miércoles, septiembre 23, 2015

Breve historia del metro (4)

Recuerda que ya te hemos contado.

El principio de todo y las primeras tribulaciones de Delambre.

Las primeras tribulaciones de Méchain en el tramo sur del meridiano, hostión incluido.

La recuperación (parcial) de Méchain y la impaciencia de los gobernantes franceses por un proyecto que duraba ya demasiado.

Un síntoma bien claro de la situación en la que se encontraba aquella Francia de la Revolución es que, cuando menos en primera instancia, el consejo municipal de París rechazó la petición de Delambre en el sentido de continuar su periplo triangulador. El gobierno de la ciudad, dominado para entonces por los sans coulottes, contemplaba la Academia como una institución elitista de señoritos, la casta, y por eso se apremió a dejarla con el culo al aire. En una segunda instancia, la petición de Delambre, avalada por las personas adecuadas, pasó la votación; lo cual demuestra la solidez de las ideas que apenas unos días antes habían provocado la votación contraria.


Delambre, una vez fuera de la ciudad, y, eso sí, parando en cada pueblo para mostrar sus papeles y dejar clara su misión, había decidido, esta vez, pasar de la estrategia consistente en irradiar su trabajo desde París, sino comenzarlo por el principio, es decir, Dunquerque. Para cuando llegó al lugar, las cercanas tierras planas de Flandes estaban en guerra, y los enemigos de Francia avanzaban. Así pues, Delambre trató de darse prisa para hacer sus mediciones a pelo puta, antes de que la ciudad pudiese eventualmente caer en otras manos. Pudo avanzar deprisa, según sus propios escritos, gracias a uno de los sacerdotes de la iglesia local, apellidado García; de donde podemos colegir con cierta facilidad que era descendiente de españoles, aunque probablemente muy lejano, teniendo en cuenta que era una familia que aseguraba llevar tres siglos en Dunquerque.

Una vez superada la etapa dunquerquiana, avanzó Delambre hacia el sur en dirección a la región más erótica de Europa: la Picardía. Avanzó muy deprisa, aprovechando las mejores condiciones para la triangulación del verano, y a mediados de julio había completado diez triángulos. Ese mes, Lefrançais abandonó el equipo para ir a París porque su mujer (hija de Lalande) estaba a punto de parir. De hecho, el 27 de julio dio a luz a una niña, a la que llamaron Urania (es fácil deducir que, de alumbrar a la churumbela a día de hoy, la habría llamado Supercuerda, o Materiaoscura), aunque el bautizo quedó pendiente hasta que Delambre pudiese apadrinarla. Lo cierto es que Lefrançais nunca regresó a la misión. El 8 de agosto de 1793, antes de que hubiera podido hacerlo, la Academia fue abolida, y se quedó trabajando con su suegro.

Delambre supo de la abolición de la Academia por una carta de Lavoisier que le llegó cuando estaba en la torre de la catedral de Amiens tomando medidas. En todo caso, su corresponsal parisino le informaba de que los académicos habían podido salvar el proyecto de reforma métrica. La mala noticia es que el flujo del dinero se había acabado, y que también se había decidido, en parte a causa de las excesivas dilaciones del proyecto, implantar una especie de metro provisional.

Una ley de 1 de agosto de 1793, en este sentido, codificó el sistema métrico como lo conocemos hoy en día, y otorgaba un periodo transitorio de un año para que la gente se adaptase. Era evidente que para cuando el nuevo metro fuese obligatorio, la expedición del meridiano no habría podido terminar sus triangulaciones y mucho menos completar sus cálculos. Por eso se establecía un valor provisional.

Antes de que comenzase la expedición del meridiano, Borda había hecho algunos cálculos estimativos en los que había previsto un valor para el metro, expresado en medidas tradicionales hasta entonces en Francia. La intención del marino era, sin embargo, mantener estos cálculos, basados en lo que ya se sabía sobre las dimensiones de la Tierra, en secreto. Pero había muchos actores que querían conocerlos. Los más interesados en ello eran los funcionarios del Tesoro, que necesitaban conocer cuál sería el peso de las piezas de moneda. Ya el 1 de enero de 1793, el Comité de Finanzas solicitó de la Comisión de Pesos y Medidas una estimación adecuada de la futura longitud del metro. El trabajo lo abordaron Borda, Lagrange y Laplace. Para ello, asumieron que la longitud de un grado a una latitud 45 norte era la media de todo el cuarto meridiano. Tomaron esa medida de la expedición conocida como Cassini III (1740). A partir de ahí, teniendo en cuenta que un cuarto de meridiano ocupa 90 grados, multiplicaron dicha longitud por 90 y dividieron por diez millones (espero no haberme equivocado en la descripción...)

Los tres científicos, sin embargo, también guardaron este resultado, y sólo fue ante la amenaza de disolución de la Academia que lo dieron a la luz.

A pesar de esta adopción del metro, como hemos dicho siempre se tomó por provisional y, por lo tanto, la labor de las triangulaciones no se detuvo. En octubre de 1793, Delambre había logrado ya llegar lo suficientemente al sur como para conectar las mediciones que había hecho desde Dunquerque con las que había realizado anteriormente en los alrededores de París.

