lunes, enero 18, 2016

Estados Unidos (16)

Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales. También hemos explicado el follón del té y otras movidas que colocaron a las colonias en modo guerra.


Evidentemente, hemos seguido con el relato de la guerra y, una vez terminada ésta, con los primeros casos de la nación confederal que, dado que fueron como el culo, terminaron en el diseño de una nueva Constitución. Luego hemos visto los tiempos de la presidencia de Washington, y después las de John Adams y Thomas Jefferson

Luego ha llegado el momento de contaros la guerra de 1812 y su frágil solución. Luego nos hemos dado un paseo por los tiempos de Monroe, hasta que hemos entrado en la Jacksonian Democracy. Una vez allí, hemos analizado dicho mandato, y las complicadas relaciones de Jackson con su vicepresidente, para pasar a contaros la guerra del Second National Bank y el burbujón inmobiliario que provocó.

Luego hemos pasado, lógicamente, al pinchazo de la burbuja, imponente marrón que se tuvo que comer Martin van Buren quien, quizá por eso, debió dejar paso a Harrison, que se lo dejó a Tyler.

La cuarta y quinta década del siglo XIX marcan un cambio fundamental en el devenir de la Historia de los Estados Unidos a causa de la aparición en la misma de actores cada vez más fuertes. Es lo que comúnmente se conoce como la aparición de la costa del Pacífico.

Estamos hablando de los tiempos más intensamente expansionistas de la Historia de América. En periódicos y tertulias de todo el país son comunes los oradores que vaticinan que la bandera americana acabará ondeando desde el Polo Norte hasta la Patagonia, estableciendo con ello un colonialismo pancontinental que pone muy nerviosos a los británicos. La inquina entre ambos países permanece de alguna manera soterrada mientras las relaciones diplomáticas son cordiales y estables. Pero esa situación cambia al final de la década de los treinta a causa de dos incidentes ocurridos en Canadá.

El primero de estos incidentes, conocido como the Caroline affair, comienza en 1837 con el estallido de una rebelión en Canadá contra la corona, cuyos instigadores obtienen apoyo al otro lado de la frontera, y que fue rápidamente sofocado. En la noche del 29 de diciembre de 1837, un vapor americano que transporta suministros para los rebeldes, el Caroline, se encuentra inmovilizado en el lado americano del río Niágara. Un grupo de soldados canadienses que lo ve cruza el río, toma el barco, lo incendia y lo hunde; proceso en el que un marinero estadounidense resulta muerto.

A partir de ahí, la típica pelea diplomática en la que ambas partes tienen parte de razón. Estados Unidos reclama una disculpa por lo que considera (lo es) invasión de su territorio; a lo que la otra parte responde recordando que la acción se ha producido contra un barco que estaba (lo estaba) apoyando a sus rebeldes. En 1840, las autoridades de Nueva York arrestan a uno de los participantes canadienses en la acción del Caroline, Alexander McLeod, y lo acusan de asesinato e incendio. El secretario de Exteriores británico, lord Palmerston, exige su liberación. Sin embargo, el gobernador de Nueva York, William Seward, se obstina en llevarlo ante los tribunales. El juicio se produce en medio de amenazas de guerra desde Londres, aunque McLeod resulta absuelto.

En 1838, mientras el enfrentamiento que acabamos de ver se estaba generando pues, un grupo de madereros canadienses de New Brunswick cruza el río San Juan hacia el valle Arostook en Maine, y comienza a cortar árboles. La milicia estatal actúa pronto, produciéndose lo que, de manera bastante ampulosa, se conoce en los libros de Historia americanos como The Arostook war. Decimos que es un nombre ampuloso porque no hubo ni heridos ni nada; pero cierto es que el suceso llevaba la semilla de una antigua guerra, puesto que con mucha rapidez el general Windfield Scott se presentó en la zona con tropas regulares, de donde cabe deducir que los americanos temían que la cosa degenerase.

El fondo del problema era jodido. Ni el Tratado de París de 1783 ni las discusiones posteriores a la firma del Tratado de Ghent habían logrado aclarar de una forma indiscutible la frontera americano-canadiense en el Estado de Maine. Por esta razón, Daniel Webster, secretario de Estado, sugirió a los británicos una negociación definitiva, que condujo con el enviado especial de Londres lord Ashburton, o sea Alexander Baring, primer barón de Ashburton; lo que conduciría en el tratado de fronteras de 1842.

