martes, octubre 10, 2017

Lluis Companys (en digesto)

Dado que en estas horas se ha puesto un poco de moda, he pensado en recuperar para vosotros una serie que publiqué hace ocho años en el blog dedicada a la vida de Lluis Companys. No está, la verdad, muy adaptada a los tiempos que corren, porque apenas dice cosas sobre el golpe de Estado de 1934, que es lo que ahora se usa más para las analogías, y más sobre el momento en el que yo creo que don Luis se jugó su papel en la Historia: la guerra civil. Pero, bueno, para el que desee un acercamiento a la personalidad de este hombre, tal vez le sirva.

A ello, pues.

lunes, octubre 09, 2017

Trento (32)

Recuerda que en esta serie hemos hablado ya, en plan de introducción, del putomiérdico estado en que se encontraba la Europa católica cuando empezó a amurcar la Reforma y la reacción bottom-up que generó en las órdenes religiosas, de los camaldulenses a los teatinos. Luego hemos empezado a contar las andanzas de la Compañía de Jesús, así como su desarrollo final como orden al servicio de la Iglesia. Luego hemos pasado a los primeros pasos de la Inquisición en Italia y su intensificación bajo el pontificado del cardenal Caraffa y la posterior saña con que se desempeñó su sucesor, Pío IV, hasta conseguir que la Inquisición dejase Italia hecha unos zorros.

A partir de ahí, hemos pasado a ver los primeros pasos de la idea del concilio y, al trantrán, hemos llegado hasta su constitución formal. Pero esa constitución fue tan problemática que pronto surgió el fantasma del traslado del concilio.

En ese punto del relato, hicimos un alto para realizar un interludio estético. Pasadas las vacaciones, hemos abordado la apertura del concilio y las maniobras papales para arrimar el ascua a su sardina. De hecho, el Papa maniobró, en contra de los intereses imperiales, para que Trento le pusiera la proa desde el primer momento a los reformados, y luego intentó, sin éxito, sacar el concilio de Trento. El enfrentamiento fue de mal en peor hasta que, durante la discusión sobre la residencia de los obispos, se montó la mundial; el posterior empeño papal en trasladar el concilio colocó a la Iglesia al borde de un cisma. El emperador, sin embargo, supo hacer valer la fuerza de sus victorias. A partir de entonces, el Papa Pablo ya fue de cada caída hasta que la cascó, para ser sustituido por su fiel legado en Trento. El nuevo pontífice quiso mostrarse conciliador con el emperador y volvió a convocar el concilio, aunque no en muy buenas condiciones. La cosa no fue mal hasta que el legado papal comenzó a hacérselas de maniobrero. En esas circunstancias, el concilio no podía hacer otra cosa más que descarrilar. Tras el aplazamiento, los reyes católicos comenzaron a acojonarse con el avance del protestantismo; así las cosas, el nuevo Papa, Pío IV, llegó con la condición de renovar el concilio. Concilio que convocó, aunque no sin dificultades.

El nuevo concilio comenzó con una gran presión hacia la reconciliación con los reformados, procedente sobre todo de Francia, así como del Imperio. Sin embargo, a base de pastelear con España sobre todo, el Papa acabó consiguiendo convocar un concilio bajo el control de sus legados.

El concilio recomenzó con un fuerte enfrentamiento entre el Papa y los prelados españoles y, casi de seguido, con el estallido de la gravísima disensión en torno a la residencia de los obispos. La situación no hizo sino empeorar cuando se discutieron la continuidad del concilio y la comunión de dos especies. Si algo parecido se aprobó, no fue sino después de que el Papa recuperase el control sobre el concilio.

Las cosas, sin embargo, se pusieron mucho peor cuando los españoles se empeñaron en discutir el origen divino de la dignidad episcopal y, para colmo, por Trento se dejó caer el cardenal de Lorena.

La polémica sobre el origen divino del episcopado, en todo caso, lejos de sostenerse no hacía sino arreciar. El cardenal de Lorena realizó un vibrante discurso en su defensa, que se vio apoyado por el arzobispo de Praga. El estado de nervios en que estaban los legados papales quedó bien reflejado el 3 de diciembre, durante cuya sesión uno de ellos, Hosio, que además pasaba por ser y era el más razonable de todos, realizó una censura exagerada contra el obispo de Alife por una cuestión absolutamente menor; y cuando éste quisiera tomar la palabra para defenderse, Simonetta se la negó con el argumento de que nadie podía contestar a los legados. No era en modo alguno invención de los propios legados esta actitud, sino más bien el resultado de la presión desde Roma para que cortasen de raíz cualquier tipo de contrariedad.