Avanzando por el sur de la capital se encontró con un problema difícil. La torre de la iglesia de Cour-Dieu, que había servido de nodo a Cassini, se encontraba ahora rodeada de árboles y no podía ser usada como nodo. A falta de otros elementos que pudieran ser usados, Delambre decidió que lo que había que hacer era construir un puesto ad hoc sobre una colina llamada Châtillon. La construcción de la torre tomó un mes y, lo que es más importante, concitó mucha curiosidad. Los lugareños de los alrededores estaban convencidos de que eran obras de algún complejo o máquina, que sería usada con intenciones contrarrevolucionarias. Así las cosas, lograron llamar a una tropa de unos seiscientos soldados para que fuesen allí. Afortunadamente para Delambre, en aquel ambiente más bien ilógico y bastante revolucionariamente pollas, las gentes de la zona decidieron cambiar de enemigo y, en el mes de diciembre, votaron por unanimidad que fuese demolido un monolito que se había construido muy cerca en recuerdo de la expedición de Cassini, por considerarlo un “signo odioso del despotismo extinto”.

El día de Nochevieja, Delambre y su adjunto Bellet lograron, finalmente, subir a la torre de Châtillon. Con el tiempo, sin embargo, acabaría quedando claro que las mediciones desde ese lugar no iban a ser de gran calidad. El fuerte frío, el viento y el delicado equilibrio en el que se veían obligados a colocar los aparatos de medición la provocaron.

Lo peor, sin embargo, llegó el 4 de enero de 1794. En ese día, Delambre recibió una carta de la Comisión de Pesos y Medidas en la que se le notificaba que, por orden del Comité de Salud Pública, había sido apartado del proyecto de medición del meridiano, junto con algunos otros científicos. La carta le instaba a empaquetar sus instrumentos de medición y todas sus notas y mantenerlos a disposición del sustituto que acudiría para tomar el control de la misión “en el caso que fuese reanudada”.

Ahora Delambre tenía dos preocupaciones: una, que le habían prohibido hacer las mediciones. La otra, que las tenía que hacer si no quería que todo el trabajo desde la torre de Châtillon quedase inutilizado; cosa que ocurriría si la torre era definitivamente derribada por el viento sin que hubiesen terminado las mediciones. Delambre consideraba, y tenía toda la razón, que la única forma de que la misión pudiese ser continuada por un tercero con garantías es que él terminase su trabajo en algún punto de observación fijo y no artificialmente construido. Pensaba en alguna de las torres de iglesia a lo largo del Loira. Otrosí, lo que el científico tenía en ese momento era un montón de notas crudas que necesitaban ser ordenadas, expurgadas y calculadas; un trabajo de por lo menos tres meses. Así las cosas, escribió a París solicitando cuando menos este tiempo para poder completar su parte de la misión.

La carta de Delambre fue recibida en París por un antiguo compañero de la Academia que, además, estaba llamado a ser su sustituto: el ingeniero Gaspard Prony. Prony, que recordemos pertenecía a esa profesión que los científicos puros suelen mirar con cierta superioridad, se portaría con Delambre como un auténtico científico: no sólo le asistió, sin sustituirle, en las mediciones de la torre de Châtillon, sino que luego siguió ayudándole en las mediciones en el Loira.


En año y medio de trabajo, Delambre había completado más o menos la mitad de su trabajo, recorriendo más de 3.000 kilómetros efectivos por carreteras deplorables; distancia que se explica porque, recordemos, cuando se triangula no se avanza en recto, sino en zig zag. Pero el 22 de enero, recibió la comunicación del Comité de Salud Pública, que llevaba fecha de 23 de diciembre de 1793, comunicándole su cese.

Fue la forma que encontró eso que conocemos como régimen del Terror de irrumpir en el proyecto del meridiano.  

1 comentario:

  1. La verdad es que el péndulo tenía un montón de problemas.

    En primer lugar, como bien dices, estaba el de trasladar el problema a la de medir otra magnitud: el tiempo. Y no era un problema pequeño. Ya entonces se sabía que el día (punto de partida para obtener el segundo) no era único. Existe el tiempo solar y el tiempo sidéreo, que difieren entre sí en aproximadamente 4 minutos y que para colmo el día solar no siempre dura lo mismo. Y ahora trabajamos con el tiempo solar medio.

    Pero hay más problemas. El "motor" del péndulo es la gravedad, que como has indicado, se sabía no era igual en todas partes, pero es que además hay otros "motores" que influyen para pararlo: el rozamiento. No por casualidad a todos los relojes de péndulo había que darles cuerda y no es evidente que se pudiese conseguir una fuente de energía que lo compensase perfectamente. El reloj de mi abuela atrasaba o adelantaba en función de que fuera verano o invierno y de su propio albedrío y ganas de jorobar.

    Afortunadamente desconocían algunas cosas más porque Einstein no había tenido a bien nacer aún. Si no, habrían sabido que tanto la longitud como el tiempo dependen de la velocidad y la gravedad y que el concepto de simultaneidad de sucesos se iba a ir a hacer gárgaras en poco más de un siglo. De haberlo sabido habrían abandonado el proyecto y hoy seguramente no tendríamos metro o se habría cogido una medida cualquiera sin referenciarlo a una Naturaleza tan caprichosa.

    En general creo que la idea de unificar las medidas era lógico y un gran avance del que me congratulo de disfrutar, pero yo creo que era innecesario ligarlo a nada real. Con buscar un tamaño fijo de consenso era suficiente (eso que aprendíamos de la barra de platino iridiado). Y sabiendo que hay veces que no es aplicable. Como ya se ha indicado, los ángulos, la milla náutica o las horas son más útiles como están y a los astrónomos les resulta más útil el año-luz o el parsec sin derivar para nada del metro (ni la una de la otra, por cierto).

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