El tratado de 1842 fue posible, en primer lugar, porque el primer ministro británico, Robert Peel, no escuchó los consejos de su ministro de Exteriores Palmerston. Palmerston quería la guerra desde el incidente del Caroline (probablemente desde antes) y tenía un concepto, digamos, muy pobre de la diplomacia estadounidense; al fin y al cabo, veía a los propios estadounidenses como una pandilla de salteadores. Peel tuvo la inteligencia de dejar las manos en manos de Ashburton, un hombre mucho más conciliador. Conciliador, sin embargo, no quiere decir blando, puesto que Ashburton se negó a cualquier tipo de disculpa en lo del Caroline, con lo que Webster se vio obligado a realizar una interpretación muy laxa del término “excusas”.

Las cosas se pusieron peor cuando, en 1841, se produjo el incidente del Creole. En 1807, Gran Bretaña había declarado ilegal el tráfico de esclavos, y al año siguiente Estados Unidos le siguió prohibiendo su importación (que no su cabotaje), aunque en la década siguiente los barcos británicos seguirían apresando barcos esclavistas con bandera americana. En 1841 el Creole, un barco esclavista que transportaba negros desde Virginia a Nueva Orleans experimentó el motín de la propia carga, que se hizo con el control de la nave y la llevó hasta el puerto británico de Nassau. Allí, las autoridades inglesas les dieron la libertad. Enterado Webster, exigió de Ashburton una compensación y la futura neutralidad de Londres en motines similares. Los británicos, sin embargo, sólo se avinieron a garantizar tal cosa en el caso de un barco estadounidense acabase en uno de sus puertos por razón de accidente o clima.

Los dos negociadores, sin embargo, supieron centrarse en el tema fundamental de su discusión, que eran las fronteras del Maine. Estaban en disputa unas 12.000 millas cuadradas, de las cuales Canadá se quedó con unas 5.000 y Maine con 7.000. A EEUU, sin saberlo, le tocó la lotería en esta negociación, puesto que, al establecer la frontera norte con las fronteras occidentales de Minnesota y Ontario, dejó dentro de su jurisdicción los yacimientos de Mesabi, entonces aun no descubiertos, y que acabarían por ser un gran negocio.

El acuerdo Webster-Ashburton fue aprobado en 1842, pero aun así no eliminó, obviamente, los sentimientos anexionistas a ambos lados de la frontera. Probablemente el punto más alto del deseo de anexión de EEUU y Canadá se alcanzó en 1846, cuando el gobierno Peel ilegalizó las denominadas British Corn Laws, lo que suponía eliminar el trato favorecedor que tenían los productos canadienses en la metrópoli.

Con todo, el principal conflicto territorial de la época es, sin ningún lugar a dudas, el que afectó al actual Estado de Texas.

México se había independizado de España en 1821. Tras dicha independencia, abrió la denominada ruta de Santa Fe, que había sido establecida por los españoles en el siglo XVI pero se había mantenido en monopolio de uso por los propios españoles. Esta apertura trajo consigo dos décadas de intenso comercio entre los Estados Unidos y México, con caravanas comerciales que salían de Missouri para llegar hasta el puesto mexicano con todo tipo de mercancías. Algunos de los transportistas que realizaban esa ruta acabaron por establecerse en puntos de la misma, y otros se movieron en dirección oeste, hacia California. Esto había establecido intensas relaciones entre mexicanos y estadounidenses que, por la parte de éstos, alimentó la idea de anexionar el actual territorio de Texas a la Unión.

La verdad es que la reivindicación estadounidense, esto lo reconocen hasta los autores locales equilibrados, tenía muy poca base. Es por esto que, cuando en 1819 EEUU se hizo con la Florida, por parte del gobierno la reivindicación de Texas se abandonó, para desesperación de los colonos de la zona, para los cuales el río Grande era una frontera natural. Cuando México ganó su independencia, una de las cosas que hizo fue invitar a los colonos estadounidenses a establecerse en Texas. Un reverendo de Connecticut, Moses Austin, escuchó la llamada. Aunque murió en 1821, su hijo Stephen continuó la labor (razón por la cual hoy existe en Texas una ciudad que se llama Austin).

