidos a principios de siglo no sólo se explica por la guerra submarina alemana. Todas las cosas que pasan, todos los cambios que se operan, tienen consecuencias; algunas buenas, otras malas. Para Estados Unidos, la celebrada derrota de Alemania afloró el peligro de que Gran Bretaña en el Atlántico y Japón en el Pacífico quedasen como potencias navales monopolísticas, y por eso se dio cuenta de que su labor era contrabalancear ambas realidades. En aquellos tiempos, además, la competencia feroz por los recursos petrolíferos de Oriente Medio entre Londres y Washington hizo pensar a muchos estrategas en Estados Unidos de la posibilidad, inminencia incluso, de una guerra entre ambos países.

De todos los rearmes, sin embargo, el naval era, con mucho, el más costoso. Por esta razón, ya en 1920 los Estados Unidos comenzaron a coquetear con la idea de una conferencia internacional que sirviese para limitar la carrera armamentística en los mares. Como resultado, en julio de 1921 el presidente Harding invitó a Francia, Italia, Reino Unido y Japón para una reunión en Estados Unidos, que habría de comenzar el 11 de noviembre, precisamente el día del armisticio.

El primer día de la conferencia, 12 de noviembre, Charles Evans Hughes, secretario de Estado, sorprendió a propios y, sobre todo, a extraños, al proponer nada menos que una moratoria de diez años en la construcción de capital ships, esto es, acorazados y destructores. Más aún, propuso que en tonelaje de estos barcos se limitase a 500.000 toneladas en el caso de Gran Bretaña y Estados Unidos, 300.000 en el de Japón. Esto suponía que los americanos tendrían que enviar 33 barcos al desguace; y las otras dos naciones, 66.

La propuesta, como he dicho, sorprendió a todos y provocó mucho this and that; pero, en febrero de 1922, se había alcanzado un acuerdo que respetaba la proporción de fuerzas navales propuesta por Hughes (conocida como 5-5-3), además de hacerlo prácticamente en los niveles de tonelaje propuestos por él. Francia e Italia consiguieron el derecho a tener armadas de hasta 175.000 toneladas.

En aquella reunión de Washington también se alcanzaron dos acuerdos más, conocidos como la Four Power Act y la Nine Power Act. El primero de estos pactos sustituía el acuerdo anglo-nipón por otro en el que se veían incluidos los Estados Unidos y Francia, con un compromiso por parte de los firmantes de respetar los derechos del resto de signatarios en el Pacífico.

En el acuerdo de las nueve naciones, China, Italia, Bélgica, Países Bajos y Portugal se unían a las cuatro potencias, se mostraban partidarias de la filosofía de Open Door en China y garantizaban su soberanía e integridad territorial.

La conferencia de Washington fue vista como un paso muy importancia hacia el objetivo wilsoniano de resolver cualquier diferencia por vía diplomática y abandonar la guerra como método de política internacional. De hecho, cuando esta conferencia se viera, en 1928, seguida del Pacto Kellogg-Briand, mucha gente pensó que la guerra era ya cosa del pasado. Lo cierto, sin embargo, es que, como sabemos ahora, muchos de los 62 países que firmaron dicho pacto estaban, simplemente, ganando tiempo. El principal de éstos era Japón, que no había abandonado la idea, que reputaba imprescindible, de consolidar unas provincias continentales que diesen salida a su rápida modernización industrial. Así pues, los japoneses simplemente esperaron a que se produjese una novedad que les sirviese como excusa. En septiembre de 1931, tras un incidente en la South Manchurian Railway, de control nipón, el ejército japonés entró a sangre y fuego en la provincia china de Manchukuo, o Manchuria.

En enero de 1932, Tokio se había hecho con el control total de Manchuria, en medio de las consabidas advertencias de los Estados Unidos y de la Liga de Naciones (en esto tan inútil como la propia ONU) en el sentido de que debía honrar los compromisos que había firmado. Los japoneses impusieron un Estado marioneta en Manchuria, acción que supuso el boicot total por parte de China. A finales de enero de 1932, los japoneses respondieron atacando Shanghai, donde perpetraron una matanza de civiles que pronto generó una ola de protestas en medio mundo.

