miércoles, marzo 08, 2017

La desamortización (primeros intentos)

En el siglo XVIII, al contrario de lo que nos dice el imaginario colectivo (e ignorante), España estaba preocupada, y sus elites lo estaban con ella. La gente imagina, bajo el palio del concepto Antiguo Régimen, a unos tipos metidos en sus grandes mansiones pasando totalmente de los males de la patria y disfrutando de sus privilegios. Esta imagen, como digo muy extendida incluso entre dizque maestros de la cosa, equivale a sostener que España, en el siglo XVIII, era un país de gilipollas. Porque hay que ser gilipollas para aspirar a que tu coche te lleve de un sitio a otro eternamente y, sin embargo, jamás hacerle ninguna labor de mantenimiento.

Lejos de lo que nos dice este imaginario, la España culta del siglo XVIII, y muy especialmente la gobernante, estaba preocupada por el hecho de que España no carburase como modelo económico. Muchos de aquellos españoles estaban perfectamente informados de cómo habían avanzado las teorías de la política económica; comenzaban a comprender que el mantra en el que se había sostenido la pretendida supremacía económica española, el acceso casi ilimitado a la plata, era un mantra de mierda (por no mencionar que el acceso a la plata era cada vez más limitado). Cualquier rey con dos dedos de frente comprendía que las razones del endeudamiento exponencial de España eran dos: los gastos excesivos (la que se tiene por razón única por muchos); y la incapacidad de allegar ingresos internamente. España necesitaba, lo diremos en términos actuales, una clase media, o algo que se le pareciese. Y, en aquellos momentos, esa clase media sólo podía salir del campo; luego llegaría una cosa llamada Revolución Industrial, que no es otra cosa que un proceso por el cual se descubre de que es mucho más fácil, más rápido y más multiplicador generar ese proceso en las ciudades. Pero eso, como digo, nos llegó mucho después.

lunes, marzo 06, 2017

Un laberinto argentino

Atenta la compañía, que este post me ha salido larguito.
Perdón para los impacientes.


Empezar a escribir este post es, en realidad, la confesión de un fracaso. Habitualmente, antes de comenzar a escribir un artículo en el blog paso un tiempo en el que me documento sobre el mismo pero, sobre todo, trato de comprenderlo; y nunca escribo hasta que esa comprensión alcanza un nivel mínimo. Mi objetivo en este blog es contar cosas y, contándolas, explicarlas. Pero para poder explicarlas antes debo entenderlas. Pero ahora estoy comenzando a escribir este post a sabiendas de que no entiendo, en realidad, de qué va.

Lo he intentado pero, a pesar de los años que han pasado y todas las lecturas y eso, confieso que no logro comprender la figura de Juan Domingo Perón; no entiendo el peronismo. No quiero decir que no lo comparta; en mi "oficio" de bloguero histórico entiendo muchas cosas que no comparto (la mayoría de las cosas sobre las que escribo, de hecho). Pero Perón, para mí, es tan inextricable como el tango. Es una canción de letra cadenciosa que dice muchas cosas a la vez, que provoca sentimientos encontrados. A mí el tango me enloquece y al mismo tiempo me genera una curiosa desazón. Ahora mismo, para escribir estas líneas, escucho a Francis Andreu como quien escucha un extraño canto en una lengua imposible.

Lo que mueve al lector de Historia es la curiosidad, y su triunfo se produce cuando la colma. Por las mismas, fracasa cada vez que, tras intentarlo, no consigue comprender aquello en lo que lo ha sumergido su curiosidad. Y yo, la verdad, puedo (creo) describir los hechos; pero comprenderlos, ay, amigo, eso ya es otra cosa. Vayamos con ello, en todo caso.