La invitación de los mexicanos tenía por objetivo crear un tapón de colonos en Texas que protegiese a su país de los indios, y de los propios EEUU (ésta es una de las razones del sentimiento propio de que hacen gala los texanos). Sin embargo, se pasaron de frenada. En la tercera década del siglo, 20.000 estadounidenses se establecieron en las tierras, acompañados por 2.000 esclavos. La mayoría de aquellos tipos no había leído ni la crítica ni la ética de la razón pura ni nada, así pues su comportamiento diario llevó a los mexicanos a darse cuenta de que hay muchos blancos que son peores que algunos indios. A aquellos hombres, además, la autoridad de México apenas les llegaba, así pues pronto se sintieron con fuerzas para gobernarse a sí mismos y, ni cortos ni perezosos, en 1826 se rebelaron y crearon la república de Fredonia.

En 1827, Washington intentó comprar Texas a los mexicanos, lo cual no hizo sino ponerlos en guardia. En 1830, México ocupa militarmente Texas, cierra la frontera a los inmigrantes estadounidenses (que hay que ver cómo ha cambiado el cuento), y aprueba leyes restrictivas respecto de los residentes no mexicanos; entre ellas, la siempre dolorosa para un sureño prohibición de la esclavitud.

Dos años después, una revolución interna pone en el poder en México al general Antonio López de Santa Anna. Santa Anna impuso en su país una política abierta y radicalmente centralista que pronto colocó a los texanos en punto de rebelión; en 1835, toman las armas. Bajo las amenazas mexicanas de duras represalias, el 2 de marzo de 1836 los texanos declaran su independencia y nombran jefe de su gobierno provisional al general en jefe de su pequeño ejército, Sam Houston (razón por la cual en Texas hay una ciudad que se llama Houston, a la que llaman siempre los que tienen un problema).

La guerra texana deja para el imaginario público algunos de los episodios más queridos de la épica americana. En la misión de El Álamo, en San Antonio, 188 combatientes americanos, entre ellos David Crockett y Jim Bowie, son muertos en una defensa numantina. Menos elegante es la acción de Goliad, donde 300 combatientes son masacrados tras haberse rendido. Sin embargo, el 21 de abril de 1836, Houston sorprende a Santa Anna en el arroyo de San Jacinto. Al grito de remember El Álamo, los americanos derrotan a los mexicanos y capturan al propio Santa Anna. El general mexicano firma la independencia de Texas y, aunque su gobierno pronto rechazará dicha firma, el tren de la Historia ya ha cogido velocidad.

Tras su victoria, Texas solicitó su entrada en la Unión, pero se encontró con la oposición de los whigs yankees del noreste. Éstos veían la solicitud texana como una maniobra de los esclavistas para romper el frágil equilibrio existente en la Unión entre los que permitían la esclavitud y quienes no. La entrada de Texas, se dijo, crearía un congreso con mayoría sureña. Jackson respondió a las presiones negándose a reconocer a la Lone Star Republic hasta que casi estaba a punto de irse, en 1837.

Presionada por la indiferencia estadounidense y el belicismo mexicano, Texas buscó apoyos en el exterior. Lo encontró en Londres, que veía con buenos ojos una república independiente tejana que le exportase algodón. Sin embargo, estaba el problema de que Gran Bretaña era antiesclavista. De todas formas, el acercamiento entre Texas y Gran Bretaña disparó las alarmas en Estados Unidos, alarmas que fueron muy inteligentemente excitadas por Sam Houston. En 1843 Andrew Jackson, desde su cómoda postura de Buda de la política americana pues estaba ya retirado, abogó por la obtención de Texas para los EEUU, peacebly if we can, forcibly if we must. El presidente Tyler trabajó a fondo la anexión. En abril de 1844, Tyler somete al Senado un tratado de anexión, pero los miembros del norte lo descarrilaron. En 1845, sin embargo, y después de que los expansionistas, como veremos, ganasen las elecciones, Congreso y Senado se mostraron favorables a la anexión. El 29 de diciembre de 1845, Texas se convertía en Estado de la Unión, con la esclavitud permitida bajo los auspicios del Compromiso de Missouri.

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