La comunidad internacional, en todo caso, mostró muy poca capacidad de tirar para adelante. De hecho, en febrero de 1933, todo lo que fue capaz de parir la Sociedad de Naciones fue una resolución que formalmente condenaba la invasión de Manchuria por los japoneses, pero al tiempo tomaba la increíble decisión de aceptar el Estado de Manchuria porque, formalmente, estaba bajo soberanía china (acojonante). Aun así, Japón abandonó la SdN. En diciembre de 1934, asimismo, denunció el tratado de Washington; una decisión que no fue sino el prólogo de otra por la que, en 1936, Estados Unidos y Gran Bretaña renunciaron a mantener la paridad naval entre ellos.

Otro escenario de entreguerras que pronto se le complicó a la diplomacia estadounidense en los años entreguerras fue Latinoamérica. Washington tenía ahora una prioridad en la zona: el canal de Panamá. Para ello hubiera esperado no tener que aplicar el Roosevelt Corollary de la Doctrina Monroe; pero si ésa era su intención, se quedó con las ganas.

Lejos de el papel distante y respetuoso con que tal vez habían soñado algunos funcionarios del Departamento de Estado, en 1924 los Estados Unidos intervenían directamente en el gobierno de una decena de Estados latinoamericanos. Se pudo ver a fuerzas estadounidenses intervenir en Panamá en 1921, En la República Dominicana desde 1921 hasta 1924, o en Honduras en el 23. Los marines ya estaban presentes en Nicaragua desde 1912, cuando fueron invitados por el gobierno local. Salieron en 1925, pero en su ausencia se montó una ensalada de tales proporciones que dos años después ya estaban de vuelta. En 1926, Washington consiguió celebrar unas elecciones libres en el país; pero los seguidores del general Augusto César Sandino no las aceptaron y se echaron al monte, desde donde estuvieron hostilizando a los estadounidenses hasta 1933.

En el principal país de referencia en la zona: México, las cosas tampoco fueron fáciles. La Constitución local de 1917 había dado al Estado mexicano la propiedad de los recursos minerales y petrolíferos. A pesar de las fuertes inversiones realizadas por compañías estadounidenses en el país, en 1924 el presidente Plutarco Elías Calles se mostró totalmente dispuesto a activar la regulación constitucional. En ese momento, importantes lobbies en el vecino del norte comenzaron a presionar para una nueva guerra. En 1927, el presidente Coolidge envió a México a un viejo compañero de estudios suyo, Dwigth L. Morrow, un ejecutivo de la casa Morgan. Le dio una instrucción muy sencilla: keep us out of war. Morrow, que se mostró como una persona de grandes habilidades diplomáticas, consiguió enamorar a los mexicanos, a los que arrancó un acuerdo por el cual los hombres de negocios estadounidenses retendrían aquellos intereses petrolíferos y minerales que tuviesen antes de 1917. A fuer de ser sinceros, una sentencia del Supremo mexicano en el mismo sentido le ayudó bastante.

En 1928, tratando con ello de sustantivar una nueva etapa, los Estados Unidos se presentaron en la Conferencia de Washington para la Conciliación y el Arbitraje, dispuestas a firmar diversos tratados de arbitraje con países latinoamericanos que venían a suponer la renuncia a la intervención directa en sus intereses y gobiernos. En la década de los treinta, de hecho, los Estados Unidos, que habían rechazado formalmente el Roosevelt Corollary, se negaron a intervenir en El Salvador y Haití.

En marzo de 1933, en su primer discurso de toma de posesión, Roosevelt dedicó una referencia expresa a su intención de aplicar “políticas de buena vecindad”. Ese mismo año, los asistentes a la Conferencia de países latinoamericanos de Montevideo firmaron un acuerdo que establecía que “ningún Estado tiene el derecho de intervenir en los asuntos internos o externos de otro”; Estados Unidos estaba presente, y lo firmó. En 1934, Washington liberó Cuba de sus obligaciones bajo la Platt Amedment, y en 1939 renunció a muchos de sus derechos en Panamá, pasando a pagar sumas mayores a cambio de sus derechos sobre el canal.

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